En el siguiente artículo se habla sobre la evolución en las prácticas quirúrgicas. De una manera muy didáctica se explican algunos aspectos de la historia de la cirugía. Este excelente artículo puede servirnos de base para el estudio de algunos detalles de la historia de la práctica médica, de los valores y prejuicios, de algunos de los principales hitos en la historia de la medicina:
-Hipócrates y el juramento hipocrático. El juramento hipocrático es uno de los elementos centrales en la historia de nuestra cultura y de nuestra mentalidad. Es una de las bases que definen muchos de nuestros valores y la forma de entender aspectos esenciales de nuestra vida y la manera de afrontarla.
-Miguel Servet y las consecuencias de sus afirmaciones médicas y biológicas;
-WilliamHarvey, su descubrimiento del sistema de circulación de la sangre y su trabajo
de investigación. Harvey pudo llegar a demostrar cómo es realmente el sistema
sanguíneo humano, pero para ello su trabajo de experimentación con animales
sería puesto en cuestión por nuestra mentalidad en relación al tema. Las
consecuencias del descubrimiento de Harvey no fueron sólo médicas y biológicas,
sino también científicas y filosóficas en general, porque vino a consolidar una
de las concepciones esenciales de la modernidad como lo fue la del mecanicismo,
de la que Descartes fue uno de los principales defensores.
Las fronteras de la cirugía
No es
fácil ponerse en la piel del Gentile que, aquella tarde de febrero de 1824, a
sus 32 años, se convirtió en el primer ser humano al que le era extraído un
cálculo vesical mediante litotricia. Demasiadas emociones de golpe, demasiados
miedos y esperanzas.
¿Qué ocuparía la mayor parte de su atención en aquellos estresantes minutos? Quizá la mirada escéptica e implacable de los miembros de la Academia de Ciencias de París que asistían, en calidad de testigos, al acontecimiento. Quizá el nervioso optimismo del doctor, Jean Civiale, un francés empeñado en demostrar al mundo que existía otro método para extirpar cálculos, alternativo a la sangrienta y peligrosa cirugía que por entonces se practicaba. Es posible que nuestro hombre se tumbara en la camilla con la mente plagada de terrores y supersticiones. Sabía, sin duda, a lo que se habían visto expuestos otros pacientes con su misma enfermedad. Si, en lugar de Civiale, le hubiera atendido otro galeno, por ejemplo, el afamadísimo doctor Maisonneuve, las cosas hubieran sido muy distintas... Mucho peores. ¿Cuánto?
¿Qué ocuparía la mayor parte de su atención en aquellos estresantes minutos? Quizá la mirada escéptica e implacable de los miembros de la Academia de Ciencias de París que asistían, en calidad de testigos, al acontecimiento. Quizá el nervioso optimismo del doctor, Jean Civiale, un francés empeñado en demostrar al mundo que existía otro método para extirpar cálculos, alternativo a la sangrienta y peligrosa cirugía que por entonces se practicaba. Es posible que nuestro hombre se tumbara en la camilla con la mente plagada de terrores y supersticiones. Sabía, sin duda, a lo que se habían visto expuestos otros pacientes con su misma enfermedad. Si, en lugar de Civiale, le hubiera atendido otro galeno, por ejemplo, el afamadísimo doctor Maisonneuve, las cosas hubieran sido muy distintas... Mucho peores. ¿Cuánto?
Si
seguimos el relato que Jürgen Thorvald ha rescatado de su abuelo, el pionero de
la cirugía Henry Steven Hartmann (El siglo de los cirujanos, 2005), podremos
hacernos una idea del pavor con que Gentile debió de acudir a la sala de
operaciones aquella tarde. Maisonneuve había invitado a Hartmann a presenciar
una litotomía, la extracción de un cálculo de vesícula mediante cirugía. Lo
recibió mientras se ponía una sucia bata, "llena de costras de sangre y de
pus", y le explicaba el historial de su paciente: un hombre de más de
sesenta años que llevaba varios padeciendo del "mal de la piedra"
pero que no se había atrevido a operarse. Demasiado viejo, delgado y débil para
ser narcotizado, el sexagenario iba a someterse ahora a la intervención sin anestesia.
Maisonneuve parecía resuelto: mientras varios asistentes colocaban un trapo en
la boca del hombre y lo sujetaban por los hombros, el doctor introdujo una
sonda por la uretra y procedió a rajar el perineo con el bisturí. Entre los
borbotones de sangre, el cirujano fue capaz de navegar con unas grandes pinzas
hasta tocar el cálculo, y necesitó tirar con violencia de él varias veces para
extraer un fragmento. Bastante antes, el paciente había perdido el conocimiento
a causa del dolor. Hartmann abandonó la sala tan indignado como el resto de los
asistentes; pero Maisonneuve se empeñaba en recordar que aquél era el único
método eficaz para luchar contra los cálculos y en desacreditar "otros
medios" propuestos por ciertos colegas.
Entre
estos últimos se contaba, por supuesto, Civiale, un francés nacido en Auvillac
en 1792 que iba a demostrar al mundo los beneficios de la litotricia
(extirpación no invasiva de fragmentos de cálculos percutidos) sobre la
violenta litotomía de Maisonneuve, y que terminaría por convertirse en el
creador del primer servicio de urología del mundo, en el Hospital Necker de
París.
El
joven Gentile se debatía entre el espanto que le producían las crónicas
quirúrgicas de la época y la seguridad que su médico le había transmitido al
hablarle del método que había ideado. Civiale había construido una sonda capaz
de llegar hasta la vejiga. En su extremo, añadió una pinza que se podía abrir a
distancia con un tornillo. Con ella podría sujetar la piedra y luego
fragmentarla mediante un sistema de taladro a través de la sonda. Los aparatos
utilizados tenían formas inusitadas: tenían que estar compuestos de materiales
suficientemente flexibles y, a un tiempo, duros, y seguramente reposaban junto
a la mesa de operaciones como extraños artefactos más propios de un carnicero.
Era el último grito en tecnología
médica, la
vanguardia de un siglo con más sombras que luces en el terreno de la cirugía.
Gentile
se sometió a tres intervenciones. A todas acudía andando y de todas salía por
su propio pie. Civiale sorprendía así a la comunidad médica con una técnica quirúrgica menos invasiva, sangrante y
dolorosa, 22 años antes de que se aplicara –en el ámbito de
la medicina– la primera anestesia moderna por aspiración de gases.
Navegar por las turbulentas corrientes de la vanguardia no es fácil. Afrontar el riesgo de abrir un cuerpo humano vivo con un aparato nunca antes utilizado requiere un esfuerzo ético e intelectual inconmensurable. Sólo unos pocos son capaces de hacerlo, y, habitualmente, sobre ellos recae la gloria. Las crónicas de la medicina moderna, desde la segunda mitad del siglo XIX, están jalonadas con este tipo de avances. Pero merece la pena investigar cuáles son sus equivalentes actuales, en este recién parido siglo XXI que nos asombra con un constante goteo de hitos tecnológicos y científicos. ¿Quién abre caminos inexplorados al modo en que lo hizo Civiale? ¿Qué rostro tiene el hombre o la mujer que maneja ese nuevo objeto más eficaz, más rápido, más inocuo para abrir un cuerpo enfermo sobre la mesa del quirófano?
Navegar por las turbulentas corrientes de la vanguardia no es fácil. Afrontar el riesgo de abrir un cuerpo humano vivo con un aparato nunca antes utilizado requiere un esfuerzo ético e intelectual inconmensurable. Sólo unos pocos son capaces de hacerlo, y, habitualmente, sobre ellos recae la gloria. Las crónicas de la medicina moderna, desde la segunda mitad del siglo XIX, están jalonadas con este tipo de avances. Pero merece la pena investigar cuáles son sus equivalentes actuales, en este recién parido siglo XXI que nos asombra con un constante goteo de hitos tecnológicos y científicos. ¿Quién abre caminos inexplorados al modo en que lo hizo Civiale? ¿Qué rostro tiene el hombre o la mujer que maneja ese nuevo objeto más eficaz, más rápido, más inocuo para abrir un cuerpo enfermo sobre la mesa del quirófano?
¿Y si
les digo que ese rostro no existe?
La
escena, muy pronto, podría parecerse más a lo siguiente: sobre la mesa de
operaciones, un paciente tranquilo y relajado espera a que se le intervenga por
segunda vez para tratar un feo tumor en el hígado. El proceso previo a la
cirugía ya se ha realizado y la anestesia empieza a hacer efecto. Ha entrado un
cirujano en la habitación, y se dirige con soltura hacia el instrumental: en
lugar de bisturís y pinzas, es una consola de ordenador, sobre la que aquél
teclea del mismo modo que, al mismo tiempo, lo hace su hijo con su consola de
juegos en su habitación. De manera precisa y rápida, un pequeño robot, que no
se parece en nada a los de las películas (no tiene rostro ni forma de androide:
se trata sólo de un par de brazos finísimamente articulados), manipula una
larga y delgada aguja llena de productos de quimioterapia. La máquina es la
encargada de punzar el abdomen del enfermo y buscar a través de vasos y tejidos
el camino más recto para llegar al destino final: el tumor.
Mientras
el cirujano se retira de la pantalla y permanece vigilante, con los brazos
cruzados, el robot habrá tenido tiempo de localizar la diana e inyectar el
medicamento directamente en el nudo de células malignas. Para ello se habrá
servido de las toneladas de información digital almacenadas en el servidor de
la sala de operaciones.
Sí, es
cierto que el tono general de esta historia sugiere más un escenario de ciencia
ficción que una proyección real del futuro. Pero muchos expertos opinan que
intervenciones como ésta son una realidad inaplazable. Un Civiale del siglo XXI
bien podría ser el urólogo Louis R. Kavoussi, del Hospital Johns Hopkins, un
hombre acostumbrado a sajar abdómenes con sus propias manos y que está
convencido de que, en menos de una década, operaciones como la relatada serán
algo cotidiano. "Haremos clic en el tumor y un robot semiautónomo hará el
resto. El cirujano simplemente se sentará a observar que todo marcha
correctamente".
Kavuossi no es un cualquiera. Ha sido premiado con el cargo de profesor distinguido Philip C. Walsh en Urología, y diseñado varios métodos mínimamente invasivos para atacar procesos cancerosos.
Kavuossi no es un cualquiera. Ha sido premiado con el cargo de profesor distinguido Philip C. Walsh en Urología, y diseñado varios métodos mínimamente invasivos para atacar procesos cancerosos.
Hasta
tal punto el avance tecnológico es clave en el desarrollo de la cirugía, que
hoy la palabra cirujano puede ir íntimamente unida a la de ingeniero. Y, por
supuesto, es Estados Unidos el principal
abanderado de esta revolución médica. Allí, por ejemplo, abundan aventuras pioneras
como la del ERCCISST, una institución cuyo largísimo nombre (Engineering
Research Center for Computer Integrated Surgical Systems and Technoology) da
idea del cariz que están tomando los últimos acontecimientos médicos. En su
seno trabajan codo con codo médicos, ingenieros, expertos en desarrollo
informático, prospectivistas...
Es
cierto que, a pesar de tales esfuerzos, los bisturís automáticos y los
robots-cirujano autónomos siguen estando fuera de nuestro alcance: son
prohibitivamente caros, poco versátiles y aún necesitan de un largo proceso de
experimentación y depuración. Pero las experiencias hasta ahora registradas no
dejan de ser sorprendentes. Y, lo mejor de todo, el entusiasmo de los cirujanos
de hoy no tiene nada que envidiar al de los pioneros de antaño, aquellos
apasionados civiales...
Jorge Alcalde Libertad Digital 4.9.10
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