Uno de los elementos centrales de la novela El Hobbit, de Tolkien, de la que ahora podemos ver una parte llevada a la película El Hobbit: un viaje inesperado, es el anillo, que va parar a las manos de Bilbo Bolsón. Este anillo
otorga unos poderes sobrehumanos y puede ser fuente de abuso de poder.
La referencia al anillo como elemento
de poder no es nueva en nuestra cultura. Ya hace unos 2500 años Platón –maestro
en el uso de mitos- utilizó el símbolo del anillo para defender una de sus ideas. Platón explica
la historia de un anillo que es encontrado por un pastor llamado Giges, para
defender su idea de que los humanos
tenemos capacidad para sobreponernos ante cualquier situación de ventaja o de
poder y mantener una conducta justa. Viene a defender así su convicción de la
presencia en la conciencia humana, de manera natural e innata, de la noción de
justicia, de nuestra capacidad natural para
ser justos. Que en una situación de poder, posiblemente, la mayoría de las personas, no actuaríamos
siendo justos, no elimina su convicción de que la justicia existe –es lo que
llamamos universalidad de los valores, contrapuesta al relativismo- y de que
los humanos tenemos por naturaleza la
capacidad para ser justos.
A continuació podemos leer el fragmento de la La República donde Platón explica el mito de Giges.
Para entender cómo
los buenos lo son contra su voluntad, porque no pueden ser malos, bastará con
imaginar que hacemos lo siguiente: damos a todos, justos e injustos, licencia
para hacer lo lo que quieran y luego hacemos un
seguimiento para ver dónde llevan a cada uno sus deseos. Entonces
podremos ver cómo el justo sigue los mismos caminos que el injusto, impulsado
por el interés propio, finalidad que todo ser está dispuesto por naturaleza a
perseguir como un bien, aunque la ley desvíe por fuerza esta tendencia y la
encamine al respeto de la igualdad. Esta
licencia de que yo hablo podrían llegar a disfrutarla, mejor que de ninguna
otra manera, si se les dotara de un poder como el que dicen tuvo hace mucho
tiempo el antepasado del rey de Lidia, Giges. Dicen
que era un pastor que estaba al servicio del rey de Lidia. Sobrevino
una vez un gran temporal y un terremoto abrió la tierra y apareció una grieta
en el mismo lugar en que él pastoreaba. Sorprendido
ante el espectáculo, bajó por la grieta y vio allí, entre otras muchas maravillas
que la fábula relata, un caballo de bronce, hueco, con aberturas, por una de
las cuales se agachó a mirar y vio que dentro
había un cadáver, de talla al parecer más que humana, que no llevaba encima más
que un anillo de oro en la mano; se lo quitó el pastor y salió. Cuando,
según costumbre, se reunieron los pastores con el fin de informar al rey, como
todos los meses, sobre el ganado, acudió también él con su anillo aen el dedo. Estando,
pues, sentado entre los demás, dio la casualidad que girara el anillo, dejando
el engaste de cara en la palma de la mano; inmediatamente cesaron de verlo los que le rodeaban y con gran sorpresa suya,
comenzaron a hablar de él como de una persona ausente. Tocó
nuevamente el anillo, volvió hacia fuera el engaste y una vez girado volvió a
ser visible. Al
darse cuenta, repitió el intento para comprobar si efectivamente tenía la joya
aquel poder, y otra vez ocurrió lo mismo: al volver hacia dentro del engaste,
desaparecía su dueño, y cuando lo volvía hacia afuera, lo veían de nuevo. Hecha
ya esta observación, procuró formar parte de los enviados que habían de
informar al rey, llegó a Palacio, sedujo a su esposa, atacó y mató con su ayuda
al soberano y se apoderó del reino.
Pues bien, si
hubiera dos anillos como aquel que llevara un puesto justo y otra el injusto,
es opinión común que no habría persona de convicciones tan firmes como para
perseverar en la justicia y abstenerse en absoluto de tocar lo de los
demás, tampoco dejaría de dirigirse al mercado y tomar de allí sin miedo lo que
quisiera, entrar en las casas ajenas y fornicar con quien quisiera, matar o
liberar personas a su arbitrio, obrar, en fin, como un dios rodeado de
mortales. En
nada diferirían, pues, los comportamientos de uno y otro, que seguirían
exactamente el mismo camino. Pues
bien, he aquí lo que podría considerarse una buena demostración de que nadie es
justo de grado, sino por fuerza y hallándose persuadido de que la justicia no
es buena para él personalmente, ya que, en cuanto uno cree que podrá cometer una
injusticia, la comete. Y
esto porque todo el mundo cree que es mucho más ventajosa personalmente la
injusticia que la justicia. «Y
tiene razón al creerlo así», dirá el defensor de la teoría que expongo. Es
más: si hubiera quien, estando dotado de semejante talismán, se negara a
cometer nunca injusticia y a poner mano en los bienes ajenos, le tendrían,
observando su conducta, por el ser más miserable y estúpido del mundo, aunque no
por ello dejarían de enaltecerse en sus conversaciones, ocultando así sus sentimientos
por temor a ser objeto de alguna injusticia. Esto es lo que yo tenía que decir.
Platón, La República, II 359,360
No hay comentarios:
Publicar un comentario