16/12/12

El Hobbit y Platón



Uno de los elementos centrales de la novela El Hobbit, de Tolkien, de la que ahora podemos ver una parte llevada a la película El Hobbit: un viaje inesperado, es el anillo, que va parar a las manos de Bilbo Bolsón. Este anillo otorga unos poderes sobrehumanos y puede ser fuente de abuso de poder.
La referencia al  anillo como elemento de poder no es nueva en nuestra cultura. Ya hace unos 2500 años Platón –maestro en el uso de mitos- utilizó el símbolo del anillo para defender una de sus ideas. Platón explica la historia de un anillo que es encontrado por un pastor llamado Giges, para defender su idea de que  los humanos tenemos capacidad para sobreponernos ante cualquier situación de ventaja o de poder y mantener una conducta justa. Viene a defender así su convicción de la presencia en la conciencia humana, de manera natural e innata, de la noción de justicia, de nuestra capacidad natural  para ser justos. Que en una situación de poder, posiblemente, la mayoría de las personas, no actuaríamos siendo justos, no elimina su convicción de que la justicia existe –es lo que llamamos universalidad de los valores, contrapuesta al relativismo- y de que los humanos tenemos por naturaleza  la capacidad para ser justos.
A continuació podemos leer el fragmento de la La República donde Platón explica el mito de Giges.

Para entender cómo los buenos lo son contra su voluntad, porque no pueden ser malos, bastará con imaginar que hacemos lo siguiente: damos a todos, justos e injustos, licencia para hacer lo lo que quieran y luego hacemos un seguimiento para ver dónde llevan a cada uno sus deseos. Entonces podremos ver cómo el justo sigue los mismos caminos que el injusto, impulsado por el interés propio, finalidad que todo ser está dispuesto por naturaleza a perseguir como un bien, aunque la ley desvíe por fuerza esta tendencia y la encamine al respeto de la igualdad. Esta licencia de que yo hablo podrían llegar a disfrutarla, mejor que de ninguna otra manera, si se les dotara de un poder como el que dicen tuvo hace mucho tiempo el antepasado del rey de Lidia, Giges. Dicen que era un pastor que estaba al servicio del rey de Lidia. Sobrevino una vez un gran temporal y un terremoto abrió la tierra y apareció una grieta en el mismo lugar en que él pastoreaba. Sorprendido ante el espectáculo, bajó por la grieta y vio allí, entre otras muchas maravillas que la fábula relata, un caballo de bronce, hueco, con aberturas, por una de las cuales se agachó a mirar y vio que dentro había un cadáver, de talla al parecer más que humana, que no llevaba encima más que un anillo de oro en la mano; se lo quitó el pastor y salió. Cuando, según costumbre, se reunieron los pastores con el fin de informar al rey, como todos los meses, sobre el ganado, acudió también él con su anillo aen el dedo. Estando, pues, sentado entre los demás, dio la casualidad que girara el anillo, dejando el engaste de cara en la palma de la mano; inmediatamente cesaron de verlo  los que le rodeaban y con gran sorpresa suya, comenzaron a hablar de él como de una persona ausente. Tocó nuevamente el anillo, volvió hacia fuera el engaste y una vez girado volvió a ser visible. Al darse cuenta, repitió el intento para comprobar si efectivamente tenía la joya aquel poder, y otra vez ocurrió lo mismo: al volver hacia dentro del engaste, desaparecía su dueño, y cuando lo volvía hacia afuera, lo veían de nuevo. Hecha ya esta observación, procuró formar parte de los enviados que habían de informar al rey, llegó a Palacio, sedujo a su esposa, atacó y mató con su ayuda al soberano y se apoderó del reino.

Pues bien, si hubiera dos anillos como aquel que llevara un puesto justo y otra el injusto, es opinión común que no habría persona de convicciones tan firmes como para perseverar en la justicia y abstenerse en absoluto de tocar lo de los demás, tampoco dejaría de dirigirse al mercado y tomar de allí sin miedo lo que quisiera, entrar en las casas ajenas y fornicar con quien quisiera, matar o liberar personas a su arbitrio, obrar, en fin, como un dios rodeado de mortales. En nada diferirían, pues, los comportamientos de uno y otro, que seguirían exactamente el mismo camino. Pues bien, he aquí lo que podría considerarse una buena demostración de que nadie es justo de grado, sino por fuerza y ​​hallándose persuadido de que la justicia no es buena para él personalmente, ya que, en cuanto uno cree que podrá cometer una injusticia, la comete. Y esto porque todo el mundo cree que es mucho más ventajosa personalmente la injusticia que la justicia. «Y tiene razón al creerlo así», dirá el defensor de la teoría que expongo. Es más: si hubiera quien, estando dotado de semejante talismán, se negara a cometer nunca injusticia y a poner mano en los bienes ajenos, le tendrían, observando su conducta, por el ser más miserable y estúpido del mundo, aunque no por ello dejarían de enaltecerse en sus conversaciones, ocultando así sus sentimientos por temor a ser objeto de alguna injusticia. Esto es lo que yo tenía que decir.

Platón, La República, II 359,360

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