El tema de este artículo es el del fin de nuestro mundo. El autor hace una
explicación sobre algunas obras literarias (destaca la aportación de Poe como
iniciadora del género de la ficción apocalíptica) y sobre la cinematografía más
actual centrada en el tema. A destacar la tesis según la que la vivencia del
fin de nuestro mundo se viviría hoy de una manera intimista, personal, no
cósmica, como tradicionalmente había sido entendida.
El Apocalipsis ya está aquí... otra vez
Las profecías
asociadas al calendario maya convierten 2012 en un escenario del renacimiento
de las ficciones en torno a la destrucción final del planeta
Afirmar que el calendario maya
predice que el fin del mundo tendrá lugar, exactamente, el próximo 21 de
diciembre de 2012 a las 11:12 es algo tan temerario como en su día lo fue
sostener que el efecto 2000 iba a resetear toda memoria informática o que el Apocalipsis
que describió San Juan era, en el fondo, el tráiler del espectáculo global que
tendría su estreno (y, de paso, única representación) el primero de enero del
año 1000 después de Cristo. No obstante, cuando la inevitable fragilidad de una
predicción se da la mano con un estado moral poco benigno -un contexto de
crisis y escasos horizontes de futuro-, es inevitable que el refranero
reivindique la vigencia de su pensamiento populista y nos recuerde eso de a
río revuelto, ganancia de espectadores.
La sensación de estar viviendo el fin de la Historia va mucho más allá de
ese pintoresco número -el 2012- que, a fin de cuentas, encontró su destino
natural en un producto de multisalas dirigido por Roland Emmerich: 2012, la película,
que solo en nuestro país recaudó más de 15 millones de euros y que, en sus
cifras globales de beneficios, casi multiplicó por cuatro su presupuesto
estimado en 200 millones de dólares (157 millones de euros). En la película de
Emmerich, el viejo modelo de película de catástrofes, con su protagonismo coral
y su juego de arbitrarias encrucijadas del azar, llegaba a su colapso: en una
de sus escenas, el espectador descubría que una operación de aumento de pechos
marcaba el vínculo entre algunos de sus personajes -el marido de la exmujer del
protagonista había operado a la novia del mafioso ruso: con lazos así, se hacía
duro no pensar en que esa humanidad merecía el fin-. El 2012 quizá solo sea una
excusa para sacarle una nueva rentabilidad a la ficción apocalíptica, pero no
deja de resultar interesante ver cuáles son las nuevas características que
adopta el subgénero ante fecha tan señalada.
"Entonces... ¡inclinémonos,
Charmion, ante la sublime majestad de Dios el grande!, entonces se alzó un
clamoroso y penetrante sonido, tal como si brotara de su boca, y toda la masa
de éter, dentro de la cual existíamos, reventó instantáneamente en algo como
una intensa llama roja, cuya insuperable brillantez y abrasante calor no tienen
nombre, ni siquiera entre los ángeles del alto celo del conocimiento puro. Así
acabó todo", escribía Edgar Allan Poe al final de La conversación de
Eiros y Charmion, relato escrito en 1839 que los especialistas siguen
considerando el texto fundacional en la tradición
de ficciones apocalípticas que, fuera del ámbito de los textos religiosos,
imaginan un final de la humanidad debido a causas cósmicas.
El revolucionario gesto de Poe de
contar un Apocalipsis en primera persona, colocando al narrador en una posición
teóricamente imposible, es, probablemente, la manera de afrontar el tabú de la
destrucción total que ha encontrado mayores equivalentes en este 2012, en el
que el individuo ya parece asumir que la caída del
telón no se vivirá como tragedia colectiva, sino como catástrofe individual,
vivida desde la subjetividad: un Apocalipsis íntimo como el que ha
mostrado Lars Von Trier en su celebrada Melancolía (2011) y como el que
imaginó Andrei Tarkovski en su exigente pero inolvidable Sacrificio
(1986).
Varias son las
películas que han imaginado el fin del mundo (o su posibilidad) en esta última
temporada: desde el Contagio (2011) de Steven Soderbergh hasta Take
Shelter (2011), de Jeff Nichols, otro ejercicio de Apocalipsis del yo, o Perfect
Sense (2011) de David McKenzie, en la que Ewan McGregor y Eva Green viven
el cataclismo definitivo como una atrofia sensorial. Sin duda, las que revelan una mayor armonía con la sensibilidad del
presente son las que se olvidan de la hipérbole para contar el fin de los
tiempos en clave casi intimista, como lo hizo uno de los grandes escritores
apocalípticos del siglo XX, J. G. Ballard, que en novelas como El
mundo sumergido (1962) o El mundo de cristal (1966) alteró la
dinámica del subgénero al presentar protagonistas que no luchaban por su supervivencia, sino por alcanzar la
comunión espiritual con una destrucción absoluta que podía revelarles una
verdad oculta sobre sí mismos.
Quizá una de las iniciativas más
sorprendentes surgidas a remolque de este hype apocalíptico haya sido la
edición por parte de Blackie Books de la Agenda del Fin del Mundo para 2012: un
día a día de la cuenta atrás que plantea surtidas posibilidades de destrucción
para cada semana del año...
Jordi Costa 10.1.2012
http://elpais.com/diario/2012/01/10/cultura/1326150002_850215.html
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