18/3/14

Orwell



César Antonio Molina en este artículo resume algunas de las ideas y actitudes de George Orwell.
A destacar su capacidad visionaria, que le permite ver aquello que la mayoría no vemos, por nuestra incapacidad o por dejarnos llevar por las tendencias dominantes o manipuladoras. Su valentía para mantenerse en su defensa de valores que considera irrenunciables, aunque minoritarios o mal vistos por la mayoría en ciertos momentos o épocas. Su oposición radical contra el totalitarismo, sea de la orientación que sea. Su denuncia de la ambigüedad y la hipocresía de la izquierda, capaz de hacer la vista gorda o de justificar el totalitarismo comunista y sus crímenes y ataques contra los derechos civiles y políticos. Su denuncia del oportunismo de lo políticamente correcto, que se alinea con políticas inaceptables o las tolera por intereses de poder. Su convicción de que la literatura y el totalitarismo son incompatibles –como plantea también Ray Bradbury en Fahrenheit 451-. Su advertencia de que los mecanismos de control son cada vez más penetrantes y perfectos. Su defensa de la libertad de pensamiento y de expresión.

ORWELL CONTRA EL TOTALITARISMO
El Orwell más combativo está en sus ensayos. En ellos denunció por igual el nazismo y el estalinismo, su censura ideológica, su falta de libertades. Pero también volvió la mirada sobre su propio país y criticó la «caza al intelectual
Los ensayos de George Orwell tienen, esencialmente, dos preocupaciones. Una de carácter político y otra de carácter literario. El escritor británico fue, ante todo, una persona libre en la defensa de sus ideas. Proveniente de la izquierda, fue un socialista democrático, liberal, antiimperialista, antifascista, anticomunista, antiestalinista y anticapitalista.
Lo mismo que percibió los males del mundo soviético cuando nadie –y menos desde la izquierda– los sacaba a la luz, Orwell denunció también la censura ideológica y la poca preocupación social de los países democráticos. Estas posturas tan combativas le granjearon enemistades en todos los frentes.
Negar la verdad
Durante los años treinta y cuarenta del pasado siglo, la ortodoxia dominante, sobre todo entre los jóvenes, era la izquierda: « Las palabras clave son ‘‘progresista’’, ‘‘democrático’’ y ‘‘revolucionario’’, mientras que los sambenitos que hay que evitar a toda costa que te cuelguen son ‘‘ burgués’’, ‘‘reaccionario’’ y ‘‘fascista”» («Los escritores y el Leviatán», 1948). En este mismo artículo critica los coqueteos que tuvo la burguesía inglesa, al principio, con el fascismo por una cuestión de clases, y el hecho de que la izquierda de su país aceptara sin rechistar el comunismo como socialista.
Orwell se pregunta cómo se asumen los campos de concentración y las deportaciones masivas soviéticas mientras se critican los del nazismo. Para nuestro autor, el verdadero objetivo del socialismo era la fraternidad humana; los hombres entregaban sus vidas en las luchas políticas, los torturaban en las cárceles totalitarias no con el fin de instaurar un paraíso con calefacción central, aire acondicionado y luz eléctrica, sino porque querían un mundo en el cual los seres humanos se amasen los unos a los otros en lugar de engañarse y matarse. Un socialismo sin libertad no podía existir.
Orwell respeta el arte por el arte, aunque se confiesa un escritor comprometido. Es un defensor de este principio, pero aclara que esa misión no impide también el compromiso estético. El autor de Rebelión en la granja convirtió la literatura política en un arte. En «Por qué escribo» (1946) afirma que lo hace para denunciar las mentiras. El nazismo y el estalinismo negaban la verdad, destruían el significado propio de las palabras, sustituían los significados comunes por aquellos decretados por el régimen totalitario y la propaganda transformaba la  realidad. El totalitarismo era a el triunfo de la mentira y del poder irracional.
Defensa del individuo
Orwell es un escritor realista,  toma la realidad como materia prima para fabular. No se resigna a describirla, sino que trata a de transformarla para lograr  un mundo más consciente de sus males y, por tanto, más justo. A través del realismo Orwell busca la utopía.
Fue un personaje contradictorio. De izquierdas por convicción, se consideraba una persona de derechas por temperamento (educación, tradición, familia). Era un nostálgico de la vida campesina anterior a la revolución industrial que siempre ensalzó las ideas de progreso. Se tenía por ciudadano del mundo y su principal cruzada fue la defensa del individuo frente a la masa.
Intervino en nuestra Guerra Civil y fue de los primeros que se dio cuenta de cómo la República estaba siendo destruida desde dentro. Participó como combatiente, fue herido de gravedad y no tuvo esa breve presencia estética de Auden o Spender, a quienes critica en términos muy duros.
Tiempos peores
¿Puede sobrevivir la literatura en los estados totalitarios?, se pregunta en «Literatura y totalitarismo» (1941). ¡No!, responde. Si el totalitarismo se convertía en algo mundial y permanente, la literatura desaparecería; entre otras muchas cosas, por el intento del Estado de controlar la vida emocional del individuo. Y a quienes afirmaban que estos tiempos no eran peores que otras épocas de persecución, en las cuales se habían creado grandes obras de arte o literarias, Orwell les respondía que los férreos controles de antaño, incluso siendo duros, no lo eran tanto como los desarrollados por el nazismo y el comunismo. En los países totalitarios la libertad de pensamiento estaba irremediablemente condenada. Para Orwell, la supervivencia de la literatura residía en aquellas naciones en las que el liberalismo había echado raíces más profundas, en los países no militaristas.
Orwell, por los mismos motivos, fue un defensor a ultranza de la libertad de expresión y de prensa. Y esta defensa no sólo se refiere a los sistemas totalitarios, sino también a los democráticos. Las injerencias del Estado británico en los periódicos es muy aireada por el escritor, así como la tibieza inicial hacia los totalitarismos de derechas y la admiración acrítica hacia la Rusia soviética: «La BBC celebró el vigesimoquinto aniversario de la creación del Ejército Rojo sin mencionar a Trotski».
También la prensa inglesa de izquierdas recibe las críticas de Orwell; por ejemplo, en cómo cuenta la Guerra Civil española: «Desacreditaba sin mayor miramiento a las facciones del bando republicano que los rusos estaban decididos a aplastar y rehusaba publicar cualquier palabra en su defensa, aunque fuese en forma de carta». Orwell, que estuvo de parte del POUM, denunciaba los embustes de la prensa de izquierdas sobre los trotskistas y otras minorías del bando republicano.
Ante todo, narrador
La intelligentsia inglesa había desarrollado una lealtad nacionalista hacia la URSS: cualquier asomo de duda sobre la sabiduría de Stalin era una especie de blasfemia. Lo que ocurriese en Rusia y lo que ocurriese en otros países se juzgaba con raseros distintos. El autor de 1984, recordando la Areopagítica, de Milton, se refería a la libertad de prensa como la libertad de criticar y oponerse. Y para que esta se llevara a cabo en plenitud, veía muchas dificultades: por un lado, los enemigos teóricos, los apologistas del totalitarismo; y, por otro, sus enemigos más inmediatos, los monopolios y la burocracia.
Orwell denuncia «la caza del intelectual» desatada tanto desde la derecha como desde la izquierda. La prensa de esta última tendencia, en Gran Bretaña, era especialmente aniquiladora con Joyce, Yeats y Eliot. A este último lo machacaban tan rutinariamente como a Kipling. A Orwell le caía mejor Eliot que Kipling. Al primero, «un monárquico anglocatólico aficionado a las citas latinas», lo respetaba como poeta, aunque no compartía sus ideas políticas. A Kipling, por el contrario, no lo aguantaba.
Orwell separa sus juicios sobre la creación literaria de las ideas políticas de cada autor. Una obra literaria era valiosa en sí misma independientemente de que quien la escribiera fuera de derechas o de izquierdas. Nunca se consideró un intelectual sino, sobre todo, un novelista, un narrador. Según él, un hombre podía ser un muy buen narrador sin ser estrictamente un intelectual.
Reflexionó mucho y bien sobre la política y la cultura de su época. En « Por qué escribo » enumera una serie de motivos por los cuales uno se hace escritor: 1) egoísmo puro y duro; 2) entusiasmo estético; 3) impulso histórico; 4) propósito político. En su caso, se resumiría en denunciar las mentiras. Lejos de su mente estaba construir una obra de arte.
Versos vulgares
Un apartado muy importante en estos Ensayos es el dedicado al estudio de Dickens, Henry Miller, Kipling, Joyce, Eliot, Dalí o Koestler, entre otros muchos. De Dickens dice que es un escritor del que todo el mundo quiere apropiarse porque su mensaje es comprensible, razonable, no revolucionario, realizable y moralmente aceptable. En Henry Miller ve a un autor totalmente contrario a él pero que lo fascina. Orwell nunca escribió una obra feliz o para ser feliz; en cambio, Trópico de cáncer es –dice– el libro de un hombre feliz.
Kipling le disgusta como persona y como escritor; le considera un patriotero imperialista, moralmente insensible, estéticamente repugnante y caduco como novelista. Como poeta, califica sus versos de vulgares y vergonzosos. No comparte la estética de Joyce, si bien la valora y respeta. El Ulises es poco inteligible –asegura– y su autor está obsesionado por la técnica. Pero indaga sobre el otro gran tema de la novela: el sinsentido de la vida moderna después del triunfo de las máquinas y de la desaparición de las creencias religiosas.
Dalí es de los personajes que más le desagradan, no por su obra, sino por su manera de ser y actuar. Orwell no está de acuerdo en que el artista deba ser ajeno a las leyes morales que rigen al común de la gente. Dalí, un buen pintor, pero un ser humano repugnante. El texto sobre el autor de El cero y el infinito es toda una apología personal y literaria de Koestler: el primero –asegura– que vio los males del totalitarismo soviético desde dentro y tuvo la valentía de contarlo y, además, de hacerlo magistralmente.
25 ene. 2014  Cultural ABC   CÉSAR ANTONIO MOLINA

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