César Antonio Molina en este artículo resume algunas
de las ideas y actitudes de George Orwell.
A destacar su capacidad visionaria, que le permite
ver aquello que la mayoría no vemos, por nuestra incapacidad o por dejarnos
llevar por las tendencias dominantes o manipuladoras. Su valentía para
mantenerse en su defensa de valores que considera irrenunciables, aunque
minoritarios o mal vistos por la mayoría en ciertos momentos o épocas. Su oposición
radical contra el totalitarismo, sea de la orientación que sea. Su denuncia de
la ambigüedad y la hipocresía de la izquierda, capaz de hacer la vista gorda o
de justificar el totalitarismo comunista y sus crímenes y ataques contra los
derechos civiles y políticos. Su denuncia del oportunismo de lo políticamente
correcto, que se alinea con políticas inaceptables o las tolera por intereses
de poder. Su convicción de que la literatura y el totalitarismo son
incompatibles –como plantea también Ray Bradbury en Fahrenheit 451-. Su advertencia de que los mecanismos de control
son cada vez más penetrantes y perfectos. Su defensa de la libertad de
pensamiento y de expresión.
ORWELL CONTRA EL TOTALITARISMO
El Orwell más combativo está en sus ensayos. En
ellos denunció por igual el nazismo y el estalinismo, su censura ideológica, su
falta de libertades. Pero también volvió la mirada sobre su propio país y criticó
la «caza al intelectual
Los ensayos de George Orwell
tienen, esencialmente, dos preocupaciones. Una de carácter político y otra de
carácter literario. El escritor británico fue, ante todo, una persona libre en
la defensa de sus ideas. Proveniente de la izquierda, fue un socialista
democrático, liberal, antiimperialista, antifascista, anticomunista,
antiestalinista y anticapitalista.
Lo mismo que percibió los males
del mundo soviético cuando nadie –y menos desde la izquierda– los sacaba a la
luz, Orwell denunció también la censura ideológica y la poca preocupación
social de los países democráticos. Estas posturas tan combativas le granjearon
enemistades en todos los frentes.
Negar la verdad
Durante los años treinta y
cuarenta del pasado siglo, la ortodoxia dominante, sobre todo entre los
jóvenes, era la izquierda: « Las palabras clave son ‘‘progresista’’,
‘‘democrático’’ y ‘‘revolucionario’’, mientras que los sambenitos que hay que
evitar a toda costa que te cuelguen son ‘‘ burgués’’, ‘‘reaccionario’’ y ‘‘fascista”»
(«Los escritores y el Leviatán»,
1948). En este mismo artículo critica los coqueteos que tuvo la burguesía
inglesa, al principio, con el fascismo por una cuestión de clases, y el hecho
de que la izquierda de su país aceptara sin rechistar el comunismo como
socialista.
Orwell se pregunta cómo se asumen
los campos de concentración y las deportaciones masivas soviéticas mientras se
critican los del nazismo. Para nuestro autor, el verdadero objetivo del
socialismo era la fraternidad humana; los hombres entregaban sus vidas en las
luchas políticas, los torturaban en las cárceles totalitarias no con el fin de
instaurar un paraíso con calefacción central, aire acondicionado y luz
eléctrica, sino porque querían un mundo en el cual los seres humanos se amasen los
unos a los otros en lugar de engañarse y matarse. Un socialismo sin libertad no
podía existir.
Orwell respeta el arte por el
arte, aunque se confiesa un escritor comprometido. Es un defensor de este
principio, pero aclara que esa misión no impide también el compromiso estético.
El autor de Rebelión en la granja
convirtió la literatura política en un arte. En «Por qué escribo» (1946) afirma que lo hace para denunciar las
mentiras. El nazismo y el estalinismo negaban la verdad, destruían el
significado propio de las palabras, sustituían los significados comunes por
aquellos decretados por el régimen totalitario y la propaganda transformaba la realidad. El totalitarismo era a el triunfo de
la mentira y del poder irracional.
Defensa del individuo
Orwell es un escritor realista, toma la realidad como materia prima para
fabular. No se resigna a describirla, sino que trata a de transformarla para
lograr un mundo más consciente de sus
males y, por tanto, más justo. A través del realismo Orwell busca la utopía.
Fue un personaje contradictorio.
De izquierdas por convicción, se consideraba una persona de derechas por
temperamento (educación, tradición, familia). Era un nostálgico de la vida
campesina anterior a la revolución industrial que siempre ensalzó las ideas de
progreso. Se tenía por ciudadano del mundo y su principal cruzada fue la
defensa del individuo frente a la masa.
Intervino en nuestra Guerra Civil
y fue de los primeros que se dio cuenta de cómo la República estaba siendo
destruida desde dentro. Participó como combatiente, fue herido de gravedad y no
tuvo esa breve presencia estética de Auden o Spender, a quienes critica en
términos muy duros.
Tiempos peores
¿Puede sobrevivir la literatura
en los estados totalitarios?, se pregunta en «Literatura y totalitarismo» (1941). ¡No!, responde. Si el
totalitarismo se convertía en algo mundial y permanente, la literatura
desaparecería; entre otras muchas cosas, por el intento del Estado de controlar
la vida emocional del individuo. Y a quienes afirmaban que estos tiempos no
eran peores que otras épocas de persecución, en las cuales se habían creado
grandes obras de arte o literarias, Orwell les respondía que los férreos
controles de antaño, incluso siendo duros, no lo eran tanto como los desarrollados
por el nazismo y el comunismo. En los países totalitarios la libertad de
pensamiento estaba irremediablemente condenada. Para Orwell, la supervivencia
de la literatura residía en aquellas naciones en las que el liberalismo había
echado raíces más profundas, en los países no militaristas.
Orwell, por los mismos motivos,
fue un defensor a ultranza de la libertad de expresión y de prensa. Y esta
defensa no sólo se refiere a los sistemas totalitarios, sino también a los
democráticos. Las injerencias del Estado británico en los periódicos es muy
aireada por el escritor, así como la tibieza inicial hacia los totalitarismos
de derechas y la admiración acrítica hacia la Rusia soviética: «La BBC celebró
el vigesimoquinto aniversario de la creación del Ejército Rojo sin mencionar a
Trotski».
También la prensa inglesa de
izquierdas recibe las críticas de Orwell; por ejemplo, en cómo cuenta la Guerra
Civil española: «Desacreditaba sin mayor miramiento a las facciones del bando
republicano que los rusos estaban decididos a aplastar y rehusaba publicar cualquier
palabra en su defensa, aunque fuese en forma de carta». Orwell, que estuvo de
parte del POUM, denunciaba los embustes de la prensa de izquierdas sobre los
trotskistas y otras minorías del bando republicano.
Ante todo, narrador
La intelligentsia inglesa había
desarrollado una lealtad nacionalista hacia la URSS: cualquier asomo de duda
sobre la sabiduría de Stalin era una especie de blasfemia. Lo que ocurriese en
Rusia y lo que ocurriese en otros países se juzgaba con raseros distintos. El
autor de 1984, recordando la
Areopagítica, de Milton, se refería a la libertad de prensa como la libertad de
criticar y oponerse. Y para que esta se llevara a cabo en plenitud, veía muchas
dificultades: por un lado, los enemigos teóricos, los apologistas del totalitarismo;
y, por otro, sus enemigos más inmediatos, los monopolios y la burocracia.
Orwell denuncia «la caza del
intelectual» desatada tanto desde la derecha como desde la izquierda. La prensa
de esta última tendencia, en Gran Bretaña, era especialmente aniquiladora con
Joyce, Yeats y Eliot. A este último lo machacaban tan rutinariamente como a
Kipling. A Orwell le caía mejor Eliot que Kipling. Al primero, «un monárquico
anglocatólico aficionado a las citas latinas», lo respetaba como poeta, aunque
no compartía sus ideas políticas. A Kipling, por el contrario, no lo aguantaba.
Orwell separa sus juicios sobre
la creación literaria de las ideas políticas de cada autor. Una obra literaria
era valiosa en sí misma independientemente de que quien la escribiera fuera de
derechas o de izquierdas. Nunca se consideró un intelectual sino, sobre todo,
un novelista, un narrador. Según él, un hombre podía ser un muy buen narrador
sin ser estrictamente un intelectual.
Reflexionó mucho y bien sobre la
política y la cultura de su época. En « Por
qué escribo » enumera una serie de motivos por los cuales uno se hace
escritor: 1) egoísmo puro y duro; 2) entusiasmo estético; 3) impulso histórico;
4) propósito político. En su caso, se resumiría en denunciar las mentiras.
Lejos de su mente estaba construir una obra de arte.
Versos vulgares
Un apartado muy importante en
estos Ensayos es el dedicado al
estudio de Dickens, Henry Miller, Kipling, Joyce, Eliot, Dalí o Koestler, entre
otros muchos. De Dickens dice que es un escritor del que todo el mundo quiere
apropiarse porque su mensaje es comprensible, razonable, no revolucionario,
realizable y moralmente aceptable. En Henry Miller ve a un autor totalmente
contrario a él pero que lo fascina. Orwell nunca escribió una obra feliz o para
ser feliz; en cambio, Trópico de cáncer
es –dice– el libro de un hombre feliz.
Kipling le disgusta como persona
y como escritor; le considera un patriotero imperialista, moralmente
insensible, estéticamente repugnante y caduco como novelista. Como poeta,
califica sus versos de vulgares y vergonzosos. No comparte la estética de
Joyce, si bien la valora y respeta. El Ulises es poco inteligible –asegura– y
su autor está obsesionado por la técnica. Pero indaga sobre el otro gran tema
de la novela: el sinsentido de la vida moderna después del triunfo de las
máquinas y de la desaparición de las creencias religiosas.
Dalí es de los personajes que más
le desagradan, no por su obra, sino por su manera de ser y actuar. Orwell no
está de acuerdo en que el artista deba ser ajeno a las leyes morales que rigen
al común de la gente. Dalí, un buen pintor, pero un ser humano repugnante. El
texto sobre el autor de El cero y el
infinito es toda una apología personal y literaria de Koestler: el primero
–asegura– que vio los males del totalitarismo soviético desde dentro y tuvo la
valentía de contarlo y, además, de hacerlo magistralmente.
25 ene. 2014 Cultural ABC CÉSAR ANTONIO MOLINA
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