Muy didáctico y clarificador este artículo de Andrea Rizzi sobre los mayores posibles peligros del s. XXI: ciberataques, cambio climático y terrorismo biológico. En relación con el cambio climático conviene advertir las consecuencias –aparte de los desastres naturales en sí mismos- que puede provocar en el acceso a los recursos necesarios para nuestra economía y supervivencia : en el acceso al agua dulce, por ejemplo, o en la disminución de productos agrícolas (por ejemplo el trigo). Parece que hay coincidencia general en señalar esos tres peligros como los más graves que nos amenazan en este siglo.
Pesadillas del siglo XXI
Junto a los peligros tradicionales, nuevos desafíos a la seguridad global
adquieren protagonismo
Ciberataques y cambio climático destacan entre ellos
El arsenal nuclear del que
dispone el régimen norcoreano es fuente de comprensible preocupación en muchas
cancillerías; las cabezas atómicas repartidas en varios centros de almacenaje
en el caótico Pakistán también producen legítimos escalofríos en muchas
espaldas, igual que el proliferar de células terroristas en el Sahel y en otras
regiones del planeta. Sin embargo, cuando el periodista de The New York
Times Tim Weiner –según relató en una reciente conversación en Madrid- preguntó al director del
FBI, Robert Mueller, qué le quitaba el sueño por la noche, este no contestó
nada de eso. Sino esto: “Un ciberataque
múltiple que golpee las redes eléctricas de grandes ciudades y los sistemas
informáticos que gestionan sus principales servicios, como el abastecimiento de
agua y los transportes”.
No se trata simplemente de
la obsesión personal del líder de una agencia civil. Las preocupaciones de los
militares no andan muy lejos. Mike Mullen, presidente del Estado Mayor de EE UU
entre 2007 y 2011, declaró lo siguiente el año pasado: “Nosotros estamos
expuestos a dos amenazas existenciales. Una, es el arsenal nuclear ruso. Pero
creo que eso lo tenemos muy bien controlado. La otra son los ciberataques. El
desafío, para mí y muchos otros líderes, es realmente comprender esto. Ya no
podemos delegar este asunto a algún sector de nuestras estructuras. Tenemos que
comprender para poder tomar decisiones, invertir. Este desafío está destinado a
crecer”.
Los ciberataques son el
primero de una serie de desafíos a la seguridad global que exceden las nociones
tradicionales y que, según muchos expertos, van a tener un creciente
protagonismo este siglo. “Un ciberataque puede, de alguna manera, ser
considerado una suerte de arma de destrucción masiva", comenta Richard
Gowan, subdirector del Centro sobre Cooperación Internacional de la
Universidad de Nueva York. El desarrollo vertiginoso de la biotecnología también abre un nuevo frente repleto de incógnitas.
En otro orden conceptual, factores fuera del control de los Estados también
pueden exacerbar tensiones. Uno de ellos es el cambio climático, que amenaza con ahondar las fricciones por el
acceso a los recursos y facilitar conflictos. La conferencia
de Seguridad de Múnich, que se celebra este fin de semana, dedica desde hace
algunos años un creciente espacio a estas amenazas que se suman o exacerban a
las tradicionales. A continuación, algunas reflexiones sobre ellas.
CIBERATAQUES
La pesadilla de Mueller y
Mullen todavía no se ha materializado en ningún país. “Hasta ahora,
afortunadamente no se han producido ciberataques a escala completa. Solo hemos
visto episodios”, comenta Liina Areng, asesora de Relaciones Internacionales
del Centro
de Excelencia para Ciberdefensa de la OTAN, ubicado en Estonia. Sin
embargo, algunos de esos episodios son muy instructivos. Precisamente en
Estonia, el 26 de abril de 2007, las webs de las principales
instituciones del Estado fueron acribilladas por una lluvia de mensajes basura procedentes
de ordenadores de medio mundo que colapsó su capacidad de funcionamiento.
Posteriores oleadas de ataques se abatieron sobre webs de bancos,
periódicos, compañías de telecomunicación y ministerios durante al menos dos
semanas. El episodio se produjo poco después del traslado, del centro de Tallín
a las afueras, de un monumento a los caídos soviéticos. No paralizó el país,
pero asustó bastante.
“El ciberterrorismo, una
campaña de ataques a infraestructuras civiles críticas, que son las más
vulnerables, es algo relativamente fácil de lograr. No hacen falta enormes
recursos. Es una amenaza creciente, más realista que una auténtica ciberguerra
entre potencias”, dice Areng, que fue consejera de ciberseguridad del
ministerio de Defensa estonio.
Las fuerzas armadas de las
principales potencias llevan años preparándose en este dominio, pero la
protección de todos los centros civiles que permiten el normal acontecer de la
vida moderna –bolsas de valores, bancos, telecomunicaciones, redes eléctricas,
acueductos, transportes, etc.- es un auténtico desafío. “Es necesaria mucha
cooperación. Entre Estados, entre público y privado y entre privados. Nadie
tiene la capacidad para controlar todo lo que ocurre, desde donde puede llegar
la amenaza. Sin embargo, todavía hay desconfianzas entre Estados que impiden un
flujo de información optimo”, observa Areng.
CAMBIO CLIMÁTICO
Los expertos en seguridad
definen el cambio climático como un ‘multiplicador de amenazas’, un factor que,
por ejemplo, exacerba las tradicionales tensiones por los recursos hídricos, la
producción energética y alimentar. Cleo Paskal, analista del centro de
estudios Chatham House especializada en la materia, ofrece un buen ejemplo
relacionado con el excepcionalmente caluroso verano ruso de 2010. “Los
terribles fuegos que se propagaron ese año tuvieron graves repercusiones en la producción de trigo, del que Rusia es gran
exportadora. Eso causó una subida en los precios. El aumento de los precios de
los productos alimentarios básicos como el pan fue uno de las causa clave del
estallido del malestar social en varios países árabes [a partir de finales de
2010], que a su vez ha provocado un auténtico terremoto geoestratégico”,
comenta Paskal.
La pugna por el agua y la
energía es consustancial a la historia humana, pero el aumento demográfico y la
salida de la pobreza de centenares de millones de personas –con su
correspondiente cambio de praxis de consumo, alimentación, etc.- incrementan de
por sí la presión sobre los recursos. Varios países ya están comprando o
alquilando tierras en otras regiones para reducir su dependencia alimentaria.
El cambio climático amenaza con multiplicar esas tensiones, afectando la disponibilidad
de agua dulce –necesaria para la agricultura pero también para la producción de
energía (la hidroeléctrica, naturalmente, pero también la nuclear)- provocando
desastres naturales que destruyen infraestructuras y cosechas y, en definitiva,
transformando muchas constantes en variables, algo peligroso para la
estabilidad.
En otro orden de asuntos,
señala Paskal, el deshielo del ártico está abriendo nuevas fronteras y el
acceso a nuevos recursos, cuya conquista se antoja potencialmente conflictiva;
la subida del nivel de los mares amenaza con hacer desaparecer islas que
otorgan a sus respectivos Estados derechos marítimos sobre amplias extensiones.
BIOTECNOLOGÍA
Varios otros asuntos
despiertan la inquietud de los expertos. Gowan apunta uno: “Hemos hecho
progresos en los últimos años para enfrentarnos a pandemias. La experiencia de
la gripe aviar ha fomentado avances y cooperación. Pero, en cambio, creo que no
estamos tan preparados para el terrorismo biológico. Los avances de la
industria biotech son increíblemente rápidos y complejos. Es un área con
poca legislación internacional. Esto es algo acerca de que las agencias
occidentales piensan bastante”. Si las tradicionales armas químicas asustan,
las futuras armas biológicas aterran.
Andrea Rizzi
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