Guy Sorman defiende que el siglo
XXI no será de dominio asiático sino occidental. Es decir, defiende lo
contrario de lo que todos oímos y leemos a todas horas.
Lo importante es el argumento
principal para defender esa opinión: la razón del predominio económico y cultural
de occidente está en dos condiciones de la convivencia en los países occidentales:
el Estado de Derecho y la paz (no lo dice el artículo pero todos sabemos que
China sigue siendo una dictadura y –esto sí lo dice el artículo- hay una
elevada probabilidad de conflicto bélico en Asia).
Es el principal argumento pero no
el único que utiliza. Otros se refieren aspectos de competitividad, a costes
salariales, a innovaciones tecnológicas, etc.
La
recuperación de Occidente
La ventaja relativa de la producción en masa en
países lejanos disminuye cada día que pasa, y los chinos y los indios no se
percatan de ello
Si nos centramos demasiado en las estadísticas
económicas a corto plazo, corremos el riesgo de pasar por alto las tendencias a
largo plazo de nuestras sociedades y los cambios radicales del mundo. Si
escuchamos a los analistas de la actualidad cotidiana y a los vendedores de
profecías baratas, nos aseguran que Occidente está en crisis y que el siglo
pertenecerá a Asia. Aquí plantearé lo contrario, no por espíritu de
contradicción, sino porque me parece que el futuro de los países se asienta
sobre unas bases más duraderas que la marcha de la Bolsa, el tipo del Líbor, e
incluso la tasa de crecimiento anual. ¿Qué es lo esencial a la larga? El Estado
de derecho y la paz, que son el resultado de siglos de cultura y de
experiencia.
Fijémonos en Asia: en este mismo momento, el riesgo de
que estalle una guerra entre China, Japón, las dos Coreas, Taiwan y Vietnam es
real. La guerra no es segura, pero parece posible en una civilización en la que
negociar no es una tradición, y en la que es conveniente, ante todo, no perder
el prestigio; semejante situación no va a atraer a los inversores a largo
plazo. El Estado de derecho en Asia ya no progresa; la corrupción en China, y
también en India, amilana el espíritu emprendedor de los empresarios nacionales
y todavía más el de los internacionales. En cuanto a los salarios chinos que
han contribuido a desindustrializar Occidente, aumentan con rapidez y se
vuelven menos atractivos; el peso relativo del salario en los productos
acabados determina cada vez menos la localización de una industria.
Por el contrario, los países occidentales se recuperan;
la paz es sólida en ellos, la justicia es relativamente equitativa, los
contratos se cumplen y la corrupción no es desconocida pero es mínima. Resulta
también que, simultáneamente, las innovaciones técnicas recientes propician la
recuperación de Occidente. La explotación del gas de esquisto y la perforaciónhorizontal de las reservas de petróleo, por ejemplo, restablecen paulatinamente
la independencia energética de Occidente, y en Estados Unidos, en Canadá y en
Europa hacen que bajen los precios de coste.
La robotización de la producción industrial, e incluso
de algunos servicios, y los rápidos adelantos de la reproducción en tres
dimensiones, reducen la parte salarial en los precios de coste de modo que las
deslocalizaciones ya no suponen una ventaja decisiva en el coste. Aun a riesgo
de aventurarme, preveo que esta reproducción en 3D podrá aplicarse a todos los
objetos, desde el más común al más sofisticado: ya existen reproducciones en
tres dimensiones, en estado de prototipo, capaces de construir un automóvil o
un edificio.
Es evidente que la época de la innovación técnica y
científica no ha terminado, y sabemos que, a la larga, solo la innovación y el
aumento de la productividad que genera conducen a un crecimiento superior al
incremento de la población: más variedad, más ingresos y más tiempo libre. Que
yo sepa, esas innovaciones se producen en los países occidentales, mientras que
en Asia, por el momento, se limitan a mejorar lo ya existente, no a
sustituirlo. Por todas estas razones, imagino una relocalización y una
reindustrialización en Occidente; la ventaja relativa de la producción en masa
en países lejanos disminuye cada día, y los chinos y los indios no se percatan
de ello.
En lo que respecta a la localización, también influyen
las exigencias de calidad y de rapidez de los consumidores. A ello se le suman
las expectativas de los investigadores en tecnología industrial que comprueban
que se innova más rápido cuando se controlan todas las etapas de la producción
en vez de mantenerse alejados de ellas. Evidentemente, esta recuperación de
Occidente puede verse truncada por unas políticas económicas torpes, que
desanimen a los innovadores y a los empresarios: la fiscalidad excesiva, las
trabas burocráticas insoportables, las normas ideológicas contrarias al
progreso (como la negativa francesa a explotar el gas de esquisto) y unas
especulaciones suicidas como las que casi destruyeron el sistema financiero y
bancario mundial.
Pero, en resumidas cuentas, la confianza debería
volver a Occidente porque las tendencias de peso que hemos enumerado más
arriba, lo que llamamos la historia larga, acabarán por imponerse a los
caprichos políticos, a las ideologías de circunstancias y al catastrofismo.
Apostemos, sin excesivo riesgo de equivocarnos, a que el Estado de derecho y la
paz serán la norma en Occidente; los países emergentes, lo lamentamos, todavía
están muy lejos de ello.
ABC Empresa
27.1.13 Guy Sorman
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