Nietzsche
hablaba hace ya más de un siglo de los “substitutos de Dios”. “Dios ha muerto”,
decía Nietzsche, pero anunciaba que Dios podía ser reemplazado por “substitutos”,
por entidades, referencias, valores, que pasarían a ser “Dios”, a ocupar su
lugar, a desempeñar la función de Dios. Y de esta manera, dejaríamos, decía él,
de ser seres autónomos. Esta idea nietzscheana de los “substitutos de Dios”
está brillantemente explicada en el artículo que sigue.
Pensando
en voz alta sobre Dios
"Pertenezco a una generación que ha
dejado de ser católica por el mismo motivo que lo fue la de sus padres: sin
saber por qué". Y sin embargo Dios, reflexionaba antes de perderse en el delirium
tremens por los callejones de la Lisboa vieja el mismo Fernando Pessoa que
había escrito esas palabras, aún siendo improbable, es posible. Otra época.
Otro espíritu. También, ¡ay!, otra prosa. Sobre todo, otra prosa. Aún no había
llegado el tiempo de los Richard Dawkins y sus romas miríadas de monaguillos
teófobos, los devotos predicadores del rosario positivista con su muy pacata fe
del carbonero en la ciencia y en esa risible superchería pagana, el llamado
progreso. Sin duda, lo peor de la muerte de Dios resultan ser los toscos
sucedáneos que han venido a usurpar el espacio del misterio que ocupara la
vieja religión.
¿Qué
son, si no, las oenegés y toda la ingente industria de la solidaridad y el
humanitarismo lacrimógeno que las rodea más que pobres, rudimentarias
imitaciones en cartón piedra de la liturgia y el ancestral misterio cristiano?
Como en su día el comunismo y el anarquismo, como ahora el culto a la ecología,
a la paz universal o la devoción al libre mercado, apenas esconden tras sus
dogmas en apariencia racionales y racionalistas otra cosa que no sea religión
sublimada. Húrguese un poco en la trastienda moral de su común lenguaje laico y
laicista, solo un poco, y al punto reaparecerá el ancestral afán bíblico de
redimir a la Humanidad implantando el reino de Dios en la Tierra. Torpes
intentos de secularizar la escatología cristiana, apenas eso.
Acaso
la mayor mentira de este tiempo de mentiras que nos ha tocado vivir sea la
presunción de que la nuestra es una era descreída. Nada más ajeno a la verdad.
Éste es un tiempo de dioses de todo a cien. Y sin embargo, con sus pecados, que
son muchos, la Iglesia de Cristo ha generado infinitamente menos fanáticos,
idólatras y alumbrados que ese surtido carrusel de religiones laicas, el que
lleva dos siglos pugnando por ocupar su lugar. Repárese al respecto en la
retahíla de temerarios necios que hoy mismo pretenden impartir magisterio sobre
la doctrina social del catolicismo al propio papa Francisco. Y al fondo Él,
siempre silente, siempre posible.
José
García Domínguez
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