Mitos en la historia de la ciencia. Actitud crítica y acrítica. Credulidad
y autoridad. El mito de Galileo con sus supuestos ensayos en la torre de Pisa “tapa”
las investigaciones precedentes sobre el mismo concepto: la gravedad. Newton y
la caída de la manzana, Voltaire y Euler. Einstein y su esposa. Darwin y sus
investigaciones en las Galápagos. Franklin y la electricidad.
Grandes historias de la ciencia que nunca sucedieron
Galileo nunca lanzó objetos desde la Torre de Pisa y a Newton no se le
ocurrió su teoría de la gravedad viendo caer una manzana.
La verdad siempre tiene las de perder enfrentada a una buena historia,
también en ciencia. O particularmente en ciencia, donde los laboriosos procesos
necesarios para alcanzar los resultados más fascinantes suelen carecer de la
épica habitual en los relatos de éxito. Esta es una de las enseñanzas del libro
de Alberto Martínez, Secretos de la ciencia, en el que este profesor de Historia de la Universidad de Texas en Austin
(EEUU) desmonta algunos de los mitos más populares de la historia de la
ciencia.
Una de las anécdotas más conocidas en la narración del progreso científico
coloca a Galileo Galilei en lo alto de la Torre de Pisa. Abajo observaba un
amplio grupo de estudiantes y catedráticos medievales que asumían de forma
acrítica los postulados de Aristóteles, que afirmaba que un objeto caía más
rápido cuanto mayor era su peso. Para demostrar que el venerado filósofo griego
no tenía razón, el astrónomo lanzó dos objetos de distinto peso que cayeron al
mismo tiempo y dejaron en evidencia a las luminarias que no habían sido capaces
de poner a prueba una idea errónea con 2.000 años de antigüedad.
La historia de la Torre de Pisa capturó la imaginación de la gente porque
transmitió la ilusión dramática de que, en un instante, un joven osó retar una
tradición arbitraria de siglos y gracias a un experimento exitoso mostró de
repente la verdad. Gente de tanto prestigio y un sentido crítico demostrado
como el Nobel de Física Leon Lederman asumía la historia y la consideraba el
primer gran éxito publicitario de la ciencia. Sin embargo, los hechos
comprobables no permiten afirmar que la escena sea siquiera real.
La anécdota apareció por primera vez en una biografía de Vicenzio Viviani,
el secretario que acompañó a Galileo durante sus últimos años, entre 1639 y
1642. Viviani escribió su libro entre 1654 y 1657 y describía hechos sucedidos
seis décadas antes que no presenció. Viviani decía que el astrónomo había
mencionado el experimento en su obra Dos nuevas ciencias, pero la
realidad es que allí Galileo no cita ninguna torre en concreto y se refiere
solo a experimentos del pensamiento.
En De Motu, Galileo comentaba lo absurdo de creer que si desde una
torre se lanzan dos piedras, una del doble de tamaño que la otra, cuando la más
pesada toque el suelo la otra estará aún a mitad de camino. Sin embargo, aunque
mencionaba experimentos con objetos lanzados desde torres, no habló
específicamente de la de Pisa o de experimentos concretos. Además, tampoco
existe ningún registro de estudiantes o profesores de la época que hablasen de
experimentos similares a los que llevó a cabo Galileo hacia 1590.
Por último, frente al mito de Galileo abriendo los ojos a la academia
italiana en un solo experimento espectacular, se sabe que antes de su
nacimiento otros habían trabajado con conceptos similares sobre la gravedad. En
1544, el humanista Benedetto Varchi ya escribía sobre pruebas que ponían en
duda las opiniones tradicionales que relacionaban el peso del objeto con la
velocidad de su caída; y en 1576 el matemático Giuseppe Moletti hizo
experimentos que mostraban que objetos del mismo material pero distinto peso
caían a la vez.
La ironía de este mito es, según señala Martínez, que mientras la historia
trata de ridiculizar a los filósofos que creían ciegamente en la autoridad de
Aristóteles, en realidad muestra la credulidad de gente que repite esta
historia y su disposición a creer en base a la autoridad.
Otra de las historias clásicas que desmenuza Martínez en su libro es la que
explica el momento de inspiración en que Isaac Newton parió la idea de la
gravitación universal. Parece que la fuente de este posible mito fue el propio
Newton. El 15 de abril de 1726, había cenado en su casa de Woolsthorpe con su
amigo William Stukeley. Tras la comida, salieron al jardín y el científico le
contó cómo sesenta años antes, en ese mismo lugar, obtuvo inspiración para
pensar sobre la gravitación universal al ver caer al suelo una manzana.
Esa historia llegó a oídos de Voltaire, que visitó Inglaterra en 1727 y la
difundió en sus escritos. En 1760, incluso el matemático Leonard Euler decía
que si la manzana no hubiese caído en la cabeza de Newton, seguirían viviendo
en la misma ignorancia sobre el movimiento de los objetos celestiales.
Martínez reconoce que, aunque es posible que Newton viese caer aquella
manzana, "la historia tiene la forma de un mito". Se trata, como en
el caso del experimento de Galileo con las esferas en la torre de Pisa, de una
gran transformación que sucede en un instante mágico de inspiración. Por un
lado, ni Voltaire ni otros autores que reflejaron el momento de la manzana
explicaron cuál fue su secuencia de razonamiento que le llevó de esa visión a
formular la teoría de la gravitación universal. Existen, sin embargo, numerosos
manuscritos que documentan el proceso gradual de Newton hasta llegar a una
formulación matemática que cambió el mundo.
Además, la idea de que había alguna fuerza que atraía los objetos hacia el
centro de la Tierra llevaba tiempo rondando a algunas mentes privilegiadas. En
1609, casi 60 años antes de la epifanía de Newton con la manzana, el astrónomo
alemán Johannes Kepler ya mostraba cierta comprensión sobre la gravitación y su
efecto sobre las mareas. "Si la Tierra dejase de atraer el agua hacia sí
misma, todas las aguas se elevarían y se incorporarían a la Luna [...] Por lo
tanto, si la virtud atractiva de la Luna se extiende a la Tierra se deduce con
más razón que la fuerza atractiva de la Tierra se extiende a la Luna y mucho
más allá", escribía.
Estos son solo dos ejemplos de la manera en que la ciencia construye sus
mitos y de cómo incluso científicos egregios, que saben que los descubrimientos
no suelen ser fruto de un instante mágico de inspiración, los asumen sin
cuestionarlos. En su libro, Alberto Martínez pone en duda la veracidad de otros
clásicos de la ciencia. ¿Le inspiraron a Darwin los sinsontes de las Galápagos?
¿Contribuyó la esposa de Einstein a sus teorías? ¿Hizo volar Benjamin Franklin
una cometa en una tormenta para estudiar la electricidad? Las respuestas y el
modo de conseguirlas son también una muestra de los vicios de la ciencia y de
sus virtudes.
Daniel Mediavilla / Materia
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