El autor del artículo que adjunto analiza y
valora las aportaciones de Sigmund Freud. Comienza reconociendo la enorme
importancia del gran descubrimiento de Freud: la dimensión inconsciente de nuestro psiquismo y de un método para acceder
a él. Y a continuación valora algunos de los aspectos de las ideas freudianas y
de sus repercusiones. Freud inaugura una nueva antropología (materialista,
biologista, pansexualista, determinista). Para de Prada es una antropología
inaceptable porque con ella desaparece la libertad personal, la responsabilidad
moral y porque defiende la idea de que la felicidad humana se limita a la
realización de los impulsos y deseos propios de nuestra naturaleza. De Prada
concluye afirmando que la terapéutica de Freud está ya superada y que sus ideas
deben ser entendidas como ideología. En esta última idea, la de que las
aportaciones freudianas son ideología, coincide con otros autores, por ejemplo
con K. Popper, para el que tanto las teorías de Marx como las de Freud, no
deben ser consideradas aportaciones científicas, sino ideología, es decir,
especulación, y por tanto, insustanciales y desechables (en su mayor parte)
La ideología freudiana
En 1892, en
colaboración con el doctor Breuer, el joven Sigmund Freud lograba curar, por
medio de la hipnosis, un caso de histeria, hallando de golpe en esa experiencia
los elementos fundamentales de su método. En primer lugar, la existencia del
inconsciente, una región del psiquismo humano que permanece oculta y cuya
exploración será a partir de entonces el objeto constante de su investigación.
En segundo lugar, la existencia de un trauma o causa de la neurosis, que Freud
fijó en un atropello sexual sufrido a muy temprana edad y que después fue
ampliando mucho, aunque conservando siempre su carácter sexual; trauma cuyo
ocultamiento o censura provoca en el paciente un complejo que emerge disfrazado
de neurosis. Para lograr la curación de ese mal, Freud consideraba necesaria
una reviviscencia provocada que sacase a la luz el trauma psíquico infantil
oculto en el inconsciente y obligase al paciente a «contrarreaccionar»,
permitiendo que aflorase a la conciencia. Pronto, Freud abandonaría la
hipnosis, sustituyéndola por el llamado 'psicoanálisis' y elaborando una
doctrina psicológica que incluye una peculiar visión antropológica.
Esta antropología
freudiana, heredera del materialismo empirista y del voluntarismo pesimista,
parte del presupuesto de que el hombre es un manojo de fuerzas biológicas en el
que no existe lugar para el alma, y mucho menos para la acción de la gracia. Lo
que en un principio fue una hipótesis terapéutica no tardó en convertirse en
una especie de dogmática que ve en el hombre un ser humillado y ofendido desde
la infancia, poseído por un resentimiento contra la misma naturaleza humana; y,
sobre todo, contra todo aquello que, pretendiendo regularla desde afuera
–frenos, normas y reglas, cultura, moral y religión–, la reprime y coarta.
Nadie podrá negar que en las teorías de Freud existe un núcleo aprovechable,
que consiste básicamente en la exploración de lo inconsciente psicológico, pero
toda su visión del hombre está tarada por el prejuicio del «pansexualismo».
El papel del
inconsciente como elemento determinante del comportamiento humano quizá haya
sido la idea freudiana que más ha revolucionado el pensamiento occidental. Como
técnica terapéutica, explorar el inconsciente se demostró beneficioso en la
medida en que descubría las causas de ciertos comportamientos obsesivos que
hasta entonces se consideraban incurables, mediante la confrontación con
recuerdos traumáticos que llevaban sepultados mucho tiempo. Pero la dificultad
ha residido siempre en saber si los recuerdos traumáticos que reaviva el
psicoanálisis son auténticos o se deben a autosugestión; y también si sacarlos
a la luz no puede ser en muchos casos como reabrir una herida. Sin embargo, la
principal consecuencia negativa de la exploración del inconsciente ha sido la
idea de que la inmensa mayoría de las faltas y errores de la gente se pueden
atribuir a unas causas sobre las que se tiene poco o ningún control. Así, el
psicoanálisis se ha convertido en una coartada para evitar el juicio sobre la
maldad objetiva de acciones que por su naturaleza exigen un juicio adverso.
La Libido,
para Freud, es una noción que desborda los límites del deseo sexual, para
extenderse en torno a una amplia zona concéntrica, mal delimitada o
indelimitable, que comprende por abajo todas las aberraciones del instinto y
por arriba las pasiones más nobles, desde la general simpatía de los sexos
hasta el noble afecto de la amistad, o incluso el mero apego al semejante.
Inevitablemente, la satisfacción de esta Libido inabarcable nunca puede ser
completa, al menos en lo que denominamos 'estado de civilización'. Esta visión
freudiana ha ejercido una influencia notoria en la llamada 'revolución sexual',
y también en una concepción del hombre en la que desaparece todo sentido de
responsabilidad moral, contribuyendo a la creación de un tipo de sociedad cuya
característica predominante es un progresivo desmoronamiento de sus estructuras
familiares y comunitarias, de las que el psicoanalizado se emancipa
dichosamente, para dar cumplimiento a sus deseos reprimidos.
La
conclusión que ha extraído nuestra época de las enseñanzas freudianas es que la
felicidad debe consistir en liberar al máximo estos deseos reprimidos. Algo que
la realidad desmiente; pero el psicoanálisis, tal vez superado como método de
análisis clínico, se ha convertido ya en ideología. Y ya se sabe que nuestra
época, puesta a elegir entre las ideologías y la realidad, se queda siempre con
las primeras. www.xlsemanal.com/prada www.juanmanueldeprada.com
ABC XL Semanal
7.4.13 Juan Manuel de Prada
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