Reconstrucción de un niño neandertal realizada por la Universidad de Zurich |
Este tema nos sitúa ante uno de los grandes dilemas morales a los que nos
lleva el avance de la ciencia y de la tecnología : eutanasia, eugenesia,
clonación humana, etc.
Creo que la mejor manera de abordar desde la Ética el problema de la
posible recuperación de los neandertales, si llega el caso, es el mismo que el
que podemos adoptar ante la clonación humana. Actualmente la posibilidad de la
clonación humana produce una reacción abrumadoramente mayoritaria de rechazo y
la legislación internacional se corresponde con esta sensibilidad. ¿Crear una
nueva especie humana? Sólo puede haber un interés predominante : nuestro
dominio sobre ella. Sería algo así como una especie infrahumana. Nos hace
pensar en las interesantísimas novelas y películas que han tratado el tema (Gattaca,
con los humanos “naturales” y los “no
naturales”; La Isla, etc.). La creación de una especie -o su recuperación, que viene a ser lo mismo-
nos convierte en dominadores y a la otra especie en inferior. Sería una actuación
basada en la indignidad y en la explotación.
A continuación adjunto un artículo de Javier Sampedro publicado en el
diario El País y unos muy inteligentes comentarios de Arcadi Espada publicados
en su Diario. Son los comentarios de A. Espada los que entran en los aspectos
éticos.
Neander Park
El genetista George Church plantea resucitar al
neandertal, la otra especie humana e inteligente, y formar una colonia de
individuos
Además de obstáculos técnicos, la idea se enfrenta a
dilemas éticos
El
evolucionista neoyorkino Stephen Jay Gould, fallecido en 2002, se quejaba de
que Hollywood se había pasado cien años repitiendo la misma historia de ficción
científica: el genio con más audacia que talento al que su criatura se le va de
las manos; una eterna repetición, en el fondo, del mito de Frankenstein salido
de la imaginación de Mary Shelley en 1818. Y tal vez la ciencia del mundo real
no se haya acercado más a ese cliché que ahora mismo, ante la posibilidad real
de resucitar al hombre de Neandertal, el formidable habitante de Europa y Asia
occidental que se extinguió en Gibraltar hace 30.000 años. ¿Cómo acabaría ahora
la película? ¿Cómo la remataría Mary Shelley? ¿Y usted, lector?
Lo primero
que haría falta serían unos científicos impetuosos que se propusieran resucitar
al neandertal, pero este es un asunto que ya ha saltado a la estantería de no
ficción. El genetista de Harvard George Church, que ha inventado
el marketing genético al escribir en una molécula de ADN su propio libro —Regénesis:
cómo la bilogía sintética va a reinventar la naturaleza y a nosotros mismos—,
ha propuesto no ya resucitar a un neandertal, sino a toda una cuadrilla de
ellos (ver entrevista adjunta).
Y entre los
científicos que consideran técnicamente factible la resurrección de los
neandertales —si no ahora mismo, sí en el plazo de sus vidas— milita nada menos
que Svante Pääbo, jefe de genética del Instituto Max Planck de
Antropología Evolutiva en Leipzig, líder indiscutible de la paleogenética, o
recuperación de ADN antiguo a partir de huesos fósiles, y máximo
artífice de un reto científico que se consideraba imposible hace solo unos
años: el genoma neandertal, la lectura de la secuencia (tgtaagc…) de los más de
3.000 millones de bases, o letras químicas del ADN, que portaban en el
núcleo de cada una de sus células aquellos homínidos que dominaron Europa
durante cientos de miles de años y hoy duermen el sueño fosilizado de los
justos.
Tratemos
provisionalmente de pasar por alto los problemas técnicos, algunos muy
relevantes, para preguntarnos: una vez que sepamos resucitar al neandertal, ¿deberemos
hacerlo? Ante este dilema moral caben dos clases de respuestas, la de los
sabios cínicos —lo que puede hacerse acaba haciéndose— y la de los sabios de la
realpolitik, que intentan prever escenarios y minimizar daños por si los
cínicos acaban teniendo razón, que es lo habitual.
¿Por qué
resucitar al neandertal? ¿Y por qué no hacerlo? ¿Cuáles son los riesgos,
cuántas las ventanas abiertas, cuáles las oportunidades de negocio? Lo digo en
serio: imaginen que un economista neandertal nos saca de la crisis.
En primer
lugar, la resurrección del neandertal plantea lo que podría denominarse el
dilema del ecologista. La técnica para hacerlo, por un lado, implica una
serie de manipulaciones genéticas, hibridaciones cromosómicas y clonaciones
embrionarias suficiente como para atragantar la cena de Nochebuena de cualquier
amante de la naturaleza. Por otro lado, sin embargo, ¿qué amante de la
naturaleza se opondría a la recuperación de una especie no ya en riesgo de
extinción, sino tan extinta como lo pueda estar el tiranosaurio rex? Si el amor
a la naturaleza es real, ¿no debería abarcar también a las naturalezas del
pasado y a nuestros
antecesores en el cuidado y usufructo del planeta?
Cabe
imaginar, de hecho, una postura ética que defienda no ya nuestro derecho, sino
incluso nuestro deber de recuperar a la especie. Después de 300.000 años
campando a sus anchas por Europa, los neandertales empezaron a replegarse hacia
el oeste en sospechosa coincidencia —dentro de los geológicos márgenes de error
de la paleontología— con la llegada por el este de nuestra especie, el Homo
sapiens, el último invento de la evolución de los homínidos en la
Madre África.
El repliegue
hacia el oeste de los neandertales no fue flor de un día —se prolongó por
10.000 años y se salpicó de ocasionales intercambios, y no solo comerciales—,
pero fue consistente e implacable. Hasta el extremo de que los neandertales se
extinguieron en Gibraltar, la última reserva occidental que se había librado de
nuestro acoso. La irreductible aldea del hombre antiguo. El registro fósil no
nos deja muy bien parados, y clonar al neandertal se puede interpretar como
nuestro humilde resarcimiento por haber causado su extinción.
Por supuesto
que el experimento puede salir mal, dando la razón una vez más a Mary Shelley y
a la machaconería con que Hollywood ha reincidido en su reestreno. El
neandertal podría morir en cualquier momento de su desarrollo embrionario o
fetal o, peor aún, nacer con horribles malformaciones y grandes penalidades. O
quizá naciera bien pero luego resultara ser un miserable, un psicópata, un
impertinente. Aun si todo lo anterior va bien, ¿cómo sería el humor de un
neandertal? No me digan que contaría chistes de Gibraltar.
La
resurrección del neandertal va más allá del Parque Jurásico, la novela
de 1990 en que Michael Crichton prefiguró el actual debate científico. Crichton
predijo la recuperación de ADN antiguo, su clonación en los huevos de una
especie distinta (su elección de la rana es ciertamente discutible, puesto que
los pájaros evolucionaron de los dinosaurios) y la exhibición de los resultados
en un parque de atracciones.
Pero el
neandertal va mucho más allá de un dinosaurio, porque ahora hablamos de una
especie humana, inteligente —su capacidad craneal era mayor que la nuestra— y
lo bastante sensible como para cuidar de sus enfermos y enterrar a sus muertos.
Exhibirlos en un parque de atracciones no parece una opción, ni encerrarlos en
una jaula.
Y ahora
escriban el final de la película. Y, por favor, intenten superar a Mary
Shelley.
Javier Sampedro
Arcadi Espada:
Liberada de esa
grotesca responsabilidad, la clonación del Neanderthal plantea cuestiones de
gran interés. Naturalmente el hombre puede plantearse la posibilidad de recuperar
una especie extinguida. No es preciso invocar más razones que las derivadas del
coste/beneficio. Es decir las razones que llevan a criar animales. Pero se
aprecia por simple intuición que el caso es diferente. Hay consenso científico,
aunque discutido, en considerar que el Neanderthal no pertenece a la especie
humana. No es un sapiens sapiens. Pero sí es un homo. Dado que es
cabezón, Church bromea con la posibilidad de que quizá nos ayudara a resolver
la crisis. Pero más bueno parece el Neanderthal, al menos en los cromos, para
el trabajo manual y la pelea. Quién sabe también si no sería un buen proveedor
de órganos. Supongamos que fuera un mono que entiende: solo suficientemente
listo como para obedecer. Un robot que sudara la gota gorda.
El Neanderthal,
en fin, plantea de un modo extrañamente conmovedor la difícil pregunta
habitual: qué es lo que nos hace humanos. Cuya respuesta por ahora más fiable
es que sea la capacidad de hacernos preguntas.
Arcadi Espada Diarios 24.1.13
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