24/1/13

Resucitar al neandertal



Reconstrucción de un niño neandertal realizada por la Universidad de Zurich
Muchos diarios  recogen estos días y se pronuncian sobre la posibilidad de que la especie  de los neandertales, desaparecida hace ahora unos 30.000 años, pueda ser recuperada. La ciencia estaría ya o lo estará en pocos años, en condiciones de hacerlo posible. En todos los artículos que he leído se hace referencia también a la dimensión ética de esta posibilidad científica, como queriendo decir que lo único que podría impedir llevar adelante el proyecto serían razones morales. Pero, sorprendentemente, a pesar de la insistencia en la dimensión ética, no se aporta casi ninguna razón de este tipo que se pueda utilizar como argumento en contra, curiosamente, sí se utiliza una a favor de la recuperación de los neandertales : como el homo sapiens habría sido el causante de la desaparición de los neandertales, tiene el deber de devolverles la existencia.


Este tema nos sitúa ante uno de los grandes dilemas morales a los que nos lleva el avance de la ciencia y de la tecnología : eutanasia, eugenesia, clonación humana, etc.

Creo que la mejor manera de abordar desde la Ética el problema de la posible recuperación de los neandertales, si llega el caso, es el mismo que el que podemos adoptar ante la clonación humana. Actualmente la posibilidad de la clonación humana produce una reacción abrumadoramente mayoritaria de rechazo y la legislación internacional se corresponde con esta sensibilidad. ¿Crear una nueva especie humana? Sólo puede haber un interés predominante : nuestro dominio sobre ella. Sería algo así como una especie infrahumana. Nos hace pensar en las interesantísimas novelas y  películas que han tratado el tema (Gattaca, con  los humanos “naturales” y los “no naturales”; La Isla, etc.). La creación de una especie  -o su recuperación, que viene a ser lo mismo- nos convierte en dominadores y a la otra especie en inferior. Sería una actuación basada en la indignidad y en la explotación.

A continuación adjunto un artículo de Javier Sampedro publicado en el diario El País y unos muy inteligentes comentarios de Arcadi Espada publicados en su Diario. Son los comentarios de A. Espada los que entran en los aspectos éticos.



Neander Park

El genetista George Church plantea resucitar al neandertal, la otra especie humana e inteligente, y formar una colonia de individuos

Además de obstáculos técnicos, la idea se enfrenta a dilemas éticos



El evolucionista neoyorkino Stephen Jay Gould, fallecido en 2002, se quejaba de que Hollywood se había pasado cien años repitiendo la misma historia de ficción científica: el genio con más audacia que talento al que su criatura se le va de las manos; una eterna repetición, en el fondo, del mito de Frankenstein salido de la imaginación de Mary Shelley en 1818. Y tal vez la ciencia del mundo real no se haya acercado más a ese cliché que ahora mismo, ante la posibilidad real de resucitar al hombre de Neandertal, el formidable habitante de Europa y Asia occidental que se extinguió en Gibraltar hace 30.000 años. ¿Cómo acabaría ahora la película? ¿Cómo la remataría Mary Shelley? ¿Y usted, lector?

Lo primero que haría falta serían unos científicos impetuosos que se propusieran resucitar al neandertal, pero este es un asunto que ya ha saltado a la estantería de no ficción. El genetista de Harvard George Church, que ha inventado el marketing genético al escribir en una molécula de ADN su propio libro —Regénesis: cómo la bilogía sintética va a reinventar la naturaleza y a nosotros mismos—, ha propuesto no ya resucitar a un neandertal, sino a toda una cuadrilla de ellos (ver entrevista adjunta).

Y entre los científicos que consideran técnicamente factible la resurrección de los neandertales —si no ahora mismo, sí en el plazo de sus vidas— milita nada menos que Svante Pääbo, jefe de genética del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en Leipzig, líder indiscutible de la paleogenética, o recuperación de ADN antiguo a partir de huesos fósiles, y máximo artífice de un reto científico que se consideraba imposible hace solo unos años: el genoma neandertal, la lectura de la secuencia (tgtaagc…) de los más de 3.000 millones de bases, o letras químicas del ADN, que portaban en el núcleo de cada una de sus células aquellos homínidos que dominaron Europa durante cientos de miles de años y hoy duermen el sueño fosilizado de los justos.

Pääbo, el líder de la paleogenética, avala un reto científico sin precedentes

Tratemos provisionalmente de pasar por alto los problemas técnicos, algunos muy relevantes, para preguntarnos: una vez que sepamos resucitar al neandertal, ¿deberemos hacerlo? Ante este dilema moral caben dos clases de respuestas, la de los sabios cínicos —lo que puede hacerse acaba haciéndose— y la de los sabios de la realpolitik, que intentan prever escenarios y minimizar daños por si los cínicos acaban teniendo razón, que es lo habitual.

¿Por qué resucitar al neandertal? ¿Y por qué no hacerlo? ¿Cuáles son los riesgos, cuántas las ventanas abiertas, cuáles las oportunidades de negocio? Lo digo en serio: imaginen que un economista neandertal nos saca de la crisis.

En primer lugar, la resurrección del neandertal plantea lo que podría denominarse el dilema del ecologista. La técnica para hacerlo, por un lado, implica una serie de manipulaciones genéticas, hibridaciones cromosómicas y clonaciones embrionarias suficiente como para atragantar la cena de Nochebuena de cualquier amante de la naturaleza. Por otro lado, sin embargo, ¿qué amante de la naturaleza se opondría a la recuperación de una especie no ya en riesgo de extinción, sino tan extinta como lo pueda estar el tiranosaurio rex? Si el amor a la naturaleza es real, ¿no debería abarcar también a las naturalezas del pasado y a nuestros antecesores en el cuidado y usufructo del planeta?

La especie se extinguió en Gibraltar hace 30.000 años

Cabe imaginar, de hecho, una postura ética que defienda no ya nuestro derecho, sino incluso nuestro deber de recuperar a la especie. Después de 300.000 años campando a sus anchas por Europa, los neandertales empezaron a replegarse hacia el oeste en sospechosa coincidencia —dentro de los geológicos márgenes de error de la paleontología— con la llegada por el este de nuestra especie, el Homo sapiens, el último invento de la evolución de los homínidos en la Madre África.

El repliegue hacia el oeste de los neandertales no fue flor de un día —se prolongó por 10.000 años y se salpicó de ocasionales intercambios, y no solo comerciales—, pero fue consistente e implacable. Hasta el extremo de que los neandertales se extinguieron en Gibraltar, la última reserva occidental que se había librado de nuestro acoso. La irreductible aldea del hombre antiguo. El registro fósil no nos deja muy bien parados, y clonar al neandertal se puede interpretar como nuestro humilde resarcimiento por haber causado su extinción.

El experimento puede no salir bien y provocar grandes malformaciones

Por supuesto que el experimento puede salir mal, dando la razón una vez más a Mary Shelley y a la machaconería con que Hollywood ha reincidido en su reestreno. El neandertal podría morir en cualquier momento de su desarrollo embrionario o fetal o, peor aún, nacer con horribles malformaciones y grandes penalidades. O quizá naciera bien pero luego resultara ser un miserable, un psicópata, un impertinente. Aun si todo lo anterior va bien, ¿cómo sería el humor de un neandertal? No me digan que contaría chistes de Gibraltar.

La resurrección del neandertal va más allá del Parque Jurásico, la novela de 1990 en que Michael Crichton prefiguró el actual debate científico. Crichton predijo la recuperación de ADN antiguo, su clonación en los huevos de una especie distinta (su elección de la rana es ciertamente discutible, puesto que los pájaros evolucionaron de los dinosaurios) y la exhibición de los resultados en un parque de atracciones.

Pero el neandertal va mucho más allá de un dinosaurio, porque ahora hablamos de una especie humana, inteligente —su capacidad craneal era mayor que la nuestra— y lo bastante sensible como para cuidar de sus enfermos y enterrar a sus muertos. Exhibirlos en un parque de atracciones no parece una opción, ni encerrarlos en una jaula.

Y ahora escriban el final de la película. Y, por favor, intenten superar a Mary Shelley.

Javier Sampedro




Arcadi Espada:
Liberada de esa grotesca responsabilidad, la clonación del Neanderthal plantea cuestiones de gran interés. Naturalmente el hombre puede plantearse la posibilidad de recuperar una especie extinguida. No es preciso invocar más razones que las derivadas del coste/beneficio. Es decir las razones que llevan a criar animales. Pero se aprecia por simple intuición que el caso es diferente. Hay consenso científico, aunque discutido, en considerar que el Neanderthal no pertenece a la especie humana. No es un sapiens sapiens. Pero sí es un homo. Dado que es cabezón, Church bromea con la posibilidad de que quizá nos ayudara a resolver la crisis. Pero más bueno parece el Neanderthal, al menos en los cromos, para el trabajo manual y la pelea. Quién sabe también si no sería un buen proveedor de órganos. Supongamos que fuera un mono que entiende: solo suficientemente listo como para obedecer. Un robot que sudara la gota gorda.

El Neanderthal, en fin, plantea de un modo extrañamente conmovedor la difícil pregunta habitual: qué es lo que nos hace humanos. Cuya respuesta por ahora más fiable es que sea la capacidad de hacernos preguntas.

Arcadi Espada Diarios  24.1.13





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