Stuart Mill, J. Locke, Hume,
Smith,Voltaire, Popper, I. Berlin, son nombres asociados al liberalismo. El
liberalismo es inseparable de la defensa de la libertad individual como valor
central y como consecuencia defiende radicalmente la democracia y los derechos
humanos así como la reducción de la presencia del estado en la gestión de la
sociedad. Torticeramente algunas opciones políticas se reclaman liberales, pero
no se ajustan al liberalismo: neoliberalismo, etc. Esta es uno de los detalles
a tener en cuenta en relación al término “liberalismo” actualmente: el de la
desnaturalización o confusión de su concepto, de forma que políticas que no
responden a la esencia de lo que es el liberalismo se proclaman liberales.
Liberales y liberales
En el liberalismo no hay verdades reveladas. Hay ciertas ideas básicas que
lo definen —la libertad como valor supremo en todos los campos—, pero no
fórmulas rígidas para ponerlas en práctica
Como los seres humanos, las
palabras cambian de contenido según el tiempo y el lugar. Seguir sus
transformaciones es instructivo, aunque, a veces, como ocurre con el vocablo
“liberal”, semejante averiguación puede extraviarnos en un laberinto de dudas.
En el Quijote y la literatura de
su época la palabra aparece varias veces. ¿Qué quiere decir allí? Hombre de
espíritu abierto, bien educado, tolerante, comunicativo; en suma, una persona
con la que se puede simpatizar. En ella no hay connotaciones políticas ni
religiosas, sólo éticas y cívicas en el sentido más ancho de ambas palabras.
A fines del siglo XVIII este
vocablo cambia de naturaleza y adquiere matices que tienen que ver con las ideas
sobre la libertad y el mercado de los pensadores británicos y franceses de la
Ilustración (Stuart Mill, Locke, Hume, Adam Smith, Voltaire). Los liberales
combaten la esclavitud y el intervencionismo del Estado, defienden la propiedad
privada, el comercio libre, la competencia, el individualismo y se declaran
enemigos de los dogmas y el absolutismo.
En el siglo XIX un liberal es
sobre todo un librepensador: defiende el Estado laico, quiere separar la
Iglesia del Estado, emancipar a la sociedad del oscurantismo religioso. Sus
diferencias con los conservadores y los regímenes autoritarios generan a menudo
guerras civiles y revoluciones. El liberal de entonces es lo que hoy
llamaríamos un progresista, defensor de los derechos humanos (desde la
Revolución Francesa se les conocía como los Derechos del Hombre) y la democracia.
Con la aparición del marxismo y
la difusión de las ideas socialistas, el liberalismo va siendo desplazado de la
vanguardia a una retaguardia, por defender un sistema económico y político —el
capitalismo— que el socialismo y el comunismo quieren abolir en nombre de una
justicia social que identifican con el colectivismo y el estatismo. (No en
todas partes ocurre esta transformación de la palabra liberal. En Estados
Unidos un liberal es todavía un radical, un socialdemócrata o un socialista a
secas). La conversión de la vertiente comunista del socialismo al autoritarismo
empuja al socialismo democrático al centro político y lo acerca —sin juntarlo—
al liberalismo.
En nuestros días, liberal y
liberalismo quieren decir, según las culturas y los países, cosas distintas y a
veces contradictorias. El partido del tiranuelo nicaragüense Somoza se llamaba
liberal y así se denomina, en Austria, un partido neofascista. La confusión es
tan extrema que regímenes dictatoriales como los de Pinochet en Chile y de
Fujimori en Perú son llamados a veces “liberales” o “neoliberales” porque
privatizaron algunas empresas y abrieron mercados. De esta desnaturalización de
lo que es la doctrina liberal no son del todo inocentes algunos liberales
convencidos de que el liberalismo es una doctrina esencialmente económica, que
gira en torno del mercado como una panacea mágica para la resolución de todos
los problemas sociales. Esos logaritmos vivientes llegan a formas extremas de
dogmatismo y están dispuestos a hacer tales concesiones en el campo político a
la extrema derecha y al neofascismo que han contribuido a desprestigiar las
ideas liberales y a que se las vea como una máscara de la reacción y la
explotación.
Dicho esto, es verdad que algunos
gobiernos conservadores, como los de Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret
Thatcher en el Reino Unido, llevaron a cabo reformas económicas y sociales de
inequívoca raíz liberal, impulsando la cultura de la libertad de manera
extraordinaria, aunque en otros campos la hicieran retroceder. Lo mismo podría
decirse de algunos gobiernos socialistas, como el de Felipe González en España
o el de José Mujica en Uruguay, que, en la esfera de los derechos humanos, han
hecho progresar a sus países reduciendo injusticias inveteradas y creando
oportunidades para los ciudadanos de menores ingresos. (…)
Hay ciertas ideas básicas que
definen a un liberal. Que la libertad, valor supremo, es una e indivisible y
que ella debe operar en todos los campos para garantizar el verdadero progreso.
La libertad política, económica, social, cultural, son una sola y todas ellas
hacen avanzar la justicia, la riqueza, los derechos humanos, las oportunidades
y la coexistencia pacífica en una sociedad. Si en uno solo de esos campos la
libertad se eclipsa, en todos los otros se encuentra amenazada.
Esas controversias han hecho del liberalismo
la doctrina que más ha contribuido a mejorar la coexistencia social
Los liberales creen que el Estado
pequeño es más eficiente que el que crece demasiado, y que, cuando esto último
ocurre, no sólo la economía se resiente, también el conjunto de las libertades
públicas. Creen asimismo que la función del Estado no es producir riqueza, sino
que esta función la lleva a cabo mejor la sociedad civil, en un régimen de
mercado libre, en que se prohíben los privilegios y se respeta la propiedad
privada. La seguridad, el orden público, la legalidad, la educación y la salud
competen al Estado, desde luego, pero no de manera monopólica sino en estrecha
colaboración con la sociedad civil.
Estas y otras convicciones
generales de un liberal tienen, a la hora de su aplicación, fórmulas y matices
muy diversos relacionados con el nivel de desarrollo de una sociedad, de su
cultura y sus tradiciones. No hay fórmulas rígidas y recetas únicas para
ponerlas en práctica. Forzar reformas liberales de manera abrupta, sin consenso,
puede provocar frustración, desórdenes y crisis políticas que pongan en peligro
el sistema democrático. Este es tan esencial al pensamiento liberal como el de
la libertad económica y el respeto a los derechos humanos. Por eso, la difícil
tolerancia —para quienes, como nosotros, españoles y latinoamericanos, tenemos
una tradición dogmática e intransigente tan fuerte— debería ser la virtud más
apreciada entre los liberales. Tolerancia quiere decir, simplemente, aceptar la
posibilidad del error en las convicciones propias y de verdad en las ajenas.
Es natural, por eso, que haya
entre los liberales discrepancias, y a veces muy serias, sobre temas como el
aborto, los matrimonios gay, la descriminalización de las drogas y otros. Sobre
ninguno de estos temas existe una verdad revelada liberal, porque para los
liberales no hay verdades reveladas. La verdad es, como estableció Karl Popper,
siempre provisional, sólo válida mientras no surja otra que la califique o
refute. Los congresos y encuentros liberales suelen ser, a menudo, parecidos a
los de los trotskistas (cuando el trotskismo existía): batallas intelectuales
en defensa de ideas contrapuestas. Algunos ven en ello un rasgo de inoperancia
e irrealismo. Yo creo que esas controversias entre lo que Isaías Berlin llamaba
“las verdades contradictorias” han hecho que el liberalismo siga siendo la
doctrina que más ha contribuido a mejorar la coexistencia social, haciendo
avanzar la libertad humana.
Mario Vargas Llosa 25.1.14
No hay comentarios:
Publicar un comentario