El
concepto de genocidio. Variantes del genocidio. Proceso de clarificación del
concepto. El genocidio armenio, el genocidio soviético en Ucrania, y el
genocidio nazi. Jurisdicción universal. Tribunal Internacional de Justicia. Crimen
contra la humanidad. Núremberg.
Rafael Lemkin: la soledad del justo
El
ataque contra un grupo humano equivale a atentar contra la humanidad. El hombre
que dedicó su vida a alzar barreras jurídicas contra las matanzas luchó para
que el genocidio fuera un delito internacional
En
el principio, estuvo la sensibilidad. En la autobiografía de Rafael Lemkin
(1900-1959), destaca la excepcional continuidad entre sus vivencias juveniles y
el enorme esfuerzo teórico y personal que desarrolló hasta su muerte, buscando
alzar una barrera jurídica eficaz contra las matanzas del siglo.
Lemkin
es primero un niño judeo-lituano que pasa horas solitario viviendo “con el
ritmo de la naturaleza”, se conmueve con la persecución de los cristianos en Quo
vadis? y disfruta de la convivencia pacífica de grupos étnicos en su lugar
natal, al este de Polonia, no lejos de los pogromos del Imperio ruso. Luego, a
pesar de la conmoción provocada por los ejércitos que lo cruzan en la Gran
Guerra y en la sucesiva sovieto-polaca, el esfuerzo de destrucción se centró en
los ejércitos, no en la población civil. Distinción capital. De ahí el
sobresalto que le provoca, ya en los años 20, saber que durante la guerra, los
militares nacionalistas turcos exterminaron en Anatolia a cientos de miles de
armenios. Para el joven Lemkin, el descubrimiento llega gracias a las
declaraciones y a los documentos exhibidos en el proceso celebrado en Alemania
contra un joven armenio que mató en la calle a Talaat Pashá, el ministro
otomano que en abril de 1915 puso en marcha el asesinato de un pueblo.
El
22 de agosto de 1939, al dar instrucciones a sus generales para la invasión,
Adolf Hitler asienta su proyecto de conquista y destrucción de Polonia sobre un
antecedente bien concreto: “¿Quién se acuerda del aniquilamiento (Vernichtung)
de los armenios? La sensibilidad de Lemkin ante el mismo episodio histórico, su
sentido de la justicia, le lleva a una conclusión opuesta: al considerar la
eliminación deliberada de cientos de miles de inocentes, “me di cuenta de que una
ley contra este tipo de asesinatos raciales o religiosos debía ser adoptada por
el mundo”. Había adivinado con antelación la lógica de Hitler, expuesta en la
reunión de 1939: no era su objetivo mover unas fronteras, sino aniquilar
físicamente al adversario “para conquistar el espacio vital que precisamos”.
Análoga voluntad de exterminio aplicará a los judíos. Hitler y Lemkin coinciden
al elegir como antecedente histórico a Gengis Khan.
La
prueba de que hay delitos que nos afectan a todos es el Holocausto, el mayor
crimen del siglo XX
Por
reacción ante la tragedia armenia, el filólogo Lemkin cede paso al jurista. El
resto de su vida se dedicará a dar consistencia conceptual y normativa al que en
1941 Churchill llamó “el crimen sin nombre”, confiando en difundir la
conciencia generalizada de que no se trataba del problema específico del país
donde suceden los hechos, dado que tales masacres premeditadas conciernen a
toda la humanidad. Cada grupo nacional, racial, religioso o étnico forma parte
del “cosmos humano” y su destrucción, total o parcial, afecta a todos: “Cuando
una nación es destruida, no es la carga de un barco lo que es destruido, sino
una parte sustancial de la humanidad, con una herencia espiritual que toda la
humanidad comparte”.
El
holocausto fue el crimen colectivo de mayor entidad en el siglo XX, la trágica
prueba de esa necesidad. No el único. Por otra parte, de ceñirnos a la
dimensión homicida de los crímenes contra la humanidad, será imposible percibir
que los mismos resultan de unos antecedentes, de unas ideologías y de unos
intereses asesinos, convergentes en el caso del nazismo, y que además el
exterminio puede asumir otras dimensiones, tales como la cultura de un pueblo o
la destrucción de sus elites. La gestación del concepto de genocidio
requería aunar la precisión con la complejidad.
Convertido
ya en jurista relevante dentro de su país, Lemkin abordó una primera
sistematización de sus ideas al enviar un informe a la Conferencia de
Unificación del Derecho Penal, celebrada en Madrid en 1933. Al percibir la
carga en profundidad contenida en la ponencia, justo cuando Varsovia buscaba la
amistad de Hitler, el ministerio polaco impidió su asistencia. En el texto, el
tanteo terminológico es aun visible, si bien los contenidos resultan
inequívocos. Lemkin habla de “barbarie” y de “vandalismo”. Ambos conceptos se
encuentran asociados. El primero remite a “acciones exterminadoras” por motivos
“políticos y religiosos” de variada índole: masacres, pogromos, “acciones
emprendidas para arruinar la existencia económica de los miembros de una
colectividad”. La última frase alude de forma críptica a un genocidio concreto,
el decidido por Stalin contra Ucrania en 1932-33, tema aun hoy muy vivo, donde
las brutales requisas de grano provocan millones de muerte por hambre, y de
paso, según la pauta leninista de 1921, tiene lugar la eliminación de los
intelectuales. No se trata, como en el Gran Salto Adelante maoista de un
monumental error, sino de un designio de aniquilamiento. Es lo que
individualizará al genocidio. De forma complementaria, el “vandalismo” anticipa
la noción de genocidio cultural.
Tales
delitos no son propuestos para castigar, sino para impedir que se produzcan
mediante su tipificación en el Derecho Internacional, al tener conocimiento los
posibles criminales de que su acción no quedaría impune. La misma propuesta
formulará en 1942 Lemkin a Roosevelt para frenar el judeocidio de Hitler,
“Paciencia”, respondió el presidente. De haber sido aprobada la iniciativa de
Lemkin, las condenas de Nuremberg no se hubieran pronunciado sobre el terreno
movedizo de normas establecidas ex post facto.
Los
grandes exterminios de la historia se derivan de un designio de aniquilamiento
En
1939, una azarosa huida desde Varsovia a Estados Unidos le permitió emprender
la campaña contra los crímenes nazis. Pudo entregarse a la investigación para
comprobar su hipótesis de que las políticas de exterminio incluyen una
sobreexplotación económica, con el fin de reemplazar a los pueblos sometidos
por la raza dominante. Lo mismo que Hitler ordenaba realizar a sangre y fuego
en agosto de 1939. En 1944 publica El poder del Eje en la Europa ocupada,
que ve nacer el término “genocidio”, presente ya en las acusaciones de
Nuremberg. Los ingleses lo rechazarán, ejerciendo una oposición permanente a su
aprobación y regulación. “Nuevas concepciones exigen nuevos términos”, responde
Lemkin. Genocidio es “la puesta en práctica de acciones coordinadas que tienden
a la destrucción de los elementos decisivos de la vida de los grupos
nacionales, con la finalidad de su aniquilamiento”.
De
ahí el reconocimiento de las variantes religiosa, política, cultural, del
genocidio; las dos últimas serán rechazadas con sello británico, en un ambiente
donde las principales potencias parecían satisfechas con la sentencia de
Nuremberg, que no utilizó el término. Lemkin tuvo que emplearse a fondo, en una
interminable serie de contactos personales, para que en 1948 la Asamblea de la
ONU aprobase la Convención contra el genocidio, y luego fuera ratificado país
por país.
Distribuidas
en varios centros, quedan veinte mil páginas inéditas de Lemkin, incluida una
historia del genocidio y de los colonialismos genocidas, con acentos lascasianos,
a partir de su visión del tratamiento del Este europeo por Hitler (o por
Mussolini en Etiopía) como colonia de poblamiento para los conquistadores y de
despoblación forzada para los autóctonos. Había sido el patrón aplicado por
Hitler para la germanización de Polonia.
Todo
confluía hacia la exigencia de una jurisdicción universal, esbozada como
“interestatal” ya en 1933. La Convención contra el Genocidio hizo nacer el
Tribunal Internacional de Justicia, de acuerdo con la idea lemkiana de que el
ataque contra un grupo humano equivale a atentar contra la humanidad, y por
ello la ley contra el genocidio debiera ser adoptada “por todas las naciones
del mundo”. El genocidio, escribió en 1946, “debe ser considerado un crimen
internacional”. En definitiva, implicaba un enfrentamiento “del mundo consigo
mismo”.
El
tiempo del holocausto había sido de terrible sufrimiento para Lemkin, con la
muerte de sus padres en Auschwitz; más tarde, en plena guerra fría, aunque
confirmara su vocación de soledad, peor fue el aislamiento padecido. En los
años 50, apartado del puesto universitario en Yale, se consagró por entero a la
lucha por su causa, hundiéndose en la pobreza. Un infarto puso fin a su vida en
1959. “Creer en una idea exige vivirla”, escribió y cumplió siguiendo a
Tolstoi.
Antonio
Elorza es catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de
Madrid.
http://elpais.com/elpais/2014/01/31/opinion/1391180582_409135.html
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