Se agradecen artículos como el de Araceli Mangas en el que se analiza parte
de nuestra historia desde la Primera Guerra Mundial hasta ahora. Identificación
entre los nacionalismos nazi y fascista y el totalitarismo comunista. Evolución
muy positiva por haber sido capaces de crear estructuras, como la de las
Naciones Unidas, que han hecho posible afrontar los problemas y conflictos
mediante el diálogo y abandonando el uso de la fuerza y avanzar en nuestras
condiciones de vida económicas y de libertad (“Naciones Unidas hizo posible que
casi dos tercios de la Humanidad se liberaran de la opresión política y
explotación económica”). Europa, que sigue siendo referencia positiva en muchos
aspectos –modelo jurídico-político y solidaridad-, se va consolidando como una unión de estados. El
peligro para Europa es el del avance de “los tribalismos insurrectos”:
nacionalismos de ultraderecha, populismo y nacionalismos independentistas.
GRANDES ANIVERSARIOS
Europa, 1914-2014
La autora analiza los cambios que
se han producido en Europa desde la IGM, que en 2014 cumple 100 años. Sostiene
que era necesario que las organizaciones internacionales empezaran a buscar el
bien común.
2014 ES el centenario de la Primera Guerra Mundial, el 75º aniversario de la
Segunda Guerra Mundial y el cuarto de siglo desde la caída del muro de Berlín.
Una fecha, como la que comenzamos a vivir en estos días, dará pie a
conmemoraciones que aportarán emociones y reflexiones. Se ha dicho que el siglo
XX fue breve por comenzar en 1914 con la Gran Guerra y terminar con la caída
del muro de Berlín en 1989.
Sin entrar en pormenores del Tratado de Versalles de 1919, es ampliamente
aceptado que las condiciones impuestas al vencido pueblo alemán fueron un error
de consecuencias trágicas. Fueron no menos determinantes el nacionalismo nazi y
fascista y de su misma ralea inmoral el totalitarismo comunista. Otros factores
que no frenaron la gestación de la siguiente guerra fue la falta de
representatividad de la Sociedad de las Naciones creada por aquel Tratado
(Estados Unidos impulsó su creación pero no quiso formar parte, Rusia-URSS fue
expulsada por invadir Finlandia y un centenar de pueblos estaban sometidos a
dominación colonial), así como la ausencia de poderes coercitivos de su Consejo
y la falta de determinación para reconocer como ilícito la amenaza o el uso de
la fuerza, lo que fue corregido en la Carta de Naciones Unidas.
El horror vivido en la Segunda Guerra Mundial hizo que la Gran Guerra
(1914-1918) perdiera su nombre y pasara a ser la Primera (cuya tragedia fue
descrita en 1916 por la recomendable novela de Vicente Blasco Ibáñez, objeto de
dos buenas películas de gran impacto –Los cuatro jinetes del Apocalipsis–
que en 1921 protagonizó Rodolfo Valentino y en 1962 Glenn Ford y dirigió
Vincente Minelli).
Al menos hay que reconocer que desde una amplia perspectiva las cosas se
hicieron bastante mejor tras la Segunda Guerra Mundial. Sin duda, la creación
de Naciones Unidas. Aunque en España, tanto en la derecha como en la izquierda,
en los medios de comunicación y en los institutos de análisis se respira un
gran desprecio hacia Naciones Unidas (el franquismo hizo tanto daño que sigue
conformando la mente de muchos españoles de todas la ideologías), Naciones
Unidas ha evitado guerras de dimensiones parecidas a las del siglo pasado. Es
bien sabido que sus hacedores (Roosevelt y Churchill) crearon las Naciones
Unidas no para que nos condujeran al paraíso sino para que nos salvaran del
infierno. Y a fe que lo ha cumplido con éxito.
Aunque no estaba en el guión inicial, Naciones Unidas hizo posible que casi
dos tercios de la Humanidad se liberaran de la opresión política y explotación
económica, aunque para algunos de esos pueblos el cambio de gobernantes
coloniales por los autóctonos y por los neocolonialismos no les liberó ni de la
dominación ni de la rapiña de sus propios políticos.
También la llamada «familia de Naciones Unidas» (los organismos especializados
como el FMI, Banco Mundial, FAO, OIT…) y otras organizaciones internacionales,
como la Unión Europea, han permitido institucionalizar el diálogo permanente y
la cooperación internacionales como nunca se pudo imaginar en el pasado. La red
de normas internacionales multilaterales y, sobre todo, el diálogo en múltiples
foros, han sustituido a las armas para dirimir los enfrentamientos de intereses
entre Estados y aunque a veces se critica al turismo diplomático es más
digerible y saludable que la muerte en las trincheras, los campos de
prisioneros de guerra o la indignidad de los campos de concentración.
El sistema de Naciones Unidas, ideado por los vencedores contra el
nacionalismo fascista y nazi, estuvo parcialmente hibernado por el enfrentamiento
ideológico de la Guerra Fría. El fin de la bipolaridad EEUU-URSS, que se selló
con la caída del muro de Berlín, supuso el retorno al espíritu de la Carta de
San Francisco y al mayor entendimiento global y cooperación que jamás haya
existido en la Historia. Se institucionalizó la efectividad política, militar,
económica y social que representan materialmente las grandes potencias en el
Consejo de Seguridad, facilitando su diálogo y dotando de poderes coercitivos,
incluidos los militares, a su consenso.
Para Europa occidental, la postguerra en 1945 y la existencia de los
bloques le hizo rehén de la política norteamericana, supuso el fin de ser el
centro del mundo durante más de cinco siglos y pasar de ser sujeto a objeto de
las relaciones internacionales hasta 1989. En cambio, desde la postguerra fría
iniciada en 1990, la Europa reunificada ha podido iniciar un proceso para
definir su identidad política y recuperar, no el protagonismo de un tiempo que
nunca más volverá máxime por el ascenso irresistible de Asia-Pacífico, sino una
posición influyente debido a su modelo jurídico-político y de solidaridad que
es una garantía de estabilidad y polo de atracción en el mundo. Algo que los
españoles o no lo sabemos valorar o lo hemos olvidado.
Gracias a las organizaciones internacionales hay un interés evidente en
actuar de común acuerdo o aproximar al menos las posiciones en las grandes
cuestiones de paz y seguridad internacionales, incluidas las económicas.
Incluso si nos limitáramos a reflexionar comparativamente sobre la crisis
económica de 1929 –otro aniversario aunque no tan redondo como aquellos, 85
años de la Gran Depresión- y la iniciada en 2007, y estimando que la actual es
más brutal y radical que aquella, sin embargo, en el plano interno e
internacional sus consecuencias colectivas han sido muy inferiores. Ello es
gracias, por un lado, a los sistemas nacionales de bienestar que no existían en
1929 (pensiones, sanidad, educación…) y, por otro, a la red de salvación de los
organismos multilaterales internacionales y a la disposición a la cooperación
internacional entre los Estados, que no tiene comparación posible con 1929.
Entonces, la solución fue individual: el proteccionismo, el sálvese
quien pueda y la peor de las guerras conocidas por la Humanidad. En la
crisis de 2007-2014, la obsesión es que no caiga nadie y adoptar
objetivos y políticas homogéneos (Acuerdos de Basilea III, directrices de
consolidación fiscal, supervisión financiera, presión sobre los paraísos
fiscales…). Se ha evitado que la larga recesión degenere en depresión y que la solución
final a la crisis económico-financiera y de las deudas soberanas no nos
lleve a una gran guerra, cuyo número de muertos podría superar a los
desempleados en el mundo, como ya sucedió con la Segunda Guerra Mundial.
SI LOS NORTEAMERICANOS acertaron en la segunda postguerra tratando de
recuperar al pueblo y al Estado alemán y Francia confirmó esa política de
reconciliación con la Declaración Schuman (1950) y la fundación de las
Comunidades Europeas, también los europeos acertamos con el gran éxito que ha
sido para todos la reunificación alemana en 1989-1990, a pesar de los temores
franceses. La Alemania europea ha sido la gran impulsora de la profundización
de la integración desde 1990 hasta 2007 y nos da fortaleza envidiable en la
globalización.
Ya sé que la crisis actual nos hace ser críticos con Alemania. Pero sin que
los árboles nos impidan ver el bosque, Alemania ha sido una potencia ejemplar.
Ni la historia se ha repetido ni ha vuelto donde solía. Puso toda su energía en
el proyecto europeo antes y después de la caída del muro y recuperó una
influencia benéfica para ella y para la UE. Precisamente esto es lo que se le
reprocha hoy, que no mira por el conjunto, que no ejerce liderazgo europeo para
salir de la crisis y se repliega sobre sí misma.
Europa nos ha cambiado a todos. El federalismo supranacional europeo ha
transformando las relaciones de poder entre los Estados miembros; ha cambiado
nuestra percepción de la seguridad exterior; ha transformado el viejo Estado
nacional y sin eliminarlo ha diluido su poder y sus viejas formas de ejercicio
La Unión Europea, pese a sus problemas y defectos coyunturales, es el único
horizonte concebible de convivencia y bienestar para el continente. Lo único
que podemos temer hoy los europeos es el avance de los «tribalismos locales
resurrectos». Igual que en 1914 o en 1939. No imitarán la liturgia externa de
nacionalismo nazi, no, pero ultraderecha, populistas y nacionalismos
independentistas nos pueden llevar a un camino sin retorno si el electorado
europeo no recupera su determinación para hacerles frente en las elecciones de
mayo de 2014 y en las citas electorales nacionales, regionales y municipales.
Araceli Mangas es catedrática de Derecho Internacional en la Universidad Complutense de
Madrid.
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