16/11/13

La imagen de los científicos



No creo que la imagen que la gente tenga hoy de los científicos sea la imagen de una persona extravagante, disparatada, despistada, alucinada, etc. Esta podría ser la imagen corriente en otros momentos, pero no ahora. Ahora que todos accedemos a informaciones diarias o casi, sobre teorías científicas, sobre descubrimientos científicos, sobre científicos que exponen sus opiniones sobre temas o problemas diversos. En la lectura que sigue podemos informarnos sobre cómo son caracterizados algunos importantes científicos. Podría haberse hablado también de los anécdotas sobre los despistes de Tales de Mileto o sobre –y esto es más importante- sobre la religiosidad de muchos de ellos –o la indiferencia ante la religión de Darwin, por ejemplo- o sobre el valor y el esfuerzo de otros como en el caso de Ramón y Cajal.
Científicos… ¿locos?
En todas las encuestas suelen salir los científicos como los profesionales mejor valorados por la población. Sin embargo, ¿qué idea se hacen las personas de los científicos, en particular de los físicos y matemáticos? Generalmente ninguna, porque resulta abrumador el hecho de que en algunas de esas encuestas casi nadie pudiera mencionar ningún científico famoso, ni siquiera Einstein. Para colmo, cuando alguien se atreve a decir algo de ellos, la imagen que da se aproxima al científico loco de los cómics, por ejemplo los de Tintín, o a los jóvenes excéntricos y divertidos de la serie The Big Bang Theory.
A lo largo de la historia de la ciencia se encuentran protagonistas de ella que hacen trizas los arquetipos anteriores. Los hay de carácter neurótico y mezquino, como el genial Newton, y divertidos como Arquímedes, al que siempre representan riendo, quizá porque con sus inventos mantuvo a raya a toda una flota romana sin apenas causarles víctimas. Hay amantes en serie, como Schroedinger, uno de los fundadores de la mecánica cuántica, y misóginos tan exacerbados como Cavendish, el que primero midió la constante de gravitación universal, que se comunicaba con sus innumerables criadas con notas escritas para no verlas. La imagen de científico flaco e imberbe la contrarrestan jugadores de rugby como Rutherford, el descubridor del núcleo atómico, o atletas como el infausto Turing, que descifró la máquina nazi Enigma y sentó las bases de la computación moderna. Hubo físicos y matemáticos tan valientes que abandonaron sus confortables puestos para morir en las trincheras, como Moseley, quien estableció la aplicación de los rayos X, o Schwarzschild, el que intuyó los agujeros negros, y cobardes de solemnidad como el gran experimentador Stark, un nazi furibundo delator de muchos de sus colegas mucho más geniales que él y no solo judíos.
Lamentablemente, a pocas mujeres se les ha permitido dejar su huella profunda en la ciencia, pero cuando lo han hecho también han mostrado su disparidad. Marie Curie, la descubridora de la radioactividad, y Lise Meitner, la de la fisión nuclear, no pudieron tener caracteres más dispares, teniendo en común solo su disposición a hacer radiografías en los frentes de batalla enemigos para salvar vidas de jóvenes soldados. Y, por supuesto, haber sufrido intensamente a lo largo de sus vidas la injusticia de la discriminación a causa de su sexo.
A los científicos se les ve a veces como personas situadas en la cúspide de la élite social, pero que raramente tienen poder político y apenas proyección social o cultural. Suele ser así, pero solo aparentemente. Lavoisier, padre de la química moderna, tuvo tanta influencia política y económica que fue protagonista destacado de la Revolución Francesa. Alguna de sus actividades le costó la cabeza, aunque muy poco después de que la guillotina hiciera su labor ya hubo lamentos expresados como que haría falta mucho tiempo para que en Francia creciera otra cabeza tan poderosa como la suya. La revista Time hizo una gran encuesta sobre el personaje más influyente del siglo XX. Entre políticos del poderío de Stalin, Hitler o Lenin, pensadores de toda laya, escritores famosos y todos los papas, ganó destacadamente Albert Einstein.
A pesar de la singular fama de Einstein, hubo científicos que de manera mucho más discreta ejercieron un poder formidable. El más notable entre ellos quizá fuera Niels Bohr, el diseñador del átomo que puso muchos ladrillos fundamentales de la mecánica cuántica y el núcleo atómico. Fuera de los focos y los micrófonos, practicó la conversación. Las conversaciones de Bohr con los jóvenes más brillantes de Europa y la Unión Soviética así como con los presidentes de naciones tan poderosas como los Estados Unidos, dieron frutos sorprendentes. Y tan inquietantes que casi le cuestan si no la vida sí la libertad, al menos esa fue la recomendación de Churchill a Roosevelt.
A veces se identifican los científicos con los inventores, y no han faltado razones para ello. Lo que es menos conocido es que los enfrentamientos entre los más grandes fueron encarnizados. La electrificación fue uno de los desarrollos científicos y técnicos más esplendorosos que vivió la humanidad. El avispado Edison y el genial Tesla protagonizaron una de las guerras más incruentas y pasmosas que hayan tenido lugar: la guerra de las corrientes, es decir, la lucha por la implantación de la corriente alterna o la corriente continua. Las únicas víctimas que se cobró tal conflicto fueron animales, sobre todo perros, aunque no faltó algún elefante, y la única secuela negativa fue la siniestra silla eléctrica. (…)
Se supone que antes de crearse las grandes instituciones científicas en universidades, academias y sociedades que profesionalizaron a los científicos, la ciencia había sido cosa de ricos ociosos. Así fue en muchos casos, pero no fueron raros los que lograron grandes descubrimientos siendo simples maestros, como Dalton, o partiendo de orígenes humildes como Faraday. Algunos recibieron honores como los otorgados a lord Kelvin y otros vivieron en la continua zozobra de la miseria y la persecución como el pequeño e infausto Kepler.
Los científicos se conciben a veces como personajes recluidos en torres de marfil aislados de su entorno, y algunos ha habido como Dirac, el primero que fusionó dos grandes teorías del siglo XX: la mecánica cuántica y la relatividad especial, pero no faltaron hombres de mundo como Leibniz, que además de inventar el portentoso cálculo infinitesimal fue diplomático muñidor de grandes acuerdos internacionales entre infinidad de actividades sociales, políticas y económicas. Otro esquema mental es el de la generosidad y desprendimiento de los científicos, lo cual no está falto de fundamento, pero a muchos sorprende que el mismísimo Galileo, uno de los creadores de la ciencia moderna, buscara continuamente la fama y el provecho pecuniario de sus descubrimientos.
Ni siquiera es general el disfrute del reconocimiento y el honor otorgado a los grandes descubridores: el políticamente conservador que puso la semilla de la mecánica cuántica, Planck, tuvo que padecer la tortura y la ejecución de su hijo implicado en el intento de asesinato de Hitler, y Boltzmann se ahorcó como colofón de las depresiones causadas por la no aceptación de su teoría atómica.
¿Qué ha unido a gente tan dispar en la historia? La curiosidad, el tesón y la pasión por el trabajo riguroso y bien hecho (…)
Manuel Lozano Leyva
 

2 comentarios:

  1. Un artículo muy interesante, no me había planteado nunca este tipo de cosas pero son bastante interesantes, además de la gran variedad de ejemplos que se han puesto. Muy ameno de leer

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