No
creo que la imagen que la gente tenga hoy de los científicos sea la imagen de
una persona extravagante, disparatada, despistada, alucinada, etc. Esta podría
ser la imagen corriente en otros momentos, pero no ahora. Ahora que todos
accedemos a informaciones diarias o casi, sobre teorías científicas, sobre
descubrimientos científicos, sobre científicos que exponen sus opiniones sobre
temas o problemas diversos. En la lectura que sigue podemos informarnos sobre cómo
son caracterizados algunos importantes científicos. Podría haberse hablado también
de los anécdotas sobre los despistes de Tales de Mileto o sobre –y esto es más
importante- sobre la religiosidad de muchos de ellos –o la indiferencia ante la
religión de Darwin, por ejemplo- o sobre el valor y el esfuerzo de otros como
en el caso de Ramón y Cajal.
Científicos…
¿locos?
En
todas las encuestas suelen salir los científicos como los profesionales mejor
valorados por la población. Sin embargo, ¿qué idea se hacen las personas de los
científicos, en particular de los físicos y matemáticos? Generalmente ninguna,
porque resulta abrumador el hecho de que en algunas de esas encuestas casi
nadie pudiera mencionar ningún científico famoso, ni siquiera Einstein. Para
colmo, cuando alguien se atreve a decir algo de ellos, la imagen que da se
aproxima al científico loco de los cómics, por ejemplo los de Tintín, o
a los jóvenes excéntricos y divertidos de la serie The Big Bang Theory.
A
lo largo de la historia de la ciencia se encuentran protagonistas de ella que hacen
trizas los arquetipos anteriores. Los hay de carácter neurótico y mezquino,
como el genial Newton, y divertidos como Arquímedes, al que siempre representan
riendo, quizá porque con sus inventos mantuvo a raya a toda una flota romana
sin apenas causarles víctimas. Hay amantes en serie, como Schroedinger, uno de
los fundadores de la mecánica cuántica, y misóginos tan exacerbados como
Cavendish, el que primero midió la constante de gravitación universal, que se
comunicaba con sus innumerables criadas con notas escritas para no verlas. La
imagen de científico flaco e imberbe la contrarrestan jugadores de rugby como
Rutherford, el descubridor del núcleo atómico, o atletas como el infausto
Turing, que descifró la máquina nazi Enigma y sentó las bases de la computación
moderna. Hubo físicos y matemáticos tan valientes que abandonaron sus
confortables puestos para morir en las trincheras, como Moseley, quien
estableció la aplicación de los rayos X, o Schwarzschild, el que intuyó los
agujeros negros, y cobardes de solemnidad como el gran experimentador Stark, un
nazi furibundo delator de muchos de sus colegas mucho más geniales que él y no
solo judíos.
Lamentablemente,
a pocas mujeres se les ha permitido dejar su huella profunda en la ciencia,
pero cuando lo han hecho también han mostrado su disparidad. Marie Curie, la
descubridora de la radioactividad, y Lise Meitner, la de la fisión nuclear, no
pudieron tener caracteres más dispares, teniendo en común solo su disposición a
hacer radiografías en los frentes de batalla enemigos para salvar vidas de
jóvenes soldados. Y, por supuesto, haber sufrido intensamente a lo largo de sus
vidas la injusticia de la discriminación a causa de su sexo.
A
los científicos se les ve a veces como personas situadas en la cúspide de la
élite social, pero que raramente tienen poder político y apenas proyección
social o cultural. Suele ser así, pero solo aparentemente. Lavoisier, padre de
la química moderna, tuvo tanta influencia política y económica que fue
protagonista destacado de la Revolución Francesa. Alguna de sus actividades le
costó la cabeza, aunque muy poco después de que la guillotina hiciera su labor
ya hubo lamentos expresados como que haría falta mucho tiempo para que en
Francia creciera otra cabeza tan poderosa como la suya. La revista Time
hizo una gran encuesta sobre el personaje más influyente del siglo XX. Entre
políticos del poderío de Stalin, Hitler o Lenin, pensadores de toda laya, escritores
famosos y todos los papas, ganó destacadamente Albert Einstein.
A
pesar de la singular fama de Einstein, hubo científicos que de manera mucho más
discreta ejercieron un poder formidable. El más notable entre ellos quizá fuera
Niels Bohr, el diseñador del átomo que puso muchos ladrillos fundamentales de
la mecánica cuántica y el núcleo atómico. Fuera de los focos y los micrófonos,
practicó la conversación. Las conversaciones de Bohr con los jóvenes más
brillantes de Europa y la Unión Soviética así como con los presidentes de
naciones tan poderosas como los Estados Unidos, dieron frutos sorprendentes. Y
tan inquietantes que casi le cuestan si no la vida sí la libertad, al menos esa
fue la recomendación de Churchill a Roosevelt.
A
veces se identifican los científicos con los inventores, y no han faltado
razones para ello. Lo que es menos conocido es que los enfrentamientos entre
los más grandes fueron encarnizados. La electrificación fue uno de los
desarrollos científicos y técnicos más esplendorosos que vivió la humanidad. El
avispado Edison y el genial Tesla protagonizaron una de las guerras más
incruentas y pasmosas que hayan tenido lugar: la guerra de las corrientes, es
decir, la lucha por la implantación de la corriente alterna o la corriente
continua. Las únicas víctimas que se cobró tal conflicto fueron animales, sobre
todo perros, aunque no faltó algún elefante, y la única secuela negativa fue la
siniestra silla eléctrica. (…)
Se
supone que antes de crearse las grandes instituciones científicas en
universidades, academias y sociedades que profesionalizaron a los científicos,
la ciencia había sido cosa de ricos ociosos. Así fue en muchos casos, pero no
fueron raros los que lograron grandes descubrimientos siendo simples maestros,
como Dalton, o partiendo de orígenes humildes como Faraday. Algunos recibieron
honores como los otorgados a lord Kelvin y otros vivieron en la continua
zozobra de la miseria y la persecución como el pequeño e infausto Kepler.
Los
científicos se conciben a veces como personajes recluidos en torres de marfil
aislados de su entorno, y algunos ha habido como Dirac, el primero que fusionó
dos grandes teorías del siglo XX: la mecánica cuántica y la relatividad
especial, pero no faltaron hombres de mundo como Leibniz, que además de
inventar el portentoso cálculo infinitesimal fue diplomático muñidor de grandes
acuerdos internacionales entre infinidad de actividades sociales, políticas y
económicas. Otro esquema mental es el de la generosidad y desprendimiento de
los científicos, lo cual no está falto de fundamento, pero a muchos sorprende
que el mismísimo Galileo, uno de los creadores de la ciencia moderna, buscara
continuamente la fama y el provecho pecuniario de sus descubrimientos.
Ni
siquiera es general el disfrute del reconocimiento y el honor otorgado a los
grandes descubridores: el políticamente conservador que puso la semilla de la
mecánica cuántica, Planck, tuvo que padecer la tortura y la ejecución de su
hijo implicado en el intento de asesinato de Hitler, y Boltzmann se ahorcó como
colofón de las depresiones causadas por la no aceptación de su teoría atómica.
¿Qué
ha unido a gente tan dispar en la historia? La curiosidad, el tesón y la pasión
por el trabajo riguroso y bien hecho (…)
Manuel
Lozano Leyva
Un artículo muy interesante, no me había planteado nunca este tipo de cosas pero son bastante interesantes, además de la gran variedad de ejemplos que se han puesto. Muy ameno de leer
ResponderEliminarGracias por el comentario
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