NANSEN, HACEDOR DE PAZ
FRIDTJOF Nansen nació en
Noruega el 10 de octubre de 1861. De joven fue un gran deportista, ganando
varias veces el campeonato nacional de esquí de travesía. También estudió
zoología e hizo su tesis doctoral sobre el sistema nervioso central de los
vertebrados.
En 1888 lideró el equipo que cruzó Groenlandia por primera vez y
en 1893 inició una expedición al Polo Norte en la que alcanzó los 86º 14’, récord
de latitud, siguiendo una idea arriesgada: había leído a Henrik Mohn, un
meteorólogo noruego que proponía la existencia de una corriente oceánica de
este a oeste, e imaginó un barco resistente al hielo que, cuando quedara
encallado, aprovechando la corriente, llegara lentamente al Polo Norte. Así
construyó el Fram, una goleta de escaso calado, recubierta de madera y con un
aislamiento interior que debía permitir la vida a bordo durante cinco años,
además de una biblioteca de 600 volúmenes y un molino de viento generador de
energía. El Fram salió de Noruega en dirección este y encalló al norte de las
islas de Nueva Siberia. Aun sin alcanzar el Polo Norte, no sólo resistió la
prueba sino que, años después, Amundsen lo utilizó en su expedición al Polo
Sur. Nansen realizó diversos experimentos científicos durante la navegación y
observó que, en el Ártico, los icebergs no se desplazan en la dirección del
viento, al ser empujado el hielo por las capas de agua que hay inmediatamente
debajo y que se mueven algo más despacio, entre 20 y 40 grados hacia la derecha
del viento (en el hemisferio norte) a causa de la rotación de la tierra que
genera, según las latitudes, la fuerza de Coriolis. Nansen facilitó sus datos
al oceanógrafo sueco Vagn Walfrid Ekman, quien resolvió las ecuaciones que
demuestran la variación de la velocidad del agua, en magnitud y dirección, a
distintas profundidades, según la llamada espiral de Ekman, un modelo teórico
que no fue observado en el océano hasta 1986.
Eran buenos años para la
ciencia, aunque los avances científicos no siempre llevaran de la mano avances
sociales. En Estados Unidos, paradigma del «progreso», los creacionistas
combatían a los darwinistas, el Ku Klux Klan campaba a sus anchas, la Ley Seca imponía
valores protestantes sobre una cultura urbana esencialmente diversa, el
Tribunal Supremo justificaba la esterilización de mujeres «débiles mentales»
por razones eugenésicas y el Congreso promulgaba en 1924 la National Origins
Act, una ley antiinmigración que habría hecho las delicias de Donald Trump.
Decía Kenneth Roberts en el Saturday
EveningPost del 28 de abril
de 1923: «si América no se protege de la gente extraña y mestiza del sur y el
este de Europa, tendremos una cosecha de ciudadanos americanos empequeñecidos y
mestizos a su vez». Nada nuevo bajo el sol.
En ese complejo escenario,
Nansen unió a su arrojo y avidez de conocimientos un humanismo ejemplar.
Personaje público por su dimensión científica, adquirió protagonismo en el
proceso de emancipación noruega respecto de Suecia. En 1906 fue nombrado
ministro de la Noruega recién soberana con el objetivo de negociar en Londres
un Tratado de Integridad que protegiese internacionalmente su posición y, al
declararse la Primera Guerra Mundial, fue designado presidente de la Unión de
Defensa Noruega para mantener la neutralidad de su país, junto a Suecia y
Dinamarca. Nansen compatibilizó sus exploraciones con las responsabilidades
públicas hasta que al término de la guerra, con la creación de la Liga de las
Naciones para apuntalar las nuevas relaciones internacionales, dedicó a la Liga
todas sus excepcionales energías. Así, en 1920, a petición de la Liga, Nansen
comenzó a organizar la repatriación de casi medio millón de prisioneros de
guerra a treinta países diferentes. Antes de finalizar esta tarea, aceptó en
1921 el cargo de Alto Comisionado de la Liga para los Refugiados con el
objetivo de atender a los dos millones de rusos desplazados por secuelas de la
Revolución.
Nansen trató de extender el
auxilio a los 30 millones de rusos que sufrían los efectos de una hambruna en
la región del Volga y, aunque no obtuvo el respaldo de la Liga, que no quería
reconocer al régimen bolchevique con esta ayuda, hizo cuanto pudo con
financiación privada y denunció lo injusto de una situación donde el grano
excedentario se quemaba en los países transatlánticos mientras millones de
rusos, al alcance de los barcos europeos que podían abastecerlos, morían de
hambre. Tras la guerra entre Grecia y Turquía, viajó en 1922 a Constantinopla
para negociar la reubicación de refugiados, diseñando un sistema de intercambio
de población por el que medio millón de turcos volvería a Turquía, con una
compensación económica, mientras que se ayudaba a la Grecia vencida y
depauperada con préstamos que le permitirían acoger de vuelta a sus griegos de
origen. Nansen dirigió también la asistencia a 40.000 armenios establecidos en
Siria así como a los búlgaros provenientes de Tracia. En noviembre de 1922
recibía el premio Nobel de la Paz «por su trabajo para la repatriación de
prisioneros de guerra, su trabajo para los refugiados rusos, su trabajo para
socorrer a los millones de rusos víctimas de la hambruna, y finalmente su
actual trabajo para los refugiados en Asia Menor y Tracia».
Para esos trabajos admirables
Nansen ideó un documento personal que preconstituía una prueba de la identidad
y nacionalidad de los refugiados a fin de facilitar su desplazamiento entre
fronteras y la tramitación de las peticiones de asilo conforme a las normas internacionales:
el «pasaporte Nansen», para el que logró el refrendo del tratado firmado en
Ginebra el 5 de julio de 1922. A su muerte en 1930, la Oficina Internacional
Nansen para los Refugiados, en el seno de la Liga de las Naciones, pasó a
gestionar estos pasaportes, de los que se calcula que fueron expedidos
aproximadamente 450.000, reconocidos por 52 Estados. En 1938 la Oficina Nansen
recibió el Premio Nobel de la Paz. Hoy ya no se expiden los pasaportes Nansen.
Cuesta admitir que la comunidad internacional no disponga de medios para
materializar alguna idea equivalente, adecuada a las complejidades de esta
época y capaz de prevenir las peticiones masivas de asilo paliando
desplazamientos penosos y devoluciones indiscriminadas. Desde 2013 Brasil
expide visas a refugiados sirios para ordenar su viaje en avión desde Siria o
países limítrofes, habiendo emitido ya unas 8.000 y dado asilo efectivo a más
de 2.000 sirios que viven en Brasil.
Es sólo un ejemplo de que hay
alternativas históricas al horror que hemos visto en Idomeni o Calais. Como el
reciente lanzamiento por Suiza y Noruega de la Iniciativa Nansen, para definir
e implementar aquellos procesos que facilitarían la movilidad transfronteriza a
causa de los desastres naturales y el cambio climático; un proyecto
explícitamente basado en el legado de Nansen (que seguramente habría desdeñado
su circunscripción a causas naturales) y en un principio universal ingenuamente
recogido en la Constitución suiza: «La fortaleza de un pueblo se mide por el
bienestar de sus miembros más débiles». Es imposible no estar de acuerdo. El
problema está en identificar cuál es ese «pueblo» y quiénes sus «miembros». Si
los suizos pensaban en Suiza, nada impide que, desde el humanismo cristiano o
el cosmopolitismo kantiano de raíz estoica, algunos creamos que ese pueblo es
la sociedad global, tan extensa como la Tierra, que todo hombre, toda mujer,
todo niño, tiene que ser tratado como un ciudadano igual, y que la miseria de
cualquiera de ellos es la nuestra.
He compartido estas ideas con
mi hija de dieciséis años y he obtenido, bien a su pesar, una respuesta
desencantada: «no te canses, Europa no quiere facilitar trámites a los
refugiados; no quiere refugiados». No me cansaré; pero necesitamos mucha ayuda
de la sociedad civil, muchas manos esforzadas como las de Nansen, para
construir el mundo ancho y justo que nuestros diminutos gobernantes ignoran.
4.4.16 ABC A. Hernández-Gil miembro de la Real Academia
de Jurisprudencia y Legislación
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