A la caza de vida artificial
La ciencia ha emprendido una revolución que no tiene marcha atrás: la
creación de vida a la carta, una mina de oro que abre un horizonte infinito de
posibilidades
Imagínese
una bacteria inofensiva para el entorno, capaz de devorar el mar de plástico
que flota en los océanos. O que nos permitiera fabricar combustible a demanda y
a un precio irrisorio, o quizá detectar en un análisis de orina si una persona
está gestando un cáncer. Estos son solo tres ejemplos reales de las
posibilidades infinitas que brinda la biología sintética, la última revolución
científica que está cambiando ya nuestras vidas y, quizá, pueda salvar el
planeta de su extinción.
El
hombre ha encontrado la fórmula de engañar a la Naturaleza y manipular
organismos vivos en el laboratorio para que trabajen por nosotros. Bacterias,
hongos o algas que son capaces de limpiar nuestros residuos, abaratar el
desarrollo de medicamentos o fabricar una alternativa limpia a los combustibles
tradicionales que estamos a punto de agotar.
Nada
de esto es ciencia ficción, hay quien piensa que algunas empresas petroleras
podrían tener ya varias opciones en el cajón para cuando llegue el mejor
momento comercial. Y recientemente un grupo de científicos del Instituto de
Tecnología de Kioto, en Japón, ha encontrado una bacteria que es capaz de
digerir y asimilar el PET, uno de los plásticos más usados por la industria de
la alimentación para envasar aceites o agua mineral.
Carrera
científica
Pero
lo mejor, sin duda, está por llegar. El horizonte de opciones que se presenta
es tan apasionante como difícil de imaginar aún dónde está el límite. El fin
último no es solo reprogramar microorganismos para ponerlos a nuestro servicio,
sino crear organismos totalmente artificiales, partiendo de cero en el
laboratorio.
En
ese difícil camino se han embarcado numerosos grupos de investigación que son
conscientes de su potencial económico. Uno de sus protagonistas es el
científico estadounidense Craig Venter, uno de los «padres» del genoma humano.
Venter, que ha reclutado a un equipo de élite de 22 investigadores para este
propósito, ya ha marcado varios hitos. El primero fue hace seis años, cuando
anunció la creación de la primera célula sintética, un híbrido con la
estructura natural de una bacteria y un genoma artificial. Cuatro años después,
Jef Boeke, otro visionario que no era de su grupo, dio otro paso de gigante al
fabricar el primer cromosoma sintético de un organismo vivo complejo: el hongo
de la levadura con el que se fabrica desde hace siglos la cerveza o el pan. Ese
avance profundizó en el conocimiento del genoma mínimo, los genes que son
imprescindibles para la vida. Y de esta manera allanó el camino a Venter que
acaba de protagonizar un nuevo éxito en esta carrera científica de la Biología
sintética.
Vida
mínima
El
investigador estadounidense anunció el pasado 26 de marzo en la revista
«Science» la fabricación de una bacteria sintética de 473 genes, la forma de
vida más sencilla del planeta. Esa vida mínima se ha bautizado como JCVI-syn3.0
y, pese a los anuncios y titulares informativos más llamativos de estos últimos
días, sigue sin poder considerarse artificial. «Ni es vida ni es sintética»,
dice categóricamente Vicente Larraga, del Centro de Investigaciones Biológicas
del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). «Su trabajo es
magnífico, conceptualmente importante, y nos ayuda a entender mejor cómo
funciona la vida, pero no muestra aún nada rompedor», apunta.
Ese
«algo rompedor» al que se refiere Larraga sería la construcción de una especie
de chasis que sirviera como una base a la que, poniendo y quitando cosas en el
laboratorio como si fuera un lego, se le pudiera dotar de las funciones que sus
creadores deseen. «Pero ese chasis aún no es la célula de Venter», asegura
Manuel Porcar, coordinador del grupo de Biología Sintética del Instituto
Cavanilles de la Universidad de Valencia. Porcar reconoce, no obstante, que
estamos ante «un avance que nos acerca un poco más hacia la auténtica vida
artificial y ofrece información clave sobre el núcleo duro de genes
indispensables para la vida». Coincide con Larraga en que aún no se tiene el
conocimiento preciso para diseñar a voluntad las funciones de un organismo vivo
o crearlo desde cero. «Necesitaríamos un control absoluto de todas las piezas
biológicas, algo con lo que aún no contamos», advierte .
El
propio equipo de Venter reconoce el camino que aún queda por recorrer. «Hemos
dado un paso más hacia la comprensión completa de cómo funciona una célula»,
explicó Clyde Hutchinson, del Instituto Craig Venter. «Solo cuando entendamos
cómo funciona una célula seremos capaces de diseñar células a la medida de
nuestros intereses», añadió.
Genes
indipensables
Quizá
la aportación más interesante de este último trabajo es que muestra los genes
que son realmente necesarios para la vida. Contar con un genoma mínimo es
importante porque sería más manipulable y se manejaría a la medida de nuestros
intereses. La bacteria creada en el Instituto Venter cuenta con 473 genes y,
uno a uno, fue despojada de todos aquellos superfluos hasta quedar en 149, ni
uno más ni uno menos.
El
problema es que estos genes indispensables aún no se sabe cómo funcionan. Lo
que nos muestra lo lejos que aún estamos de entender la vida, incluso los seres
vivos más simples.
«Hace
cinco años pensábamos que los avances en biología sintética se producirían con
rapidez, pero van más lentos de lo que creíamos», reconoce el experto del CIB.
«De alguna manera cuanto más avanzamos, más nos damos cuenta de lo que nos
queda por recorrer, aunque puede que los europeos seamos más cautelosos y los
estadounidenses tengan una visión más optimista y arriesgada», señala Porcar.
Craig Venter suele
comparar el ADN, el libro de instrucciones de la vida, con el programa de un
ordenador. En este símil el genoma sería el sistema operativo de este
ordenador. Así que bastaría con reescribir el código para diseñar nuevas formas
de vida. «No es tan fácil», advierte el especialista de la Universidad de
Valencia. ¿Desde cuándo no sabemos para qué sirve cada una de las piezas de un
ordenador como nos ocurre con los genes? Los organismos vivos no son máquinas,
pensar que sí lo son nos ha llevado a muchas desilusiones.
3
abr. 2016 ABC N. RAMÍREZ DE CASTRO
Magnífico articulo. No me gustaría que esto se convirtiese en un simil de aquel estupendo corto de Disney, "El aprendiz de brujo"
ResponderEliminarMuchas gracia por su comentario
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