¿DE DÓNDE SALEN LOS
YIHADISTAS?
«No
es en el Corán donde conviene buscar una explicación para la violencia
neoyihadista, sino en la sociedad contemporánea que ha engendrado a estos
“locos de Dios”»
A la proliferación de los
atentados perpetrados por los autodenominados yihadistas se suma la confusión a
la hora de analizar los hechos: la mayoría de los europeos desconoce la
complejidad de los mundos musulmanes. Es algo que no se nos puede reprochar, si
se tiene en cuenta que los estadounidenses que se lanzaron a la conquista de
Irak en 2003 apenas sabían distinguir entre el chiísmo y el sunismo. Y esta no
es más que una de las divisiones del islam, que posee una diversidad infinita.
Si lo comparásemos con el mundo cristiano, se parecería más, por su falta de
organización, al protestantismo que al catolicismo. El islam no tiene un jefe
espiritual, salvo el del chiísmo, que es heredero tanto del Imperio Persa como
de Mahoma.
Hablar del islam en general
no tiene sentido y, como ha escrito Jacques Berque, traductor del Corán al
francés, «el islam es aquello que los musulmanes hacen de él». Cada musulmán
que se define como tal entabla una relación directa con Dios, con la
intermediación del Corán; existen, por tanto, tantas interpretaciones –ya que
es un libro complejo– como fieles. Estos, evidentemente, se impregnan de la
cultura local, de su historia, es decir, de las prácticas anteriores a la
revelación profética.
En consecuencia, se da la
circunstancia de que algunos musulmanes entienden el islam como una
civilización más que como una religión: son muchos los intelectuales turcos que
se declaran ateos, pero pertenecientes a la civilización islámica. Un sondeo
reciente de Gallup International (2012) revela que hay gente que se declara
atea en países que suponemos devotos, como Arabia Saudí, Afganistán y Egipto.
El ateísmo no es exclusivo del mundo cristiano, y el cristianismo es también
una civilización y una religión. Quienes conocen El Cairo, Dakar, Yakarta o
incluso Yeda saben que los viernes las mezquitas son más frecuentadas que las
iglesias en Europa, pero que las grandes tiendas y los restaurantes también lo
son. La urbanización y la modernidad tienden a disgregar la fe, tanto en el
mundo musulmán como en Occidente. Pero, en mi opinión, la diversidad es sobre
todo cultural.
Un famoso predicador
indonesio (Indonesia es el país musulmán más grande del mundo), Abdurrahman
Wahid, más conocido por el nombre de Gus Dur (19402009), que seducía a las
multitudes contando historias salaces, me comentaba en una ocasión: «¡Pobres
árabes! Viven inmersos en la nostalgia del pasado, de aquella era dorada en la
que dominaban Occidente, y no aspiran más que a volver a ella mientras miran
por el retrovisor. Sin embargo, para nosotros, los indonesios, el pasado fue
miserable y pagano: nosotros miramos hacia delante». No todos los árabes
estarán de acuerdo, pero la distinción entre el islam árabe y el no árabe es
fundamental. La versión suní, la más absolutista, coincide con el territorio
del pueblo árabe y de sus conquistas.
Al este del Indo, adonde no
llegaron los árabes, el islam se propagó no por las armas, sino por los
predicadores y los comerciantes, y se fusionó a menudo con las prácticas de
cada zona. El sufismo, un islam místico e interiorizado, acompañado de cánticos
y danzas, es el predominante en India y Bangladesh, mientras que es poco
conocido en Europa. Estos musulmanes de Asia no tienen reparos, como Gus Dur,
en ironizar sobre las prácticas radicales procedentes del mundo árabe. El poeta
Kabir, que vivió en Benarés durante el siglo XV, es autor de una estrofa
famosa: «Almuecín, ¿por qué gritas tanto cuando llamas a la oración? ¿Acaso
crees que Dios está sordo?». Y lo que es cierto para el islam de Asia lo es
también para el del África subsahariana.
Cuanto más nos alejamos de la
zona de influencia árabe, más se mezcla el islam con los ritos de cada región.
La frase de Gus Dur ilustra el hecho de que los yihadistas que ponen bombas son
tanto árabes como musulmanes y que, en realidad, todas sus referencias
provienen de un pasado en gran medida imaginario. Por tanto, no es en el Corán
donde conviene buscar una explicación para la violencia neoyihadista, sino en
la sociedad contemporánea que ha engendrado a estos «locos de Dios». La
colonización del mundo árabe por parte de Occidente, el despotismo de los
regímenes que lo sucedieron, el fracaso económico –a excepción del maná del
petróleo– y, en el caso de los inmigrantes, su fallida integración en Europa
constituyen las condiciones objetivas del radicalismo islámico.
Para frenar este radicalismo,
que mata a muchos más musulmanes supuestamente apóstatas que a occidentales, no
se debe demonizar el islam en sí, una noción que no significa nada, sino
conocerlo mejor. A continuación, conviene preguntarse por el caldo de cultivo
social de este radicalismo: ¿no se ha equivocado Occidente, una y otra vez, al
recibir a una inmigración en masa a la que luego no ha educado ni integrado, y
al apoyar en el mundo árabe a los déspotas más que a los demócratas? La
erradicación del terror pasa por medidas policiales inmediatas, pero también
por una reflexión a largo plazo sobre las causas objetivas y poco teológicas de
este neoyihadismo.
4 abr. 2016 ABC GUY SORMAN
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