La
libertad, único horizonte digno. Envite peligroso. Inicios del XVII. Gabriel Naudé.
Étienne de la Boétie.
ELOGIO DEL LIBERTINO
Franco
solía decir que la libertad lleva al libertinaje. Me escucho susurrar: seamos
libertinos. Sin la menor esperanza
ACEPTARON
ser llamados libertinos, con la arrogancia de aquel que decide hacer trofeo del
insulto que para someterlo a escarnio ha sido contra él forjado por sus
enemigos: «libertinos», etimológicamente hijos de esclavo y, en lo más hondo,
esclavos ellos mismos. Esclavos de la impiedad. Pero aquellos libertinos, en
los comienzos del siglo XVII, cuando nacía en Europa el horizonte de un mundo
asilado bajo la frágil belleza de la razón, aquellos libertinos se sabían los
únicos hombres libres de su tiempo. Sabían, igualmente, que habrían de pagar
por ello.
Paso
estos anticipos del tórrido verano madrileño encerrado en casa. Leyendo un
libro asombroso, que habla de las gentes más asombrosas –las más perseguidas–
de aquella Europa del que fuera siglo del genio y del barroco: «Márgenes de la
modernidad. Libertinismo y filosofía en el siglo XVII». Lo acaba de dar a la
imprenta Pedro Lomba, que es hoy el máximo especialista español en el estudio
de esas subterráneas corrientes, radicalmente subversivas, sin las cuales nunca
la problemática del «Discurso del método» cartesiano hubiera nacido. Aquí, sólo
Juan Velarde lo precedió, hace ya algunos años, con un bello ensayo en torno a
nuestros libertinos propios.
La
libertad, único horizonte digno de un hombre que no se someta al designio de
vivir como una bestia, ha sido siempre un envite peligroso. En los inicios del
siglo XVII, se requería un talante tan heroico como inteligente para apostar la
vida a ella. Si hoy todos los especialistas en el nacimiento del pensar moderno
concuerdan en ver en el enmascarado movimiento libertino el nacimiento de todas
nuestras más cruciales paradojas –en buena parte, aún irresueltas–, ese alzar
acta es, al tiempo, la constancia de hasta qué punto fue eficaz la constricción
a la cual sus protagonistas fueron expuestos: la de ser borrados, durante tres
siglos, aun de las búsquedas silenciosas de los más eruditos.
Leer
hoy a aquellos hombres de hace ya cuatro siglos trae la emoción de un encuentro
diferido con las mejores cabezas –y las más dignas– de un tiempo, buena parte
de cuyos combatientes fueron sin remedio borrados. Leer, así, a Gabriel Naudé
–a quien la cínica elegancia del tan brillante cardenal Mazarino salvó de ese
destino– no es cosa sólo de historiador que excava en tiempos idos. Es
presente. Con esa intemporalidad que exige la verdadera filosofía –esa que sólo
opera subspecieaeternitatis– para entender este pequeño milagro: los hombres
libres son una rareza. Naudé, 1639: «La prueba de lo peor es la muchedumbre…
Nos salvaremos, al separarnos de la masa».
No
hay libertad jamás en complacerse con la locura que necesariamente exhibe el
deseo de esas multitudes, de las cuales decía Étienne de la Boétie que sólo
aman de verdad la servidumbre, con un amor desesperado y loco que ninguna
prevención admite. La libertad es –un pensador algo más joven vendrá a
formularlo enseguida– conocimiento. Estricto. O bien, no es nada. Y todas las
ilusorias fantasías populistas revelan entonces su fatal destino: servir de
máscara a la peor de las esclavitudes. En la Francia de Le Pen como en la
Venezuela de Chávez. Puede ser que en España pronto.
Franco
solía decir que la libertad lleva al libertinaje. Y algunos sospechábamos
entonces que ese libertinaje debía, con seguridad, ser la libertad verdadera.
Leo, en la tarde tórrida del Madrid canicular, a los héroes de Lomba. Me
escucho susurrar: seamos libertinos. Sin la menor esperanza. 17.7.14 GABRIEL ALBIAC
http://www.abc.es/lasfirmasdeabc/20140718/abci-elogio-libertino-201407170955.html
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