El siguiente artículo, de Hermann
Tertsch, es una explicación didáctica y ejemplar de lo que es el estado de
derecho y por lo tanto, un sistema democrático. Un estado de derecho es una
forma de organización de la sociedad cuyo objetivo es garantizar los derechos
de los ciudadanos. En ese sistema la piedra angular son las leyes, que los
ciudadanos han decidido darse a ellos mismos. Las leyes son la estructura sin
la cual es imposible la convivencia y la democracia. Por ello deben ser
respetadas y el poder político debe garantizar ese respeto. Las leyes en un
sistema democrático pueden ser cambiadas por otras o abandonadas pero ese
cambio o abandono debe ser decidido democráticamente. Si no es así, y una parte
de la sociedad decide no respetarlas, se produce un atentado contra el sistema,
por tanto una vulneración antidemocrática, que podría llegar a ser incluso un
golpe de estado.
Miedo al distinto, miedo al
igual
Quieren impedir la llegada de
dos autobuses con inmigrantes ilegales latinoamericanos. La policía los quiere
alojar cerca de los hogares de los manifestantes en el sur de California. A la
espera de sus trámites de expulsión. Pero todos saben que es improbable que se
cumpla esta ley. Y que la gran mayoría de los capturados, una vez sean
liberados, eludirán la deportación.
Quienes se manifiestan no son
miembros de las clases medias o altas de una región tan rica como son los
condados del sur de California. Ellos apenas ven a los unos y a los otros, a
los manifestantes y a los ilegales, cuando les arreglan el césped, les sirven
gasolina o cargan la compra en el coche. Quienes se manifiestan son los pobres.
Contra otros que llegan a disputarles esa condición. Son algunos blancos de
origen europeo, pero son sobre todo norteamericanos descendientes de los
perdedores en las guerras del pasado entre México y EEUU. Pero también
descendientes de inmigrantes ilegales. Incluso inmigrantes ilegales de antaño. Son
los directamente amenazados en su vida, en su trabajo y en sus ingresos, por la
llegada de nuevas hornadas de mano de obra al peso. Siempre fue así.
Los pobres, en la calle,
protestan por la llegada de otros más pobres con quienes tendrán que compartir
el mercado laboral no cualificado. Lo hacen con carteles contra la ilegalidad.
Lo hacen enarbolando la ley porque saben que a ellos los pobres solo la ley los
protege. Demandan que la inmigración se haga de forma legal. Aunque muchos de
ellos llegaran ilegalmente en su día. Como demandan que los trabajos sean siempre
legales y declarados al fisco, cuando muchos de ellos trabajan en la economía
sumergida. Sin embargo, todos estos manifestantes revelan que son un cuerpo
social que, con todas sus contradicciones, defiende las leyes del país que en
su día les acogió. Y demuestra que, como han hecho siempre los norteamericanos
desde que fundaron aquella grande, insólita y admirable nación, llegados de
todos los rincones del globo, su primera lealtad es a las leyes de la nación
elegida.
A Europa llegan millones de
inmigrantes que en su mayoría no dejan de ser nunca un cuerpo extraño. Que
décadas después de llegar no saben el idioma del país de acogida. Que no tienen
la más mínima relación emocional con la tierra de acogida, con sus leyes y su
historia. Salvo cuando tienen una actitud victimista y rencorosa hacia la
tierra anfitriona por motivos históricos o religiosos. O ambos.
Los americanos que piden el
respeto de la ley en su frontera no son peores personas que quienes pretenden
en España que se violen por sistema las leyes y las fronteras para que entren
todos lo inmigrantes ilegales que lo pretenden. Y que defienden la aceptación
permanente de inmigrantes que vinculan su primer éxito en el país anfitrión con
la violenta violación de sus leyes. Quienes esto hacen en España no son ni
siquiera en su mayoría inmigrantes, sino españoles movidos por razones
ideológicas.
En Europa cada vez son más
poderosos los grupos de presión contra el cumplimiento de las leyes. Muchas
veces son ya partidos políticos con representación parlamentaria. Son quienes
no se dan cuenta de que, promoviendo que su patria viole las leyes, intenta
acabar con la principal diferencia que hay entre el país soñado por el
inmigrante y el suyo de procedencia. Todos ellos huyen de Estados fracasados y
miserables, precisamente porque no existe el Estado de Derecho, porque no hay
unas leyes que rigen para todos.
En Estados Unidos hasta el
más pobre recién llegado percibe la importancia de cumplir las leyes. Porque
son consideradas y valoradas como las garantías de protección del Estado hacia
el más débil. Y porque el Estado, aunque a veces le cueste cumplir, nunca
tolera se cuestione su papel de imponer ese cumplimiento. Y demuestra todos los
días que en cumplimiento con ese mandato de los ciudadanos que son su razón de
ser, los violadores de las leyes no quedan impunes.
Hermann Tertsch
España. Periodista.
Columnista de ABC, analista de Telemadrid y 13TV, fue corresponsal y
subdirector y jefe de opinión de El País.
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