Reflexión sobre algunas de las ideas de Piketty
a la luz de pensamiento de Nietzsche. Apropiación de Nietzsche desde el
liberalismo.El valor de la igualdad. Rechazo de la igualdad como concepto no
válido de explicación de la evolución de la sociedad. Contraposición
entre la igualdad y la libertad. Defensa de la desigualdad siempre que se
cumplan las tres condiciones de John Rawls.
Piketty, Nietzsche y la igualdad
Suponga que tiene que elegir entre las siguientes
distribuciones de caramelos. La primera supone un caramelo para usted y otro
para otra persona, la que sea (1-1). Otra distribución posible es dos caramelos
para usted, tres para la otra persona (2-3). O imagine estas otras dos posibles
distribuciones: 1-0 y 2-2. En principio, supondríamos que todo el mundo
elegiría 2-3 en la primera opción y 2-2 en la segunda. Bien porque somos
egoístas (nosotros ganamos más en estas distribuciones) o por pura generosidad
(la otra persona también está mejor que con las alternativas). Sin embargo,
cuando se propone esta elección a niños de entre cuatro y siete años eligen 1-1
y 1-0. Es decir, prefieren la pobreza a la riqueza siempre y cuando ello
implique igualdad o una desigualdad a su favor (Bloom, Sheskin y Wynn). Los niños son
peores que egoístas: son igualitarios.
Los socialistas suelen criticar a los liberales por su
egoísmo, pero al preferir la igualdad en la pobreza antes que una mayor riqueza
para todos aunque repartida de forma desigual, los socialistas manifiestan ser
como niños. Es decir, mucho peor que egoístas: igualitarios.
En Así habló Zaratustra Nietzsche arremetió con
su estilo intempestivo y tempestuoso contra los ídolos de barro de una
modernidad que queriendo matar a dios finalmente no hizo sino confirmar lo que Chesterton
advertiría poco después:
Lo malo de que los hombres hayan dejado de creer en
dios no es que ya no crean en nada, sino que están dispuestos a creer en todo.
En el capítulo denominado "De las
tarántulas", Nietzsche retrata a los predicadores del ídolo igualitario:
¡Mira, ésa es la caverna de la tarántula! (...)
Venganza se asienta en tu alma (...) Así os hablo en parábola a vosotros los
que causáis vértigos a las almas, ¡vosotros los predicadores de la igualdad!
¡Tarántulas sois vosotros para mí, y vengativos escondidos! (...) Vosotros,
predicadores de la igualdad, la demencia tiránica de la impotencia es lo que en
vosotros reclama a gritos la igualdad: ¡vuestras más secretas ansias tiránicas
se disfrazan, pues, con palabras de virtud! Presunción amargada, envidia
reprimida.
El nuevo predicador de la igualdad se llama Thomas
Piketty y ha sido
jaleado desde la izquierda como el nuevo fustigador de los millonarios en aras
de la igualdad que, según el economista francés, estaría aumentando a pasos
agigantados en el mundo, lo que supondría un peligro para la estabilidad y la
prosperidad global. ¿Su solución? Castigar a los más ricos a través de una
elevación de la presión fiscal hasta el 80%, lo que llevaría a un control por
parte del Estado de dos tercios del PIB.
Elevándose sobre los hombros justicieros de Karl Marx
(aunque haya llamado a su libro Capital en el siglo XX, en lo que parece
un homenaje al filósofo alemán, el economista francés ha renegado de su
parentesco intelectual con el marxismo), Thomas Piketty renueva el espíritu
confiscador envuelto en la lucha de clases que fue la característica de la
izquierda totalitaria. para implantar un control absoluto sobre la sociedad
civil a través del monopolio de la violencia que cada vez detenta con más
impunidad el Estado.
Decía Keynes que las ideas de los filósofos, tanto
cuando son equivocadas como cuando son correctas, son más poderosas de lo que
comúnmente se cree. En este sentido, todavía estamos bajo la influencia del
combate intelectual entre Nietzsche y Marx sobre el destino de la civilización
occidental. Y del mismo modo que Bernard Williams reinterpretó a Nietzsche como
un apóstol de la verdad y la veracidad, los liberales podemos investirnos del
talante moral de Nietzsche en su denuncia del igualitarismo rampante que amenaza
con destruir nuestro valor más preciado: la libertad. Como ocurrió en el siglo
XIX, es de nuevo Nietzsche el que nos advierte en otro lugar del Zaratustra (el
capítulo "Del nuevo ídolo"):
Estado se llama al más frío de todos los monstruos
fríos. Es frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira que se desliza de su
boca: Yo, el Estado, soy el pueblo.
O dicho a la manera de aquel anuncio del Ministerio
español de Economía: "Hacienda somos todos". Aunque, como dirían los
cerdos comunistas de Rebelión en la granja, y podría hacer suya la
sentencia Montoro, "unos somos más Hacienda que otros"... Para
Montoro y Piketty tiene listo Nietzsche su aguijón:
¡Ved, pues, a esos superfluos! Adquieren riquezas y
con ello se vuelven más pobres. Quieren poder y, en primer lugar, la palanqueta
del poder, mucho dinero –¡esos insolventes!
¿Es realmente la desigualdad tan problemática? Antes
de nada hay que dejar claro que esta es una cuestión moral y política antes que
económica. Y en la cuestión de la igualdad estamos atrapados como moscas en la
botella de las intuiciones económicas innatas, que desempeñaron un papel en la
distribución de los recursos cuando se asentaron en nuestra especie pero que en
nuestras sociedades complejas son no sólo irrelevantes sino contraproducentes
para comprender la economía capitalista globalizada. Tanto como las intuiciones
matemáticas innatas para asimilar las geometrías no euclídeas o el mundo físico
como nos lo muestran los sentidos para llegar a entender la mecánica cuántica.
Desde el punto de vista liberal, la desigualdad no es un problema siempre y
cuando en su realización se cumplan las tres condiciones que estableció John
Rawls: que se parta del esquema más amplio de libertades que no interfiera con
las libertades de los demás; que la igualdad de oportunidades sea equitativa y
no meramente formal; que favorezca sobre todo a los más desfavorecidos.
Se cuenta en la tradición judía que un día un ángel se
presentó a un hombre envidioso y le dijo que le daría lo que quisiera pero que
a su vecino le concedería el doble de lo mismo. Entonces el envidioso no tardó
ni un minuto en solicitarle al ángel que, por favor, le arrancase un ojo. Ahora
Piketty le solicita al ángel estatal un impuesto sobre la riqueza, progresivo
por supuesto...
Santiago Navajas
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