Artículo de Varga Llosa centrado en dos autores: Isaiah Berlin y Johann
Georg Hamann. El primero es autor de un ensayo sobre el segundo. Vargas Llosa
elogia su defensa de la libertad y su actitud ejemplar como intelectual, su
esfuerzo por la objetividad y por la humildad.
Lo que Vargas Llosa concreta sobre Hamann es lo que Berlin transmite en
su ensayo. Hamann, teólogo y filósofo alemán, del que hay que destacar su concepto
de la naturaleza humana. Como criaturas que somos de Dios, lo que nos define es
nuestra individualidad. De ahí se sigue una defensa radical de nuestra
naturaleza (emociones, pasiones, sexualidad…), y un rechazo absoluto de aquello
que se le oponga. Por ello Hamann se opondrá a la modernidad y lo que implica:
racionalidad, predominio de lo colectivo…
El Mago del Norte
Isaiah Berlin recopiló escritos
del teólogo y filósofo alemán Johann Georg Hamann, enemigo mortal de la
Ilustración y portavoz del irracionalismo. El resultado es una fiesta de las
ideas.
Isaiah Berlin fue un demócrata y un liberal, uno de esos raros
intelectuales tolerantes, capaces de reconocer que sus propias convicciones
podían ser erradas y acertadas las de sus adversarios ideológicos. Y la mejor
prueba de ese espíritu abierto y sensible que contrastaba siempre sus ideas con
la realidad a ver si las confirmaba o contradecía, la dio dedicando sus mayores
empeños intelectuales a estudiar, no tanto a los filósofos y pensadores afines
a la cultura de la libertad, como a sus más enconados enemigos, por ejemplo un
Carlos Marx o un Joseph de Maistre, a los que dedicó ensayos admirables por su
rigor y ponderación. Tenía la pasión del saber y, a quienes promovían las cosas
que él detestaba, como el autoritarismo, el racismo, el dogmatismo y la
violencia, antes que refutarlos, quería entenderlos, averiguar cómo y por qué
habían llegado a defender causas y doctrinas que agravaban la injusticia, la
barbarie y los sufrimientos humanos.
Un buen ejemplo de todo ello es el volumen titulado The Magus of the
North. J.G. Hamann and the Origins of Modern Irrationalism (1993),
colección de notas y ensayos que Berlin no llegó a integrar en un libro
orgánico y que recopiló y prologó Henry Hardy, su discípulo, al que nunca
podremos agradecerle bastante su extraordinaria labor de rastreo y edición de
las decenas de trabajos que Isaiah Berlin, por su escaso interés en publicar y
su maniático perfeccionismo, dejó dispersos en revistas académicas o inéditos.
Yo creía haber leído todos los trabajos del gran pensador liberal, pero éste se
me había escapado y acabo de hacerlo, con el mismo absorbente placer que todo
lo que escribió.
Lo extraordinario de estas notas, artículos y bocetos de ensayos que a lo
largo de su vida dedicó Berlin al teólogo y filósofo alemán Johann Georg Hamann
(1730-1788), enemigo mortal de la Ilustración y portavoz afiebrado del
irracionalismo, es que, a través de ellas, este reaccionario convicto y confeso
resulta una figura simpática y en muchos sentidos hasta moderna. Su defensa de
la sinrazón –las pasiones, el instinto, el sexo, los abismos de la
personalidad- como parte integral de lo humano y su idea de que todo sistema
filosófico exclusivamente racionalista y abstracto constituye una mutilación de
la realidad y la vida son perfectamente válidas y sus audaces teorías, por
ejemplo sobre el sexo y la lingüística, en cierto modo prefiguran algunas de
las posiciones libertarias y anárquicas más radicales, como las de un Michel
Foucault. Asimismo, resulta profética su denuncia de que, si continuaba por el
camino que había tomado, la filosofía del futuro naufragaría en un oscurantismo
indescifrable, máscara del vacío y la inanidad, que la pondría fuera del
alcance del lector común
Donde estas coincidencias cesan es en aquella encrucijada en la que aparece
Dios, a quien Hamann subordina todo lo que existe y que es, para el místico
germano, la justificación y explicación única y final de la historia social y
los destinos individuales. Su rechazo de las generalizaciones y de lo abstracto
y su defensa de lo particular y lo concreto hicieron de él un confaloniero del
individualismo y un enemigo mortal de lo colectivo como categoría social y
signo de identidad. En este sentido fue, de un lado, dice Berlin, un precursor
del romanticismo y de lo que dos siglos más tarde sería el existencialismo
(sobre todo en la versión católica de un Gabriel Marcel), pero, del otro, uno
de los fundadores del nacionalismo e, incluso, al igual que Joseph de Maistre,
del fascismo.
Hamann nació en Königsberg, hijo de un barbero cirujano, en el seno de una
familia pietista luterana, y su infancia transcurrió en un medio de gentes
religiosas y estoicas, cuyos antepasados desconfiaban de los libros y la vida
intelectual; él, sin embargo, fue un lector voraz y se las arregló para entrar
a la universidad donde adquirió una formación múltiple y algo extravagante de
historia, geografía, matemáticas, hebreo, teología, a la vez que por su cuenta
aprendía francés y escribía poemas. Comenzó a ganarse la vida como tutor de los
hijos de la próspera burguesía local y, durante algún tiempo, pareció ganado
por las ideas que venían de la Francia de Voltaire y Montesquieu. Pero no mucho
después, durante una estancia en Londres vinculada a una misteriosa conspiración
política, y luego de unos meses de disipación y excesos que lo llevaron a la
ruina, experimentó la crisis que cambiaría su vida.
Ocurrió en 1757. Sumido en la miseria, aislado del mundo, se sepultó en el
estudio de la Biblia, convencido, según escribiría más tarde, como Lutero, que
el libro sagrado del cristianismo era “una alegoría de la historia secreta del
alma de cada individuo”. Emergió de esa experiencia transformado en el
conservador y reaccionario pendenciero y solitario que, en panfletos polémicos
que se sucedían como puñetazos, criticaría con ferocidad todas las
manifestaciones de la modernidad allí donde aparecieran: en la ciencia, en las
costumbres, en la vida política, en la filosofía y, sobre todo, en la religión.
Había regresado, y con celo ardiente, al protestantismo luterano de sus
ancestros. Se hizo de adversarios y enemigos por doquier por su carácter
intratable. Solía, incluso, enemistarse con gentes que lo respetaban y querían
ayudarlo, como Kant, lector suyo y quien trató de conseguirle un puesto en la
Universidad. De él dijo que “era un pequeño homúnculo agradable para chismear
un rato pero totalmente ciego ante la verdad”. A Herder, que fue su admirador
confeso y se consideraba su discípulo, nunca le tuvo el menor aprecio
intelectual. No es extraño, por eso, que su vida transcurriera casi en el
anonimato, con pocos lectores, y fuera sumamente austera, debido a los oscuros
empleos burocráticos con los que ganaba su sustento.
Después de muerto, el Mago del Norte, como Hamann gustaba llamarse a sí
mismo, fue pronto olvidado por el escaso círculo que conocía sus obras. Isaiah
Berlin se pregunta: “¿Qué hay en él que merezca ser resucitado en nuestros
días?” La respuesta da lugar al mejor capítulo de su libro: The Central Core
(El núcleo central). Lo verdaderamente original en Hamann, explica, es
su concepción de la naturaleza del hombre, en las antípodas de la visión
optimista y racional que de ella promovieron los enciclopedistas y filósofos
franceses de la Ilustración. La criatura humana es una creación divina y, por
lo tanto, soberana y única, que no puede ser disuelta en una colectividad, como
hacen quienes inventan teorías (“ficciones”, según Hamann) sobre la evolución
de la historia hacia un futuro de progreso, en el que la ciencia iría desterrando
la ignorancia y aboliendo las injusticias. Los seres humanos son distintos y
también sus destinos; y su mayor fuente de sabiduría no es la razón ni el
conocimiento científico sino la experiencia, la suma de vivencias que acumulan
a lo largo de su existencia. En este sentido, los pensadores y académicos del
siglo dieciocho le parecían auténticos “paganos”, más alejados de Dios que “los
ladrones, mendigos, criminales y vagabundos –los seres de vida “irregular”-,
que, por la inestabilidad y los tumultos de su arriesgada existencia podían
muchas veces acercarse de manera más honda y directa a la trascendencia divina.
Era un puritano y, sin embargo, en materia sexual propugnaba ideas que
escandalizaron a todos sus contemporáneos. “¿Por qué un sentimiento de
vergüenza rodea a nuestros gloriosos órganos de la reproducción?”, se
preguntaba. A su juicio, tratar de domesticar las pasiones sexuales debilitaba
la espontaneidad y el genio humano y, por eso, quien quería conocerse a fondo
debía explorarlo todo, e, incluso, “descender al abismo de las orgías de Baco y
de Ceres”. Sin embargo, quien en este dominio se mostraba tan abierto, en otro
sostenía que la única manera de garantizar el orden era mediante una autoridad
vertical y absoluta que defendiera el individuo, la familia y la religión como
instituciones tutelares e intangibles de la sociedad.
Aunque este libro de Isaiah Berlin es una amalgama de textos, adolece de
repeticiones y da a veces la impresión de que hay muchos vacíos que quedaron
por llenar, se lee con el interés que él sabía imprimir a todos sus ensayos a
los que siempre convertía, no importa de qué trataran, en una fiesta de las
ideas.
Mario Vargas Llosa, 2014. 18.5.14
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