El
artículo que sigue (Daniel Mediavilla, Libertad
digital) trata sobre un aspecto de la historia de la ciencia –el descubrimiento,
uso y evolución de sustancias químicas en la actividad económica primero y como
instrumentos de guerra después-. Se plantea el aspecto de la ambivalencia de la
ciencia, de forma que sus descubrimientos pueden ser usados, en muchos casos,
para fines positivos, como puede ser el de la mejora de la producción agrícola
o la cura de enfermedades, pero también, la misma sustancia puede convertirse
en un agente de destrucción. Se detalla el lugar de Alemania, en la
investigación química y sus consecuencias. Se menciona también el caso actual
de Siria en el que supuestamente se ha atacado a la población con sustancias
químicas provocando la muerte de centenares de personas y un grave conflicto
internacional.
El
tabún, el gas sarín y el Zyklon B se descubrieron al investigar nuevos
fertilizantes, pesticidas e insecticidas.
En
1936, Gerhard Schrader, un químico alemán especializado en la producción de
insecticidas, manipulaba moléculas en busca de un insecticida eficaz. Un día, se topó con un compuesto con aroma a
manzana, un olor que, muchos años después, también recordarían
los supervivientes de la masacre de Halabja, la ciudad en la que en
1988 Sadam Hussein envenenó a miles de kurdos. El gas descubierto por Schrader,
conocido como tabún, era una herramienta eficaz para aniquilar a los insectos.
Sus moléculas se insertan en el organismo, bloquean el sistema nervioso y
engañan a los músculos, que creen recibir señales para permanecer contraídos y
se tensan sin control. Empiezan las convulsiones, el pecho se contrae y la
víctima muere por asfixia. El gas mataba a los insectos, pero también a las
personas, y en aquella Alemania de entreguerras esa capacidad resultaba muy
atractiva. Se había creado el primer
gas nervioso de la historia, una sustancia similar a la que se utilizó
en la reciente masacre de Siria.
La
historia del desarrollo de la guerra química es uno más de los escenarios en
los que se puede observar la ambivalencia de la ciencia. La producción de pesticidas eficaces, aún con sus
numerosos efectos negativos, ha permitido mejorar la producción agrícola para
alimentar a más personas y ha ayudado a combatir
graves enfermedades infecciosas como la malaria. Sin embargo, la
misma industria que buscaba compuestos con el potencial para mejorar la vida de
la gente ha creado algunas de las armas más temibles que existen. El mismo
Schrader continuó con su investigación en insecticidas, y dos años después, en
1938, se encontró con el gas sarín,
una de las sustancias que podrían haberse utilizado en los bombardeos de Siria.
Schrader
realizó estos hallazgos trabajando en IG
Farben, una empresa de la que, además del poliuretano, que se utiliza para hacer calzado, casas o
preservativos, o el prontosil,
uno de los primeros antibióticos, surgieron algunas de las armas químicas más
infames de la historia. Además del sarín y el tabún, esta compañía fue la
encargada de producir el Zyklon B,
el pesticida con el que Hitler trató de eliminar la "plaga judía".
Uno de los creadores de ese gas, que también tiene sus orígenes en el
desarrollo de pesticidas, fue Fritz Haber, el padre de la guerra química.
El
investigador alemán es famoso porque, junto a Carl Bosch, primer presidente de
IG Farben, desarrolló un sistema para producir
amoniaco sin depender del nitrato de sodio de origen natural. Esa
tecnología, imprescindible para la producción de fertilizantes artificiales,
sirve hoy para alimentar a la mitad de la población mundial. Sin embargo, Haber
fue la encarnación de los múltiples filos de su ciencia. Dispuesto a salvar
vidas en época de paz, no tuvo inconveniente en ponerse al servicio del
ejército imperial cuando Alemania entró en conflicto.
En
las trincheras de la Primera Guerra Mundial, el científico puso a prueba el gas
de cloro como arma para matar a los soldados enemigos como a ratas. Una vez
más, el químico estaba utilizando una herramienta del progreso como el cloro, que ha ahorrado millones de
muertes provocadas por la contaminación del agua, para matar a sus congéneres.
Además de para sus enemigos, sus decisiones tuvieron consecuencias terribles
para el científico. Asqueada con el uso que su marido estaba haciendo del
conocimiento que ella tanto había querido, Clara Immerwahr, la esposa de Haber,
química también, se suicidó disparándose al corazón en 1915. Años más tarde,
muchos de los parientes de Haber, que era judío, perecieron en las cámaras de
gas respirando el Zyklon B que él había ayudado a desarrollar.
Gas mostaza contra el cáncer
La
Primera Guerra Mundial, además del gas de cloro, también fue el escenario
elegido para la presentación global del gas mostaza, otra de las sustancias
que, según algunos informes de inteligencia, acumula el Gobierno sirio en su
arsenal. Este gas con olor a ajo estuvo muy presente en la primera Gran Guerra,
pero fue en la Segunda Guerra Mundial donde mostró que además de hacer daño
podía sanar. En 1943, un bombardeo de la aviación alemana sobre el puerto de
Bari, en Italia, hizo volar por los aires parte del cargamento secreto del
barco SS John Harvey de EEUU. El buque llevaba a bordo bombas con gas mostaza y el ataque expuso a más de seiscientas
personas al tóxico.
Los
investigadores que analizaron a los afectados observaron que su número de
glóbulos blancos había caído en picado. La capacidad del gas mostaza para
detener la división celular mostró así sus posibilidades para atacar a algunos
tipos de cáncer como el linfoma o la
leucemia, en los que los glóbulos blancos se reproducen de forma
descontrolada. El dañino gas mostaza, que atacaba a las células sanas, pero
tenía aún un mayor efecto sobre las prolíficas células tumorales, se convirtió
así en la primera quimioterapia con
una cierta eficacia contra algunos tipos de cáncer.
Las
víctimas sirias de la guerra química también podrían beneficiarse de la
investigación en torno a este tipo de armas, aunque en este caso no se trate de
hallazgos inesperados. El trabajo de toxicólogos iraníes que estudiaron los efectos de los gases nerviosos en la guerra
que enfrentó a su país con Irak en los 80 mostró la capacidad de algunos
antídotos contra estas armas. Inyectar atropina y pralidoxima en las horas
posteriores a un ataque con gas sarín puede ayudar a salvar vidas y reducir las
secuelas, según se comentaba en un editorial
de New Scientist la semana pasada. Lanzar sobre la población
civil estos antídotos puede ser una nueva versión de la guerra química con
efectos salvadores para muchas personas.
Daniel Mediavilla http://www.libertaddigital.com/ciencia-tecnologia/ciencia/2013-09-05/el-origen-beneficioso-de-algunas-armas-quimicas-1276498741/
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