El acontecimiento filosófico de estos meses está siendo la publicación en Alemania de los Cuadernos negros de Martin Heidegger. La filósofa italiana, y vicepresidenta de la sociedad Heidegger-Gesellschaft, Donatella di Cesare está haciendo un seguimiento de los mismos prestando especial atención a su relación con los judíos, porque la más enconada y decisiva cuestión filosófica del último siglo tiene que ver con el compromiso de Heidegger, considerado por muchos el más grande filósofo del siglo XX, con el nazismo.
Sin embargo, la publicación del escrito con el que se completarán los 102
tomos de sus obras completas, los Cuadernos negros, decanta finalmente
la balanza del lado de los que argumentaban que lo peor del nazismo estaba en
el núcleo de la filosofía de Heidegger. Y lo peor de esa combinación vitriólica
de nacionalismo histérico y socialismo patológico fue el antisemitismo que
llevó al genocidio del pueblo judío. Al Holocausto o Shoah. En los
anteriores Cuadernos negros Heidegger explicaba que su antisemitismo
venía dado por su consideración de los judíos –debido a su presunto carácter
calculador, utilitarista y falaz– como los principales responsables del
"olvido del Ser" en aras del triunfo de la cosificación. Los judíos
serían responsables tanto del bolchevismo como del capitalismo, de la URSS y de
los EEUU, es decir, dos manifestaciones enfrentadas pero esencialmente iguales,
desde su punto de vista ontológico, del triunfo de la técnica, que había
convertido a los hombres en robots y a la naturaleza en esclava. Los judíos
serían culpables de un "espíritu de resentimiento" contra lo que
Heidegger consideraba esencial para el "retorno del Ser": la
vinculación de un pueblo con su tradición, la tierra de la que se nutre su
fuerza vital y atávica. Los judíos, un pueblo sin Estado, sin raíces y
descastado, encontrarían su fuerza para la supervivencia en chupar de otros
pueblos su energía hasta dejarlos exhaustos y finalmente muertos. El judaísmo
sería, desde este antisemitismo metafísico, un parásito, un vampiro de
la fuerza vital de otros pueblos, ya que únicamente estaría vinculado a la Palabra
(de Dios), a la Torá, es decir, a una mortecina abstracción.
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En el volumen 97 de los Cuadernos negros, que pronto se publicará,
Heidegger nos explica su versión de lo que significa Auschwitz: no es más que
la culminación del "olvido del Ser". O, dicho de otra manera, los
campos de exterminio reflejan mejor que ningún otro fenómeno lo que caracteriza
al pensamiento calculador e instrumental propio del judaísmo: son unas meras
"fábricas de cuerpos". El exterminio industrial de los judíos sería
desde su atalaya metafísica, en la que la Segunda Guerra Mundial es una batalla
entre el Ser (representado por los arios) y el Ente (el punto de vista judío,
tanto en su manifestación comunista como capitalista), la conclusión lógica de
un proceso de cosificación del Ser que tendría a los judíos como principales
responsables. Que los judíos fuesen exterminados a la manera industrial sería
una especie de justicia poético-filosófica en aras de la purificación del
Ser. La Shoah sería así el "sumo cumplimento de la
técnica". Y los últimos responsables y culpables del exterminio de los
judíos serían (con esa lógica implacable propia de los alienados y los
ideólogos)... los propios judíos. La Shoah no sería sino "la
autoaniquiliación [Selbstvernichtung] de los judíos".
Estas revelaciones extraídas de la propia obra de Heidegger, y que él era
consciente de lo que significarían, por lo que prohibió que fueran difundidas
hasta mucho después de su muerte, obligan a una relectura de toda su obra desde
estos parámetros antisemitas. Y, también, a un nuevo análisis de la tradición
filosófica alemana que desembocó en esta aberración moral y ontológica, de Kant
a Nietzsche, y, por supuesto, en aquellos que se han considerado en mayor o
menor medida herederos de la hermenéutica y la fenomenología del filósofo
alemán, del postmodernismo como corriente a la deconstrucción como método que
han asolado gran parte de los departamentos de Filosofía, haciéndolos banales
en el mejor de los casos, cómplices de totalitarismos en el peor.
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