Necesidad clarificar
el concepto. Raphael Lemkin, El
poder del Eje en la Europa ocupada (1944) Asamblea
General de Naciones :1948 primera definición canónica de acción genocida considerada
como «cualquier medida o acción destinada a la exterminación o la eliminación
sistemática de un grupo social por motivo de su etnia, nacionalidad, religión o
ideología política». Más determinante que los números es la voluntad explícita
de reducir o exterminar a un colectivo. Su frecuencia ha ido disminuyendo al
ritmo en que nuestros códigos morales fueron incorporando los valores
universales del humanismo. El genocidio es bastante menos probable donde
funciona una democracia efectiva.
GENOCIDIOS
LA
palabra genocidio vive un nuevo momento de popularidad. Parecerá extraño que
semejante voz pueda resultar popular pero así es. Tecleamos el oráculo Google y
nos topamos con más de 50.000 entradas con el término, solo en la sección
«Noticias». Miles de esas ventanas remiten a afirmaciones, artículos y
editoriales de este agosto de 2014. Con tres referentes fundamentales: la
operación «Margen Protector» en la franja de Gaza, iniciada por el Ejército
israelí a finales del pasado mes de julio y calificada como «genocidio» por no
pocos intérpretes (desde políticos y periodistas hasta estrellas de cine…); la
condena emitida por un Tribunal especial de Naciones contra dos altos
dirigentes de los Jemeres Rojos, cuyo régimen maoísta establecido en Camboya
eliminó a un cuarto de su población entre 1975 y 1979; y los ataques de aviones
militares estadounidenses contra las posiciones alcanzadas en la región kurda
de Irak por el Estado Islámico. En la violencia desplegada por esta antigua
filial de Al Qaida, el presidente Obama ha anticipado el «genocidio potencial»
de una extraña y minoritaria secta religiosa, los yasidíes.
El
recurso generalizado al concepto de genocidio reclamaría una comprensión menos
gruesa de la que hoy se estila. «La era de los genocidios no ha terminado», titula
un importante periódico nacional. ¿Pero qué pretende decirse con ello? Las
aclaraciones están ahí para quien quiera encontrarlas. La Wikipedia precisa
(esta vez con rigor) que el término fue acuñado por un jurista judío, RaphaelLemkin, quien en 1939 huyó de Polonia para asilarse en Estados Unidos. Después
de haber estudiado las masacres promovidas por el Imperio Otomano contra los
armenios en 1915, Lemkin escribió su libro El
poder del Eje en la Europa ocupada (1944) donde denunciaba la «práctica de
acciones coordinadas que tienden a la destrucción de los elementos decisivos de
la vida de los grupos nacionales, con la finalidad de su aniquilamiento».
Cuatro años después, con fecha 9 de diciembre de 1948, la Asamblea General de
Naciones Unidas aprobó una Convención para la Prevención y Sanción del Crimen
del Genocidio. Allí se estableció una definición canónica de acción genocida
considerada como «cualquier medida o acción destinada a la exterminación o la
eliminación sistemática de un grupo social por motivo de su etnia,
nacionalidad, religión o ideología política». Aquí se incluirían varias
modalidades o formas de llevar a cabo acciones de genocidio, como matanzas a
miembros de un grupo, lesión grave a la integridad física o mental de sus
miembros, sometimiento intencionado del grupo a condiciones de existencia que
pudieran acarrear su destrucción física total o parcial y medidas destinadas a
impedir los nacimientos en el seno del grupo y el traslado por la fuerza de los
menores del grupo a otro colectivo. La definición de 1948 reaparecerá en el
Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional de 1998. Curiosamente, una
resolución de Naciones Unidas anterior a la de 1948 fue bastante más penetrante
a la hora de explicar la inmoralidad esencial que caracterizan a las prácticas
genocidas al suponer la denegación del derecho a la vida de los grupos humanos
(y esto con independencia de que estos hayan sido destruidos por completo o
solo en parte).
Conviene
no olvidar que la noción de genocidio recibió inspiración de las atrocidades
nazis contra la población judía y otras minorías, reactualizándose
periódicamente a consecuencia de sucesivas acciones de persecución étnica
perpetradas durante las últimas décadas del siglo pasado: en los ochenta en
Guatemala y en los noventa en la antigua Yugoslavia y en Ruanda, por dar varios
ejemplos todavía no mencionados. Quienes tienen demasiada prisa por volver a
aplicar el concepto deberían considerar las cifras de víctimas asociadas a esos
casos relativamente recientes (no digamos ya al Holocausto), como los casi
2.000 indígenas ixiles asesinados entre 1982 y 1983 durante la dictadura del
guatemalteco Efraín Ríos Montt (incluidos entre 250.000 personas muertas o
desaparecidas, la mayoría indígenas), los 700.000 tutsis eliminados por 10.000
hutus en solo cuatro meses de 1994 o los 8.000 musulmanes masacrados por
soldados y unidades paramilitares serbias en la región bosnia de Srebenica, en
julio de 1995. Más determinante aún que los números es la voluntad explícita de
reducir o exterminar a un colectivo. En consecuencia, cuando esa voluntad no ha
sido públicamente expresada o su contrastación resulta dudosa sería más
adecuado recurrir a palabras distintas para lamentar y denunciar otros casos de
asesinato y muerte colectivas. El abuso recurrente del término genocidio no
solo falsifica la realidad sino que hace perder precisión y potencia denotativa
a un concepto urdido para referir una de las conductas humanas más execrables.
Los
episodios genocidas son problemáticos tanto en su comprensión como en su
gestión y prevención. Pensando en ellos, el historiador británico y marxista
Eric Hobsbawm llegó a afirmar que el siglo XX constituyó la etapa más
sangrienta de la historia conocida. Lo cierto es que los genocidios y las
matanzas masivas de grupos específicos se han practicado en todas las épocas y
su frecuencia ha ido disminuyendo al ritmo en que nuestros códigos morales
fueron incorporando los valores universales del humanismo, como bien ha
explicado Steven Pinker. Con todo, este profesor de Harvard también advierte
que la psicología humana alberga la disposición básica sin la cual ningún
genocidio sería factible: la tendencia mental a dividir a las personas en
categorías o clases, tan útil para pensar el mundo pero tan peligrosa y dañina
cuando las divisiones se acompañan de valoraciones que moralizan a unos grupos
y devalúan o estigmatizan a otros, no por lo que hacen sino por lo que son o
aparentan ser. Las ideologías sustentadas en ideales de autenticidad, pureza o
incluso de emancipación, el miedo al otro, los conflictos ancestrales, los
agravios regurgitados, los liderazgos utópicos y las acumulaciones de poder por
un solo grupo pueden llevar esa disposición diferenciadora hasta sus efectos
extremos, genocidas. También sabemos que el genocidio es bastante menos
probable donde funciona una democracia efectiva (de ciudadanos, no de cuotas),
estabilidad, gobiernos y leyes igualitarias, etc.
Sabiendo
lo anterior, se dirá, los modos de prevención deberían estar claros. Lo están.
Pero esa claridad en lo abstracto no allana su implementación concreta. Por lo
demás, los organismos internacionales y los gobiernos occidentales tienen un
problema con la gestión de los genocidios inminentes o en marcha. En realidad,
no sabemos qué hacer con ellos: cuando no se interviene o se interviene tarde
se lamenta. Pero cuando se interviene siempre hay alguien que también se queja
u opone (a veces sociedades enteras), se corre el riesgo de generar daños no
buscados (algunos previsibles, otros no) y por ello mismo a menudo se
interviene pero solo a medias… Y en esas seguimos.
LUIS
DE LA CORTE IBÁÑEZ ES PROFESOR DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE MADRID
ABC
18.8.14
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