El psiquiatra Luis Rojas
Marcos defiende que por naturaleza los humanos tendemos a ser solidarios. Para
justificarlo aduce varios argumentos: la tendencia espontánea a ayudarnos en
momentos de desgracias individuales o colectivas, la suposición de que la
solidaridad es una actitud que facilita la supervivencia de la especie y el
sentimiento de satisfacción que vivimos siendo solidarios. Es una
interpretación optimista y esperanzadora de la naturaleza humana, que
contradice las opiniones de importante pensadores de nuestra historia, aunque
es compartida en cierto modo por otros.
UNA REACCIÓN ADMIRABLE
«Desde un punto de vista personal, durante más de
cuarenta años he trabajado en el campo de la salud pública de la ciudad
neoyorquina. En este tiempo he aprendido que la solidaridad humana posee un
inmenso poder restaurador
LA solidaridad humana brilla
en las tragedias. La solidaridad, entendida como los sentimientos de adhesión y
comprensión que nos impulsan a cuidarnos, respaldarnos y alentarnos mutuamente,
es una fuerza natural que promueve confianza, seguridad y sobre todo esperanza
en quienes la reciben. Esta fuerza reconfortante se nutre de la empatía o la
capacidad para situarnos genuinamente en el lugar del otro, en las
circunstancias que experimentan otras personas, y para conectarnos con afecto y
comprometernos con ellas. La solidaridad amortigua el impacto de los golpes,
aplaca el estrés y la angustia que causan las desgracias.
Está demostrado que todas
las víctimas de desastres se benefician del amparo y el soporte de los demás.
Cada día contamos con más datos científicos que demuestran de forma
incontrovertible que la solidaridad está programada en nuestro equipaje
genético, forma parte inseparable del instinto de conservación de la especie y
actúa como una fuerza instintiva para reforzar nuestra satisfacción con la
vida. Incluso los pequeños de dos años de edad ya se turban ante el sufrimiento
de personas cercanas y muestran de manera innata formas primarias de consuelo.
Es un hecho comprobado que las comunidades unidas por fuertes lazos de
solidaridad no sólo aumentan las probabilidades de sobrevivir a las
catástrofes, a lo inesperado, sino que prosperan más que los colectivos
fragmentados por el egocentrismo. También se ha demostrado que la generosidad y
la predisposición a auxiliar a nuestros semejantes son una fuente esencial de
la felicidad humana. Esto explica el que tantos hombres y mujeres cumplan con
esa ley natural que prescribe que la mejor manera de conseguir la dicha propia
es sencillamente proporcionársela a los demás. En este sentido, la satisfacción
que nos producen nuestras acciones solidarias es el trofeo que recibimos por
obedecer a nuestros impulsos naturales más admirables.
Cuando nos enfrentamos a las
calamidades que nos estremecen, tengan su origen en la naturaleza o en la
acción humana, la reacción natural es tratar de conectarnos con los otros. Y
cuanto más inquietante nos parece el peligro, más sólidamente forjamos el nexo
de unión. Por eso, en los momentos difíciles nos agrupamos y nos fundimos
emocionalmente unos a otros con el fin de superarlos. La conexión solidaria con
los demás es el ingrediente esencial de la capacidad innata de encajar y
superar adversidades. Los peores desastres son más llevaderos si nos sentimos
parte de un grupo. Cuando nos invaden el pesimismo y la indefensión, el fulgor
deslumbrante de la solidaridad se convierte en el signo más seguro y
esperanzador de que lograremos superar los momentos de dolor y desesperación.
La idea de que los seres
humanos superamos terribles adversidades no es nueva. Tampoco lo es la noción
de que las batallas de la vida pueden incluso producir cambios positivos en
quienes las afrontan. La solidaridad es el mejor fortificante de la resiliencia,
esa simbiosis natural y única de flexibilidad, resistencia, adaptación y
recuperación que nos permite vencer e incluso sacarle algo positivo a la
adversidad.
La gran mayoría de los
supervivientes destacan los efectos reparadores de la ayuda mutua, la confianza
en los demás y la solidaridad en la superación de la experiencia traumática. La
oportunidad de narrar y compartir los detalles de la experiencia con los demás,
y la comprensión y solidaridad que reciben de sus familiares y amigos, de
extraños y de la sociedad en general, les ayuda a preservar la cordura después
del rescate y a superar emocionalmente la espantosa experiencia.
La literatura científica y
la memoria humana en general, frente a quienes se enrocan en la visión de que
el hombre es un lobo para el hombre, nos proporcionan innumerables ejemplos de
que los seres humanos, al practicar y fomentar la solidaridad, favorecemos
precisamente nuestra supervivencia y la de nuestra especie. La clave para
entender esta capacidad está, pues, en la fuerza natural que nos predispone a
la generosidad y nos impulsa a perseguir sin descanso la dicha propia y la de
nuestros semejantes. No se trata de empeñarse en ver siempre la botella medio
llena, sino en saber leer mejor los aspectos más nobles de la compleja
naturaleza humana.
Al reflexionar sobre
accidentes atroces, como el ocurrido en una vía férrea a la entrada de Santiago
de Compostela el 24 de julio, nos enfrentamos con el horror, la impotencia, la
vulnerabilidad y la incertidumbre. Pero a la vez, nos reconfortamos ante el
brote incontenible de solidaridad que se produce y la extraordinaria capacidad de
adaptación y recuperación que poseemos. Fue la reacción inmediata de los
vecinos de Angrois, junto a Compostela, que se volcaron en los primeros minutos
en tratar de socorrer a las víctimas, y de inmediato la de incontables
santiagueses, gallegos y españoles. De hecho, cuando afrontamos situaciones
traumáticas y nos invaden los sentimientos de indefensión y pesimismo, el
fulgor de la solidaridad se convierte en el signo más seguro de que lograremos
superarlas. Es una reacción admirable que nos debería ayudar a entender mejor
el momento histórico que experimenta España y a tratar de superar las
dificultades arrimando el hombro, sacando lo mejor que tenemos. Así ocurrió
tras los atentados del 11-M en Madrid o del 11-S en Nueva York, como pude
observar por mí mismo desde primera hora en aquella jornada luctuosa para
Manhattan, la ciudad donde vivo y me siento querido.
Me temo que los desastres
(naturales y causados por el hombre) continuarán formando parte del catálogo de
adversidades que nos conmueven. Pero la solidaridad seguirá floreciendo como el
verdadero distintivo de la humanidad. Desde un punto de vista personal, durante
más de cuarenta años he trabajado en el campo de la salud pública de la ciudad
neoyorquina. En este tiempo he aprendido dos lecciones. La primera es que la
solidaridad humana posee un inmenso poder restaurador, lo que hace que las
personas seamos asombrosamente resistentes a las peores adversidades. La
segunda lección que he aprendido es que nuestra tarea diaria consiste en
ayudarnos unos y otros, porque, a fin de cuentas, el mejor negocio que existe
es el bien común.
Luis Rojas Marcos. Profesor
de Psiquiatría. Universidad de Nueva York
ABC 26.7.13
No hay comentarios:
Publicar un comentario