17/5/16

Ángel Sanz Briz, el ´´Angel de Budapest"



«EL ÁNGEL DE BUDAPEST»
«Cuando llevaba expedidos millares de documentos, y temiendo el momento en que no sirviesen de nada, decidió internar a las familias perseguidas en edificios, alquilados con cargo a su propio bolsillo»

DURANTE años los españoles ignoramos que un compatriota, Ángel Sanz Briz, enfrentó de manera heroica la barbarie nazi para salvar de las cámaras de gas a millares de judíos predestinados a sumarse a las víctimas del Holocausto. La escasa relevancia que él concedió a su hazaña humanitaria, el antisemitismo verbal del viejo Régimen y la ausencia de relaciones entre Hungría, Israel y España mantuvieron en el olvido este nombre que ahora figura entre los de Raoul Wallenberg y Oskar Schindler, los dos mitos de la salvación de judíos durante la Shoa cuyas hazañas solidarias el cine tanto ha popularizado.
Sanz Briz, diplomático aragonés, joven y con brillante futuro, estaba al frente de la Legación española en Budapest cuando, en marzo de 1944, las tropas alemanas movilizadas en la operación Margarette entraron en Hungría, desterraron al regente, Miklós Horthy, e impusieron un Gobierno de los Nylaskeresztez (partido de la Cruz Flechada), los nazis locales, que inmediatamente acometieron la «solución final», la liquidación del pueblo judío, que se venía aplicando en todos los países del Tercer Reich. El propio Adolf Eichmann fue el encargado por Hitler de planificar el traslado de las víctimas hacia el exterminio.
Aunque España formaba parte del quinteto de países neutrales –con el Vaticano, Suecia, Portugal y Suiza–, era el que tanto los nazis alemanes como húngaros consideraban más identificado con sus principios y métodos. Pero Sanz Briz, al principio simpatizante de la parafernalia nacionalsocialista, lejos de condescender con aquella política criminal y mantenerse respetuoso con las instrucciones de no injerencia de Madrid, se dejó llevar por su sentido humanitario y a lo largo de aquellos terribles meses se entregó con su profesionalidad, sus propios medios económicos y gran riesgo personal a salvar vidas.
Interpretando de forma retroactiva una ley ya prescrita de Primo de Rivera, comenzó a expedir pasaportes a los sefardíes que habitaban en la ciudad y, cuando se le agotaron los impresos en blanco, cartas de naturaleza a todos los judíos que, en cuanto se corrió la voz, empezaron a hacer cola ante la Legación Española en busca de su protección. Cuentan que varias veces Sanz Briz tuvo que salir a la calle en mangas de camisa para enfrentarse a los matones «cruzflechados» que intentaban secuestrar y aporrear a aquellos desesperados.
Inicialmente las autoridades respetaron los documentos de protección españoles, pero enseguida el Gobierno del racista Ferenc Szálasi comenzó a desdeñarlos y a intentar deportar a sus portadores a los campos de la muerte. En varias ocasiones Sanz Briz se adelantó en coche a trenes repletos de judíos con destino Auschwitz-Birkenau para plantarles cara en las estaciones a los guardianes de las SS y, desafiando su furia, obligar a que desembarcasen los que tenían documentos españoles y embarcarlos en su automóvil protegido por la inmunidad diplomática.
Cuando llevaba expedidos millares de documentos, y temiendo el momento en que en el caos no sirviesen de nada, decidió internar a las familias perseguidas en edificios, alquilados con cargo a su propio bolsillo y salvaguardados por banderas españolas y carteles donde se advertía que aquel inmueble era sede extraterritorial anexa a la Legación de España y, por lo tanto, exenta de la jurisdicción húngara. Así consiguió que muchas personas evitaran ser deportadas. Llegó a disponer de once pisos donde se hacinaban como sardinas centenares de judíos, atemorizados ante el peligro que les amenazaba fuera. Mientras él extendía documentos y negociaba con las autoridades respeto a sus protegidos, con las tropas soviéticas cercando la capital y decenas de cadáveres emergiendo cada mañana entre los hielos del Danubio, sus colaboradores se abastecían en el mercado negro de lo indispensable, alimentos y medicinas, para que los refugiados pudiesen subsistir.
Fueron días dramáticos durante los que Sanz Briz –siempre prudente temiendo que su actuación no fuese bien vista en Madrid– soslayaba su iniciativa y en los despachos sólo informaba al Ministerio de la marcha de la guerra, arriesgando, además de la vida, su carrera diplomática. Cuando terminó aquella dura experiencia regresó a España y se convirtió en un diplomático del mayor prestigio. Falleció siendo embajador ante la Santa Sede, después de haber abierto la Embajada en Pekín ante el régimen de Mao.
En los últimos tiempos la gesta de Sanz Briz empezó a ser conocida y reconocida tanto en Budapest –donde una calle perpetúa su nombre–, como en Israel –donde fue declarado Justo entre las Naciones– como en España, donde está recibiendo homenajes y muestras de reconocimiento: la última estos días, la Medalla de Oro de Madrid. Los documentos rescatados recuerdan que su acción salvó la vida a 5.300 personas. En su mayor parte ya han fallecido, pero los que aún viven le recuerdan, agradecidos y emocionados, por el apelativo con que entonces le habían rebautizado: «El Ángel de Budapest».
14 may. 2016 ABC DIEGO CARCEDO PRESIDENTE DE LA ASOCIACIÓN DE PERIODISTAS EUROPEOS

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