Si me amas me odias
La poeta Anne Carson ha rastreado
la lírica griega clásica en busca del amor, el deseo y los celos. Un recorrido
que nos lleva a Emma Bovary, Ana Karenina o nuestra Regenta
La poeta canadiense Anne Carson ( 1950) es una de las más destacadas
creadoras con temporáneas. Además de ensayista, traductora y profesora de
literatura clásica en universidades como Princeton o en la de Michigan, en Ann
Arbor. Latinista y helenista, conoce el mundo clásico grecolatino tan bien como
todos los movimientos de vanguardia del siglo XX. Y de esta fusión surge una de
las poesías más originales. En este ensayo, Eros,
poética del deseo a través del estudio de la poesía clásica griega más
primitiva, descubre los orígenes y las razones de uno de los sentimientos
humanos más complejos e indefinibles como es el del erotismo- amor. El erotismo
más descarnado y la versión cultural del mismo con la creación de la ficción
amorosa.
Carson nos remonta a Safo, que fue quien, por vez primera, definió o
calificó a Eros como un sentimiento entre dulce y amargo. Luego otros poetas
griegos se referirían al mismo como miel amarga, dulces heridas, dulces
lágrimas, e incluso mezclarían la sensación de calor con la de frío. Eros,
dulce y amargo, pero también placentero y doloroso al mismo tiempo. Dulzura del
deseo erótico que, temporalmente, tapa la amargura subsiguiente. «Pequeña bestia
dulce y amarga» (fragmento 130) contra la cual no hay quien se defienda.
A mí no me gusta, para este caso, hablar de sensación agridulce porque
sería mezclar ambas en una nueva y diferente; mejor sensación dulce y luego,
sin mezcla alguna, amarga. Y además, esta última de mayor densidad que la
primera. A la pregunta de Carson ¿qué pesa más, lo dulce o lo amargo?, yo
respondería, sin lugar a dudas –y así la mayor parte de la poesía de todos los
tiempos me respaldaría–, que la parte amarga. En poesía, o el amor no se
consuma por el rechazo de una de las partes, rechazo caprichoso, injustificado
o desdén; o acaba mal. Precisamente existe la poesía amorosa porque tiene su
origen en esa decepción.
El erotismo, el deseo, se lleva a cabo en un instante, el instante del
deseo. Y ese tiempo detenido se encuentra fuera de la razón, fuera de la
voluntad y es irresistible. Ese instante nos exige un gran dilema: optar entre
los instintos y sentidos del cuerpo o la razón que ha sido emboscada. Así,
¿Eros es amigo o enemigo? Las dos cosas a la vez. Y este pensamiento
helenístico apenas ha variado con los siglos.
Ellas lo sabían
Del afecto supremo se puede pasar a la animadversión, el odio, el olvido,
el alejamiento. ¿Dónde comienza la amistad y dónde la enemistad? No comienzan
ni acaban, sino que están dentro de la propia esencia del erotismo. Mujeres de
la realidad trasladadas a la ficción como Bovary, Karenina o nuestra Regenta lo
sabían perfectamente. «Y donde termina el amor empieza el odio», piensa la
heroína tolstoiana, mientras se encamina a la estación de trenes de Moscú.
Para muchos poetas helenísticos a los que se refiere Carson, el deseo
debilitaba el cuerpo y la mente, confundía a la razón y provocaba acciones u
omisiones incontrolables. Eros es una necesidad antropológica, una fuente de
vida; por eso el libro de Anne Carson finaliza con esta pregunta: ¿podemos
imaginarnos una ciudad en la que no haya deseo? Esa ciudad estaría muerta, esa
ciudad sería una ciudad desaparecida, perdida, abandonada, mutilada.
Eros es necesidad, es carencia del otro, ausencia de algo. Por lo tanto,
Eros es búsqueda. El que ama, desea lo que no tiene. Y eso es lo que cantaron
estos primeros poetas de la Hélade, ese vacío inexplicable. De lo que no se
dieron cuenta es de lo que descubrimos en el Romanticismo a través de la novela
de Goethe, Werther. Queremos
conseguir al otro que no quiere, que nos rechaza; pero si cediese y lo
consiguiéramos, ya no nos interesaría. Simone Weil, en uno de mis libros de
cabecera, La gravedad y la gracia, lo
resumió muy bien: « Pero si se me entrega totalmente, entonces deja de existir,
y yo dejo de amarle».
Entrega total
Nuestro mundo más contemporáneo descubrió este otro extremo de la amargura
o, por qué no, de la dulzura, la decepción de la entrega total, la tristeza de
la claudicación. Este sentimiento late en los poetas
grecolatinos e incluso en Petrarca, pero están ocupados en la conquista y
no se plantean nada más allá de la misma. Ni siquiera clásicos, renacentistas,
neoclásicos, románticos o vanguardistas se decidieron a combatir a Eros y al
amor como se ha hecho desde nuestro mundo contemporáneo; sobre todo, desde el
psicoanálisis. Carson apenas lo vislumbra en su ensayo, pero es que tampoco es
materia del mismo. Sartre califica a Eros de estafador y frustrante. Simone de
Beauvoir habla de tortura. Y el pensamiento de Lacan en este sentido se puede
resumir en la total negación del amor más allá de un instinto primario de
supervivencia.
Amor, odio y, quizás, en medio, los celos, uno de los motivos del odio. Hay
un hueco –acierta Carson al descubrirlo– que es el sujeto real de la mayoría de
los poemas de amor. No es el amado, sino ese hueco, ese locus. Eros se agota
llenando todas las otras carencias de los amantes, Eros se expropia una parte de
sí mismo y trata de evitar el egoísmo de ambas partes: reclamar todo lo que al
ego le gusta como suyo propio, y rechazar todo lo que al ego le disgusta como
no suyo.
¿ El que ama es más fuerte, vale más? Yo creo, como Nietzsche, que sí lo
es. Además, es más él mismo; no es una contracción de sí mismo, sino una
extensión. Pero, según Carson, para los poetas griegos hay una pérdida del yo y
no existe tanto regocijo. Esto se expresa mediante metáforas de guerra,
enfermedad, desintegración corporal.
Eros, por lo general para los poetas clásicos griegos, es una experiencia
terrible, un enemigo dentro de nuestro propio cuerpo que desata nuestros
miembros y mira con ojos más lánguidos que el sueño o la muerte. Eros es hostil
en su intención y perjudicial en sus efectos.
Siempre esperando
¿Qué desea el amante del amor en la poesía griega clásica? Desea al amado
(heterosexual y homosexual), aunque también siente prevención hacia él por el
dolor que pueda causarle. Eros es, sobre todo, calor, pero Carson recuerda que
en Sófocles, Los amantes de Aquiles, se lo compara también con el hielo.
Eros y también el tiempo. Los amantes odian al tiempo, pero saben esperar,
siempre están esperando. En esa espera está el verdadero amor, pues su no
consumación no decepciona, no engaña, no se termina, no produce mal alguno.
Esperar también es amar. Barthes nos advirtió en Fragmentos de un discurso amoroso que el amante contempla el tiempo
con inquietud en medio de la zozobra del corazón. Le gustaría controlar el
tiempo, pero el tiempo lo controla a él, de la misma manera que Eros nos
controla a todos nosotros aunque de una forma menos totalitaria.
¿ Eros-sexo únicamente, o sexo y amor? Ya desde los griegos venimos
repitiendo, una y otra vez, esta pregunta, dándole muchas respuestas, todas
ellas erróneas e inexactas. Lisias el sofista conminaba a que era mejor otorgar
favores y no enamorarse. Los que no aman son personas que se mantienen dueñas
de sí mismas. ¿Pero quién dispone de todos los sistemas de autocontrol de las
emociones?
Lo que nos falta
Sócrates negaba que ese autocontrol fuera posible e iba más allá, pues
tampoco lo consideraba «deseable» para los seres humanos, pues rompía el ciclo
de la vida. Cuando Eros entra en nosotros con sus grandes riesgos y se le acoge
con decoro y sabiduría se percibe lo que somos, lo que nos falta, lo que
podríamos ser. Eros también es una forma de percibir la naturaleza humana.
Sócrates se pone del lado de un Eros controlable y creador, frente a Lisias y
la mayoría del pensamiento griego clásico más trágico. Prescindir del amor es
también prescindir de la vida.
¿ Estar con Eros o huir de él? ¿ Acaso podemos? ¡ Inútil trabajo!
Sobrellevarlo entonces. ¿Cómo ha penetrado? Platón habla de alas, un ejército
alado que desciende inopinadamente sobre cada persona para arrebatarle su
control. Eros es un riesgo, pero un riesgo que vale la pena, pues sin él no
existe nada. Sócrates estaba enamorado de ese riesgo y del camino hacia su
seducción. Sócrates calificaba a Eros de sofista, mientras que Safo se refería
a él como « tejedor de ficciones » (mythoplokos). ¿Con cuál quedarse? ¿Por qué
no con los dos?
30.1.2016 CÉSAR ANTONIO MOLINA ABC
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