La revuelta de la calle Rosenstrasse
Déjenme que les hable de un episodio de la historia alemana muy poco conocido.
Antes de 1943, había en Alemania dos grupos de judíos que se habían
salvado hasta el momento de ser deportados a los campos de
concentración, por motivos distintos.
El primero de esos grupos era el de los judíos que estaban cualificados
para trabajar en las fábricas. Alemania soportaba un ingente esfuerzo
bélico, que hizo preciso reclutar para el trabajo incluso a las mujeres,
así que al principio de la guerra se evitó privar a las industrias de
los trabajadores judíos.
El segundo grupo era el de los judíos casados con mujeres no judías.
Durante 10 años, el régimen nazi había empleado todas las armas de la
persuasión para convencer a esas mujeres de que se divorciaran de sus
maridos judíos, pero lo cierto es que el 90% de ellas se negaron.
Expulsados de sus trabajos, rechazados por sus vecinos, impedidos por
ley de realizar numerosas actividades, la vida de esos judíos y de sus
esposas era durísima, pero el régimen nazi había evitado deportarlos
hasta ese momento.
Pero a principios de 1943, los nazis decidieron dar una nueva vuelta de
tuerca, y librar a Alemania de sus últimos judíos, comenzando por
Berlín. Al amanecer del 27 de febrero, efectivos de policía, agentes de
la Gestapo y una división de élite de las SS dieron comienzo a una
batida en la capital alemana, en la que 10.000 judíos fueron sacados de
sus casas o de sus lugares de trabajo. Todos los que no estaban casados
con mujeres arias, más de ocho mil, fueron llevados a centros de
internamiento situados fuera de la ciudad, y de allí al campo de
concentración de Auschwitz, donde terminarían siendo asesinados.
Pero los judíos casados con mujeres arias, unos 1.700, fueron separados
del resto y encerrados en un centro de detención dentro de la ciudad,
en la calle Rosentrasse.
Cuando comenzó a correr la voz de adónde habían llevado a sus maridos,
las esposas de aquellos judíos se dirigieron a la calle Rosentrasse,
para pedir noticias de los detenidos y suplicar que los soltaran, por
supuesto sin éxito. Las horas pasaban y centenares de mujeres se
agolpaban en la puerta de aquel centro, sin saber muy bien qué hacer.
Y las horas continuaron pasando y cayó la noche. Pero la multitud de
mujeres allí congregada, lejos de atender las órdenes de volver a su
casa, siguió allí a la puerta. Conmocionadas y desesperadas,
perfectamente conscientes del destino que esperaba a sus maridos, se
negaban a irse, sabiendo que, de hacerlo, les abandonaban a su suerte.
Y pasó la noche y llegó la mañana. Algunas mujeres habían vuelto a sus
casas, a atender a sus hijos, o habían tenido que irse a sus trabajos,
pero otras mujeres habían ido llegando para tomar el relevo. La multitud
siguió creciendo. Comenzaron a unirse a aquella concentración otros
familiares, y conocidos y amigos de los encerrados. Y comenzaron a
escucharse los primeros gritos: "¡Devolvédnoslos! ¡Dejadnos ver a
nuestros maridos!".
Desafiando las temperaturas bajo cero, las mujeres siguieron allí a la
puerta otra noche más. Y al día siguiente, tercer día de protesta,
comenzaron a unirse a la multitud las primeras personas que nada tenían
que ver con ninguno de los detenidos. Así es como describe esa
congregación espontánea una de las mujeres que vivieron aquellos hechos:
" Yo acudía cada mañana a Rosenstrasse antes de ir a trabajar. Y
siempre había allí una marea de personas. Nadie organizaba o instigaba
la protesta. Simplemente, la gente estaba allí. Exactamente igual que
yo."
Y los tres días se convirtieron en cuatro, y los cuatro en cinco. Y
cada vez era mayor el número de personas y cada vez eran más coléricos
los gritos exigiendo que aquellos judíos fueran liberados. Y lo que
comenzó como una reunión de mujeres buscando desesperadamente tener
noticias de sus maridos fue adquiriendo un tinte cada vez mayor de
protesta política. Seis mil personas llegaron a juntarse delante de
aquel dentro de detención. De modo que Goebbels, Ministro de Propaganda y
Jefe Local del partido nazi en Berlín, decidió que era preciso disolver
aquella concentración que amenazaba con irse de las manos.
Sin previo aviso, el 4 de marzo, los guardias del centro de detención
salieron a la calle y montaron las ametralladoras. Una de las
protagonistas de aquella historia cuenta que aquel día hacía tanto frío,
que las lágrimas se les congelaban en las mejillas.
El jefe del operativo se dirigió a los manifestantes para darles un
ultimátum: si no despejaban la calle de inmediato, abrirían fuego.
La multitud, enfrentada a los cañones de las ametralladoras, comenzó a
retroceder, pero entonces una voz gritó "¡Asesinos!". Y aquellas mujeres
comenzaron a corear al unísono "¡Asesinos! ¡Asesinos!".
Y tras muchos minutos de confusión, y mientras las mujeres se negaban a
dispersarse y arreciaban los gritos, los guardias recibieron la orden
de desmontar las ametralladoras y replegarse hacia el centro de
detención.
Dos días más tarde, el 6 de marzo, después de una semana continuada de
protesta, Goebbels dio la orden de liberar a aquellos 1.700 judíos. Unos
pocos centenares de mujeres habían conseguido doblegar al régimen de
Adolfo Hitler.
Las protestas de Rosenstrasse - silenciadas, por supuesto, por el
régimen nazi - evitaron de forma directa que esos 1700 judíos encerrados
en el centro de detención fueran enviados a Auschwitz. Pero salvaron,
de forma indirecta, a otros 30.000 judíos en toda Alemania que estaban
casados con mujeres no judías, porque el régimen nazi ya no se atrevió a
ordenar posteriormente su deportación.
De hecho, al acabar la guerra, el 98% de los judíos sobrevivientes en Alemania pertenecían a este tipo de matrimonio mixto.
¿Cómo fueron capaces esas mujeres de hacer aquello? Pues, simplemente,
porque era lo que tenían que hacer. Así es como lo resume una de
aquellas esposas, Elza Hozler: "Cuando mi marido necesitó que le
protegiera, yo le protegí".
Lo cual plantea la pregunta, claro está, de si no se hubiera podido
hacer mucho más contra el régimen nazi. El episodio de Rosentrasse
demuestra que hasta uno de los regímenes más sanguinarios de la Historia
era capaz de recular, cuando percibía que la represión podía volver a
la opinión pública en su contra.
Así que, si unos centenares de mujeres desarmadas fueron capaces de
doblarle la mano a Goebbels y a Hitler, ¿qué más se hubiera podido
lograr, sólo con que hubiera habido más gente dispuesta a hacer en cada
momento aquello que estuviera a su alcance?
Luis del Pino Editorial del programa Sin Complejos del sábado 19/FEB/2011: "La revuelta de la calle Rosenstrasse"
https://plus.google.com/107400964288708653564/posts/1rKYMDpF2dx
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