Una nueva época, un mundo infeliz
Un feroz
individualismo ha definido nuestras sociedades en las últimas tres décadas. La
democracia y la verdad están en peligro
No
cabe duda de que hemos entrado en una nueva era. El problema es que los
historiadores tardarán años en determinar si los grandes cambios que estamos
experimentado tuvieron relación entre sí o si se produjeron simultáneamente por
casualidad. Afectan a todos los aspectos de la sociedad y la política, tanto
nacional como internacional, y también a la guerra. La de Irak puso de
manifiesto la extraña impotencia de la supremacía militar occidental. La
aplastante victoria de 2003 sobre las fuerzas de Sadam Huseín demostró que
cualquier comparación con la Segunda Guerra Mundial era arriesgada. El éxito
militar convencional ya no trae consigo la paz. Los líderes de Washington y
Londres pasaron por alto un cambio crucial en la manera de hacer la guerra. La
guerrilla o la lucha partisana se solía librar en las montañas, los bosques o
los pantanos. Actualmente, sus blancos principales se encuentran en las zonas
urbanas, al igual que la posibilidad de camuflarse entre la comunidad civil
para preparar operaciones ocasionales. La teoría de Mao de que había que
moverse entre la población como peces en el agua no ha caído en el olvido.
La explosión demográfica en África y
Oriente Próximo está aumentando el número de megalópolis a través de la
inmigración. Hay una cantidad inmensa de jóvenes sin apenas esperanza de
conseguir un trabajo o una casa o de formar una familia, lo cual conduce a una
amarga frustración. En la actualidad, el Ejército estadounidense se está preparando
para futuros campos de batalla formados por rascacielos rodeados de chabolas.
La era de los Ejércitos convencionales con uniformes reconocibles que maniobran
para conseguir ventaja en campo abierto ha llegado a su fin. La guerra se ha
vuelto eminentemente urbana, con consecuencias terribles para los civiles
atrapados en las ciudades, como muestra la devastación de Alepo.
La
verdadera revolución socioeconómica empezó a mediados de la década de 1980 y
principios de la de 1990 sin que entendiésemos lo que estaba pasando. Entonces
nos parecía emocionante esa combinación de cambio geopolítico y final de la
Guerra Fría mezclado con la revolución de las comunicaciones y la invención de
Internet. Pero esos cambios también trajeron consigo la liberalización
económica, la liberalización de los mercados financieros, el fin de las
barreras comerciales y la expansión de la globalización. Empezamos a advertir
la fragmentación de las lealtades colectivas o tribales. Los sindicatos, las
organizaciones religiosas, los partidos políticos y las asociaciones militares
comenzaron a decaer al mismo tiempo. Un escepticismo creciente ante la
autoridad dio lugar a una sociedad mucho menos deferente, y otras
transformaciones contrarias a la jerarquía tuvieron como resultado una
informalidad mucho mayor en los centros de trabajo. El énfasis se ponía en el
individuo. A eso era a lo que se refería Margaret Thatcher con su tristemente
célebre frase: “No existe eso que llaman sociedad”.
"Hace tiempo que soy nítidamente
consciente de que la honestidad intelectual es la primera víctima de la
indignación moral"
En
el pasado, la mayoría de las revoluciones fueron inducidas o forjadas por
ideales políticos, nacionales o religiosos, y estuvieron revestidas de un aura
de autoinmolación. Por otra parte, esta nueva revolución fue la primera en la
que la principal fuerza motora era descaradamente egoísta. La gente empezó a
hablar de la “generación del yo”. Este era el futuro, liberado de las
restricciones de las fronteras nacionales o las lealtades anticuadas. El
magnífico aforismo del poeta John Donne —“Nadie es una isla”— pasó a
considerarse como algo perteneciente a la historia lejana.
El
individuo, aunque supuestamente liberado y poderoso, en la práctica se había
vuelto crédulo. El siniestro eslogan de los cienciólogos estadounidenses —“Si
para ti es verdad, entonces lo es”— se ha propagado como un virus invisible que
impide a sus víctimas ver la realidad. Las teorías de la conspiración han
existido siempre, pero ahora, mediante la comunicación por Internet, pueden
adquirir una fuerza y un impulso totalmente diferentes. El asilamiento en la
nueva sociedad de masas convierte a las personas en vulnerables a los
charlatanes y los falsos profetas. Y todo esto lo empeora mucho más la
industria internacional del ocio, capaz de crear su propia y convincente
visión.
"El incremento de la ficción
realista coincide con una época en la que mucha gente tiene cada vez más
dificultades para distinguir entre fantasía y realidad"
En
la actualidad estamos entrando en el mundo de la posalfabetización, en el que
la reina es la imagen en movimiento. El límite entre la realidad y la ficción
está siendo minado implacable y deliberadamente, sobre todo debido al enorme
potencial económico. Desde el punto de vista histórico, sin embargo, esto es
profundamente perverso. En los últimos tiempos hemos asistido a un importante
aumento de lo que yo llamaría la “dramatización deformada de la realidad” tanto
en documentales como en películas de ficción. El peligro es que, en la
actualidad, para la mayoría de la gente esta “historia para entretener” es la
principal fuente de conocimiento histórico.
La
obsesión de Hollywood por afirmar que una película es real incluso cuando es
ficticia en su práctica totalidad es un fenómeno relativamente nuevo. Por lo
visto, ahora hay que comercializarla proclamando su autenticidad. De vez en
cuando se refuerza la falsa sensación de verosimilitud proyectando aquí y allá
nombres de lugares y fechas concretas, como si el público estuviese a punto de
presenciar una recreación fidedigna de lo que sucedió determinado día, algo que
resulta especialmente lamentable cuando se trata de personas que solo han
tenido contacto con el tema a través de la ficción cinematográfica o
televisiva. Poco después del estreno de la película El Código Da Vinci,
en Gran Bretaña se hizo un estudio para investigar sus efectos. A pesar de que
la película es ciertamente absurda, la encuesta mostró que, después de verla,
casi la mitad de la muestra diseñada para representar a la población estaba
convencida de que María Magdalena había tenido un hijo con Jesús y de que su
linaje pervivía hasta hoy. El incremento de la ficción realista coincide con
una época en la que mucha gente tiene cada vez más dificultades para distinguir
entre fantasía y realidad.
"Tal vez no resulte sorprendente
que en muchas partes del mundo estemos presenciando una política de la ira
incoherente manipulada por el engaño deliberado"
Los
antropólogos están empezando a estudiar la forma en que Internet, y en
particular las redes sociales, están transformando las relaciones políticas e
incluso humanas. Solo Facebook tiene más de 500 millones de miembros activos,
la mitad de los cuales se conecta cada día. Los miembros tienen una media de
130 “amigos”. Pero, ¿qué clase de amistad puede representar algo así? Un
estudio reciente ha revelado que se ha producido un enorme incremento de los
problemas mentales sobre todo entre las mujeres jóvenes debido a que las redes
sociales hacen que se sientan ineptas. En una paradoja significativa, parece
que nada aísla más que Internet, el mayor invento en comunicaciones de todos
los tiempos.
Tal
vez no resulte sorprendente que en muchas partes del mundo estemos presenciando
una política de la ira incoherente manipulada por el engaño deliberado. Hace
tiempo que soy nítidamente consciente de que la honestidad intelectual es la
primera víctima de la indignación moral. Cuando la gente se identifica
apasionadamente con una causa o un asunto, en su inconsciente se siente
legitimada para estirar la verdad y hasta inventar estadísticas que apoyen su
tesis. Pero ahora hemos entrado en una auténtica era de la “posverdad”, en la
que, a juzgar por los argumentos a favor del Brexit en Gran Bretaña, de Trump
en Estados Unidos, o de los nacionalistas extremos en Europa, se diría que la
verdad ha dejado de tener importancia. Los demagogos y sus acólitos imitan la
táctica estalinista: cuanto mayor es la mentira, más potente es su efecto. Pero
esto conduce a la muerte de la democracia. Solo las dictaduras medran en la
falsedad. La democracia no puede sobrevivir sin una base de respeto hacia los
demás, acompañada por el respeto a la verdad.
Antony
Beevor 31.10.16 EL PAÍS
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