Caín está en nuestras raíces
Es
el eterno dilema. ¿El hombre es un lobo para el hombre, como defendía el
filósofo del siglo XVII Thomas Hobbes o
un buen salvaje en origen, fatalmente corrompido por la civilización que ha
construido, como propugnaba un siglo más tarde Jean-Jacques Rousseau?
La investigación que publica esta semana
la revista «Nature» puede ayudar a arrojar luz sobre el
asunto. Un equipo de cuatro investigadores liderado por José María Gómez,
científico de la Estación Experimental de Zonas Áridas
(EEZA-CSIC), en Almería, ha utilizado un método estadístico que
compara la incidencia de la violencia letal cometida dentro de nuestra propia
especie, el Homo sapiens, a lo largo de su historia, con la que ejercen otros
mamíferos entre sí. Y en nuestros comienzos no éramos precisamente pacíficos.
El hombre de las cavernas agredía a sus congéneres hasta la muerte tanto como
los grandes simios, por lo que es muy posible que hayamos heredado esa conducta
violenta de nuestros ancestros comunes a lo largo de la evolución. A Rousseau
se le ponen las cosas difíciles.
El
equipo de Gómez recogió información acerca de 4 millones de muertes de individuos pertenecientes a 1.024 especies de
mamíferos que aparecen en trabajos científicos sobre historia
natural y biología, incluidos ratones, caballos, murciélagos, conejos y monos.
Los datos sobre el ser humano vienen de 600 estudios de restos desde el
Paleolítico hasta la actualidad.
Los
investigadores calcularon la proporción de muertes atribuidas a la violencia
ejercida en cada especie por sus propios miembros. Y este es un punto a tener
en cuenta. Lógicamente, los leones y
tigres matan habitualmente a inocentes herbívoros para alimentarse, pero
también, en ocasiones, se agreden hasta el punto de quitarse la vida entre
ellos.
En
el conjunto de los mamíferos, la media de muertes provocadas por esta causa ha resultado del 0,3%, aproximadamente una de
cada 300. Los suricatos, mangostas, leones y otros grandes gatos, lobos
y otros cánidos sociales, algunos lemures, papiones y ardillas terrestres
resultaron ser los más agresivos, mientras que los cetáceos (ballenas y delfines),
murciélagos y marsupiales, los más pacíficos.
Sociales y territoriales
Los
«asesinatos» entre los ancestros de los grandes simios alcanzan el 1,8% y luego
llegamos nosotros, con un 2%,
aproximadamente seis veces más que la media de los mamíferos incluidos
en el estudio. Entonces, ¿la violencia es innata en el ser humano? «Hay que
introducir un matiz importante. La violencia humana tiene un componente
evolutivo, es decir, es un rasgo que compartimos con otras especies
emparentadas y que deriva de nuestros ancestros. Pero eso no significa una mera
herencia genética», explica Gómez a ABC. «En cierta medida, también podemos
compartir con nuestros ancestros condicionantes ambientales que influyan en los
comportamientos violentos. La sociabilidad o la territorialidad son dos de ellos,
pero también puede haber otros. Por eso, nosotros no usamos la expresión
‘innata’, porque no queremos que nuestros resultados sean malinterpretados»,
añade el biólogo evolutivo.
En
efecto, las especies sociales y muy territoriales, cuyos miembros están en
estrecho contacto y los grupos pueden verse envueltos en competiciones por los
recursos, presentan índices mayores de violencia.
El
investigador explica que la violencia
entre los seres humanos ha variado ampliamente con el tiempo, en la
mayoría de los casos demasiado rápidamente para ser atribuible a cambios
genéticos. Las muestras del paleolítico tienen tasas muy cercanas al 2%
previstas en el origen de nuestra especie, pero luego cambian. «Nuestro
análisis de las sociedades humanas a lo largo de distintos periodos históricos
indica que la violencia letal en humanos ha sufrido cambios. En algunos
periodos ha aumentado mucho con respecto a las sociedades primitivas y a los
valores esperables por nuestro parentesco evolutivo. Pero en otros periodos, en
particular en los siglos más recientes, ha descendido. No es posible determinar
con nuestro estudio si esta tendencia descendiente continuará o no», señala.
En
definitiva, la violencia en el ser
humano tiene un componente evolutivo, pero las sociedades pueden modificar su
manifestación. Como explica Mark
Pagel, profesor de la Escuela de Ciencias Biológicas en la británica
Universidad de Reading, en un artículo que acompaña al estudio, las tasas de
homicidios en las sociedades modernas que tienen fuerzas policiales, sistemas
legales, prisiones y actitudes culturales fuertes contra la violencia son de
0,01%, unas 200 veces más bajas que la predicción de los autores en nuestro
estado natural. Así que, una vez más, aunque Caín también esté en nuestras raíces,
si algo nos diferencia es que podemos ser los autores de nuestro propio
destino.
Judith
de Jorge 28.9.16 ABC
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