La mirada de una filósofa
Martha Nussbaum, premio Príncipe de Asturias de
Ciencias Sociales 2012, analiza la felicidad a la luz de la tragedia y la
filosofía griegas.
El título del libro de Martha Nussbaum –
La fragilidad del bien (editado en español en 2001 y reeditado de nuevo en
2015)– ejerce una atracción inmediata, como si encontrara un eco en nuestro
sentido común: en efecto, nos decimos, el bien es frágil. Pero sólo cuando nos
adentramos en su contenido percibimos la importancia de afirmar tal cosa,
porque la autora ha querido enmarcar en esta expresión la investigación de toda
una vida (dice haber empezado en 1971) y porque es de valientes encontrar un
modo unitario, original y explicativo de la casi totalidad de la cultura griega
clásica.
En
efecto, la tesis del libro es que el bien, que para los griegos es la
eudaimonia y que nosotros traducimos por «felicidad», es tan frágil como una
planta, está sometido a los peligros de la desgracia porque es vulnerable y
depende de la salud, de los hijos, de los amigos, de la ciudadanía, del dinero,
etcétera. En una palabra, la felicidad depende de la fortuna, todos estamos
sometidos a ella. Y al desafío de enfrentarse a esta constatación dedicó la
tragedia y la filosofía griega sus mejores energías. ¿Se puede hacer algo para
que una buena persona no sufra por los avatares de la fortuna y no se vea
transformada en su subjetividad ética? ¿Es posible hacer más invulnerable la
felicidad del ser humano?
Un
sacrificio necesario
La
tragedia muestra el conflicto, lo expone en su verdad ante los espectadores.
Ahí tenemos a Agamenón, un hombre que se ve abocado a tener que asesinar a su
hija Ifigenia por el bien del ejército que conduce a la guerra de Troya. La
fortuna ha querido colocarlo en esa difícil situación: si no realiza el
sacrificio, se gana la enemistad de los dioses y las naves no tendrán los
vientos favorables que necesitan. La desgracia de la vida de Agamenón se
desencadena a partir de ese momento, y así matará a su hija, luchará en Troya,
su mujer, Clitemnestra, lo asesinará a su retorno, su hijo Orestes se vengará
de ese asesinato matando a su vez a su madre, las erinias se abatirán sobre
Atenas. Semejante cascada de infortunios se derivan de un golpe de mala suerte.
Platón
se opone a este destino y confía en poder dominar la fortuna mediante una
transformación del ser humano. Propone una nueva vida basada en que la mente le
dé la espalda a la materialidad del cuerpo y a sus necesidades: una vía
ascética de autosuficiencia. Si consigues no depender de los demás (amores,
fama), ni de los bienes materiales, ningún infortunio puede atentar contra tu
felicidad.
Eros,
pasión, acción
Ahora
bien, Nussbaum nos enseña que esa determinación de Platón también estaba
sometida a un golpe de fortuna, que influyó decisivamente en la orientación de
su filosofía. En El banquete, Platón proponía reconvertir la pasión amorosa en
un camino que llevara desde el eros sexual hasta el eros intelectual (el
auténtico «amor platónico» no es, como ha venido a creerse, un amor idealizado
y no realizado, sino un amor dirigido hacia la verdad y el conocimiento). Pero
en el Fedro, escrito unos años más tarde, Platón se retractará y hablará del
eros hacia una persona no sólo como pasión sino también como acción: eros son
las alas que introducen en las vidas de los amantes algo bello y bueno.
Nussbaum concluye que entre El banquete y Fedro le había sucedido algo a
Platón, a saber, había concebido la posibilidad de una vida al lado de su
discípulo Dión, gobernando ambos conjuntamente Siracusa. A la muerte de Dión
escribió estos versos: «¡Oh Dión, me enloqueciste de amor!».
Por
el contrario, Aristóteles abandona el ideal platónico de la invulnerabilidad
porque le parece un precio demasiado alto: pérdida de amigos, familiares,
ciudadanía, que para él son los elementos imprescindibles de una vida feliz. No
quiere alejarse del mundo tal y como es, quiere modificarlo en lo posible.
Nussbaum
cita la maravillosa anécdota de Heráclito que el propio Aristóteles emplea para
sostener que la verdad debe tener una medida humana. Cuando unos alumnos fueron
a visitar a Heráclito en su casa, se detuvieron, embarazados, al ver que se
encontraba en la cocina (un lugar que juzgaban quizá impropio para un sabio).
Heráclito los animó a entrar: « ¡ Adelante! También aquí están los dioses!». O
sea, que hay que pensar en medio de las cosas corrientes, sin alejarse de la
experiencia.
Aristóteles
no entra en contradicciones porque en ningún momento propone un modelo ideal de
vida filosófica, más cercano a los dioses que a la gente común. Si esta segunda
propuesta no le parece muy convincente a Nussbaum, creo que se debe a la
expulsión de las mujeres del proyecto.
Enorme
misoginia
Platón
puede permitirse soñar con un mundo en el que las mujeres sean como los hombres
(¡alto!, no es un pensador feminista, no quiere incluir a las mujeres en el
mundo, quiere que se disuelvan en una uniformidad masculina). Pero Aristóteles,
más fiel a la realidad y por tanto más fiel a la enorme misoginia de la cultura
griega, considera que las mujeres no pueden ser sujetos éticos: dos de los
lugares en los que se desarrolla la vida feliz –la amistad y la política– están
por definición fuera del alcance de las mujeres.
La
fragilidad del bien es un gran libro para los que desean conocer ciertos análisis
minuciosos de algunas tragedias y algunos textos de la filosofía griega. Pero
además Nussbaum ofrece algo muy valioso: el punto de vista de una mujer
filósofa sobre la Historia de la filosofía. Las mujeres que nos dedicamos a
esto podemos aprender que nunca hay que perder de vista dos cosas: que somos
mujeres leyendo a filósofos (varones) y que los filósofos (varones) son humanos
de carne y hueso, histórica y culturalmente determinados, aunque algunos hayan
fantaseado sobre la posibilidad de una vida mutilada de todo lo corporal.
25
jun. 2016 ABC Cultural
MAITE LARRAURI
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