EL VIRUS DEL PENSAMIENTO ÚNICO
«El pensamiento único no es una
búsqueda de la verdad, sino una afirmación del poder intelectual y del
monopolio de la interpretación por parte de una élite globalizada que se
declara contraria a la globalización»
¿HAN observado hasta qué
punto, en un momento dado, todos los medios de comunicación, todos los
cronistas y todos los políticos piensan y dicen lo mismo, se interesan por los
mismos acontecimientos y ofrecen la misma explicación? Llamemos a este fenómeno
«mimetismo universal». El pensamiento único se propaga como un virus en el
ambiente y, evidentemente, las redes sociales lo aceleran. Si tratan de atraer
la atención sobre otros acontecimientos menos mediáticos o menos
convencionales, o de proponer explicaciones opuestas sobre hechos dominantes
–como el calentamiento climático, el aumento de las desigualdades o el auge de
los nacionalismos– les menospreciarán o les ignorarán. Si están inmunizados
contra este virus, serán unos parias; para que les dejen en paz, es mejor coger
el virus como todo el mundo. Estamos muy alejados, en nuestro universo
globalizado, del consejo que en 1680 daba la marquesa de Sévigné a su hija en
una carta: «Piense acertadamente o piense equivocadamente, ¡pero piense por
usted misma!». La marquesa de Sévigné sigue siendo un personaje ilustre en los
anales de la literatura francesa, pero este consejo a su hija se ha olvidado.
¿No será el hecho de no pensar
como todo el mundo también una enfermedad del espíritu, otro virus calificado a
menudo de «espíritu de contradicción»? Los ingleses tienen incluso un término
para designarlo: contrarian [en español, inconformista]. Puede ser, pero la
contradicción es necesaria para la búsqueda de la verdad. «Lo que es verdad
–escribía Karl Popper, el filósofo de las ciencias– es lo que se puede
demostrar que es falso». En términos sencillos eso quiere decir que el
conocimiento solo surge tras desmontar las hipótesis dominantes, a duras penas.
Es lo que pone de manifiesto el «Y sin embargo se mueve» de Galileo.
Abandonemos el razonamiento
abstracto para identificar en nuestra época algunos brotes febriles del
pensamiento único. Se oye, por ejemplo, que en todas partes surgen
nacionalismos como reacción frente a la globalización, y que se vuelve a la
tribu. De hecho, para demostrar lo anterior, se comparan unos fenómenos
políticos diferentes en civilizaciones distintas y que obedecen a diversas
causas. ¿Trump, Marine Le Pen y Xi Jinping están en la misma lucha? Me parece
que habría que volver a situar a cada uno en su contexto, en vez de ver en ello
un destino común.
También convendría situar en
la historia este supuesto auge convergente de los nacionalismos: acabamos de
salir de un mundo en el que solo existían los nacionalismos y los tribalismos,
mientras que la singularidad de nuestra época es que, por primera vez, la
globalización, realmente universal, coexiste con dificultad con el tribalismo
por lo novedoso que resulta este hecho. Asimismo, y cuando «todo el mundo» nos
calienta la cabeza con el aumento de la intolerancia, yo señalaba recientemente
en esta crónica semanal que la elección de un alcalde musulmán en Londres y de
un alcalde cristiano en Yakarta era más sorprendente y significativa que el
«regreso» de la xenofobia; la xenofobia ha existido en todas las épocas,
mientras que estas dos elecciones solo son de nuestros tiempos.
Otro ejemplo es el del
incremento de las desigualdades, la tesis de que el 1 por ciento de los
superricos explotan al 99 por ciento restante. Ahí se confunde la visibilidad
con la realidad. Puede que Bill Gates sea el hombre más rico de la historia,
pero por lo menos ha creado algo, de uso cotidiano, como el programa Windows,
mientras que los superricos del pasado, los marajás de India o los sultanes de
Estambul, no crearon nada. El hecho de que «todo el mundo» cuestione al 1 por
ciento es una reliquia del marxismo vulgar que atribuye las desgracias de unos
a la explotación del Otro. No se ha demostrado que las desigualdades amenacen
al crecimiento, como repite en el Fondo Monetario Internacional Christine
Lagarde, un loro universal, y me parece absurdo en un momento en el que surge
una clase media universal. Puede que las diferencias entre las personas
aumenten aquí y allá, pero las diferencias entre los pueblos disminuyen.
Terminaremos, aunque podríamos
continuar indefinidamente, con el cambio climático como pensamiento único. No
niego el cambio climático porque el clima, por definición, es algo que cambia.
No niego el calentamiento porque es medible. Pero el pensamiento único da a
entender que la única causa del calentamiento es la emisión de dióxido de
carbono, es decir, la industrialización, es decir, el capitalismo, lo que
todavía está por demostrar. También está todavía por demostrar que los
gobiernos puedan actuar frente a esta tendencia secular, sin duda cíclica, al
calentamiento. Está claro que a los políticos que pretenden reafirmar su
legitimidad les conviene que se crea eso, y el pensamiento único es su relé.
El pensamiento único no es una
búsqueda de la verdad, sino una afirmación del poder intelectual y del
monopolio de la interpretación por parte de una élite globalizada que, por otra
parte, actualmente se declara contraria a la globalización. «Todo el mundo
pretende buscar la verdad –decía el filósofo Isaiah Berlin–, pero si se
descubriese, quizás no resultaría interesante». Busquémosla de todas maneras.
11 jul. 2016 ABC GUY SORMAN
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