CHINA ME INQUIETA
EN
un famoso diálogo de En busca del tiempo
perdido, una mujer mundana le pregunta a un diplomático caricaturesco qué hay
que pensar de China. Con un tono convencido y enigmático, el personaje creado
por Marcel Proust contesta: «China me inquieta». Este sainete escrito hace un
siglo me vino a la mente esta semana tras un periplo por Asia, Seúl y Tokio
concretamente. China inquieta a sus vecinos, y con toda la razón, no por alguna
singularidad cultural china, sino por la opacidad del régimen de Pekín. La
causa inmediata de esta inquietud es la construcción por parte de los
dirigentes chinos de islotes artificiales en el archipiélago de las Paracelso,
un extenso territorio marítimo que se disputan China, Taiwan, Vietnam y Filipinas.
Estos dos últimos países expresaron sus reivindicaciones no hace mucho con la
construcción de unas instalaciones básicas en los arrecifes más cercanos a sus
costas. Lo que está haciendo actualmente China es más espectacular, con la
creación, a partir de la nada, de puertos artificiales y de pistas de
aterrizaje para uso militar si fuese necesario. Las declaraciones oficiales
chinas (solo se trataría de facilitar unas posibles operaciones de salvamento
marítimo) no son tranquilizadoras ya que las realiza un Gobierno que se burla
de las normas del derecho internacional, tanto si se trata de la definición de
sus fronteras en el exterior como del respeto a las minorías en el interior.
Las normas internacionales que menciona con regularidad y sin convicción el
secretario de Estado estadounidense, John Kerry, exigirían que estos Estados
que compiten entre sí recurriesen a alguna forma de arbitraje internacional,
pero China prefiere la política de hechos consumados. Después de todo, deben de
decirse en Pekín, como Putin ha anexionado Crimea sin que ni los
estadounidenses ni los europeos hayan reaccionado ante este exceso, ¿por qué no
iba a aprovecharse Xi Jinping de esta pasividad occidental para anexionarse el
archipiélago de las Paracelso? De aquí a las elecciones estadounidenses, en las
que seguramente se elegirá a un presidente más belicoso que Obama, el momento
es favorable para los dictadores y los aventureros. C. Pero los vecinos mejor
informados no ven así este pseudodeterminismo económico de la estrategia china.
Los dirigentes coreanos, japoneses, vietnamitas o filipinos saben que el
archipiélago es un cerrojo geográfico porque todo el comercio entre el norte de
Asia y Occidente pasa por ahí. Quien controle el archipiélago controla la
arteria de la globalización económica. Actualmente, la libertad de paso en esta
vía está garantizada por la VII Flota estadounidense, que es el policía del
Pacífico desde 1945. Sin este policía, no es seguro que Japón y Corea del Sur
pudiesen exportar fácilmente sus automóviles y sus ordenadores.
Los
dirigentes comunistas chinos nunca han disimulado su intención de sustituir a
la potencia estadounidense en esta parte del mundo; pero antes del régimen de
Xi Jinping, las cancillerías de Asia y de Europa consideraban que se trataba de
una ambición a largo plazo, del orden de 50 años por lo menos, y que siempre
habría tiempo de preparar una respuesta. De repente, resulta que Xi Jinping es
un hombre con prisa. No es China en sí la que tendría que preocuparnos, sino
este presidente, cuyo modelo parece que es Mao Zedong en vez del prudente Deng
Xiaoping. Eso hace que la situación sea peligrosa, hasta el punto de que el
primer ministro japonés Shinzo Abe la ha comparado con Europa justo antes de la
guerra de 1914. Mientras los coreanos se mantienen prudentemente en un segundo
plano y los otros vecinos no disponen de recursos militares significativos, el
Ejército japonés, en teoría defensivo, pero en la práctica mejor equipado que
el Ejército y la flota chinos, está listo para el enfrentamiento. Según Abe,
las Paracelso serían un detonante que equivaldría al atentado de Sarajevo,
insignificante en apariencia, pero de consecuencias incalculables. Como en
1914, el juego casi mecánico de las alianzas conduciría a la guerra a toda la
región. Abe también pone en guardia contra la excesiva confianza que se tiene
en la negociación diplomática. En 1914, los gobernantes europeos consideraban
que alrededor de una mesa siempre se podría evitar lo peor, pero estaban
equivocados. Como en 1914 también, sería ingenuo pensar que la interdependencia
económica bastaría para impedir el enfrentamiento armado, ya que la economía en
1914 estaba más o menos igual de globalizada que hoy en día. Y por último, como
en 1914, no descartemos que los ejércitos puedan querer –especialmente en
China– una contienda, ignorando las buenas maneras de los Gobiernos de los que
se supone que dependen.
La
comparación entre las Paracelso y Sarajevo quizás sea solo una metáfora, pero
quizás no. La represión de los disidentes demócratas en China, con una
violencia que estos no habían sufrido desde 1989 (año de Tiananmen), el
resurgimiento de la enseñanza de la ideología marxista en los colegios por
iniciativa de Xi Jinping, su lucha contra los «valores occidentales», la guerra
interna contra las «minorías» uigures y tibetanas, los «ciberataques» lanzados
desde China contra la administración estadounidense y la instalación de los
primeros cañones sobre unos islotes artificiales no son gestos al azar, sino
que coinciden con una ralentización significativa de la economía china. Si el
crecimiento se frena, el nacionalismo, e incluso la guerra, serán el último
recurso para salvar al Partido Comunista chino. Xi Jinping, al igual que Putin
en su esfera de influencia, deberían inquietarnos, porque tanto uno como otro
son realmente inquietantes.
15
jun 2015 ABC GUY SORMAN
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