TODOS CONTRA ROUSSEAU
Rousseau (Ginebra, 1712 Ermenonville, 1778) fue en vida, y hasta nuestros
días, un pensador y un personaje problemático, tocado por la genialidad, que
supone anticipación, y no menos por la contradicción. Fuente de la modernidad,
sufre al mismo tiempo no pocos de sus defectos. Leer sus Confesiones supone horas de placer intelectual y literario, pero ni
el mayor admirador dejará de irritarse en muchas ocasiones.
Fue un filósofo que tocó la abstracción y también se paseó por los mundos
de lo intuitivo, como en sus Ensoñaciones
de un paseante solitario. Se preocupó tanto de la didáctica de la educación
( Emilio) como la ignoró con sus
propios hijos. También fue un hombre valiente, que dijo lo que pensaba sin
temer las consecuencias, aunque lamentando siempre las interpretaciones. Un campeón
de la sinceridad, a la que otorgó el rango de verdad, como un espíritu
adolescente que endiosa las buenas intenciones y la pureza de su corazón.
Un caso único
Criticó la construcción de la propia imagen desde la subjetividad en otros,
pero se la concedió toda a sí mismo, quizás porque se sintió un caso único.
Cuanto más viejo era, más se pensó de manera aislada, aunque con el mundo
activo a su alrededor y en contra. Creyó que el hombre había nacido para la
acción, algo en lo que Darwin le habría dado la razón.
Con los años fue desarrollando una manía persecutoria que lo hizo temible
para algunos. Desde Freud sabemos que a un paranoico no se le puede comprender;
sólo, si es el caso, acompañarlo. Pero tampoco podemos reducir a Rousseau a un
caso de delirio, porque nunca dejó de razonar bien y de señalar aspectos
verdaderos, y por otro lado es cierto que fue perseguido, calumniado y casi lo
asesinan. Tuvo un pensamiento creador. Fue un escritor excelente que abrió
muchos caminos y se cerró a sí mismo otros tantos. Una inteligencia sensible. Y
un pelma. Voltaire le escribió tras leer su Discurso
sobre la desigualdad ( 1754): «Nunca se ha empleado tanta inteligencia en
el designio de hacernos a todos estúpidos».
Rousseau, juez de Jean-Jacques.
Diálogos, obra de la
que hizo varias copias manuscritas con variantes, fue escrita entre las
Confesiones y las Ensoñaciones. Esta bella edición se basa en la publicada en
Londres en 1782. En ella trata de esclarecer la verdad desenmascarando el
complot universal del que era objeto.
Imagen idealizada
Javier Gomá señala en el prólogo que Rousseau participa de una novedad
histórica: el nacimiento del subjetivismo y el colectivismo. Se trata de un
diálogo extenso, en tres partes, sostenido por un tal Francés, que ignora la
obra de Rousseau pero lo condena, y de un tal Rousseau, que sí la conoce y
admira aunque, en principio, desconfía de Jean-Jacques (el auténtico Rousseau).
Gomá opina, como muchos de los lectores del gran ginebrino, que padece «una
imagen idealizada de sí mismo».
Obviamente, esta obra, como sus otros escritos autobiográficos, nos permite
conocer mejor al autor, siempre que se haga desde la sospecha. ¿Qué habría
dicho de Bertrand Russell, que hizo de su Contrato
social (1762), no sin algunas razones, un antecedente de Robespierre y de
las dictaduras de Rusia y la Alemania nazi? Un gran estudioso también suizo,
Jean Starobinski, escribió un libro notable, Jean-Jacques Rousseau: La transparencia y el obstáculo, que sirve
de ayuda para entender esta figura huidiza.
27 jun 2015 ABC Cultural Juan Malpartida
No hay comentarios:
Publicar un comentario