SCHOPENHAUER, EL GRAN PESIMISTA ALEMÁN
No sólo no tuvo lectores sino que
los editores se resistieron a publicar sus obras
Hay filósofos que han escrito en una jerga realmente endiablada, a veces
por dificultad de lo que buscaban, otras porque disfrutaban haciéndose los
herméticos. Pedantería escolástica y profesoral que no ha cesado y que ha hecho
un daño grande a la Universidad, y sobre todo, a los alumnos. Arthur
Schopenhauer (1788-1860) estuvo del lado de los que sabían escribir bien,
asistido por una gran voluntad de claridad. No sólo era un notable filósofo
sino un buen escritor, y cualquier persona de mediana cultura puede leer con
placer y entendimiento El mundo como voluntad y representación y,
especialmente, Parerga y Paralipómena (título que expresa, quizás, el único
enrevesamiento del autor…). (…)
Carácter colérico
No podríamos entender la vida de Schopenhauer sin su filosofía, sin sus
polémicas con Hegel, sin sus deudas con Berkeley, Hume y, sobre todo, Kant. Sin
duda, el propio filósofo habría preferido una biografía no anecdótica, sin
análisis de su vida emocional. Pero lo mejor es serle infiel para servir mejor
a su persona y a su personaje.
Schopenhauer, hijo de un rico comerciante de Dánzig, tuvo la suerte de
poder consagrar toda su vida al estudio y la escritura, a excepción de algunos
años en los que se empeñó, sin mucho éxito, en ser docente (era Hegel quien se
llevaba todos los alumnos). Su madre, Johanna, fue una escritora de éxito,
probablemente la primera mujer que se dedicó profesionalmente a este oficio,
como nos indica Moreno Claros. Viuda tempranamente (su marido falleció en
1805), procuró hacer lo que más placer le daba y no toleró el carácter poco
sociable, colérico y desafiante de su hijo. No ignoraba su inteligencia, pero
prefería tenerlo lejos del hogar.
Schopenhauer trató, gracias a su madre, a Goethe, a quien admiró siempre;
sin embargo, no llegaron a ser amigos. Los separaba lo que los podía unir: el
orgullo de sus obras. Schopenhauer fue un gran viajero y recorrió toda Europa.
Vivió en numerosas ciudades, enamorado de Italia y de Inglaterra, cuya lengua y
cultura ponderaba (quiso traducir La crítica del la razón pura al inglés).
Idea central
Fue antinacionalista, desdeñoso de lo alemán, ateo y conservador. Misógino,
buscaba no obstante la compañía femenina, y siendo ya anciano se arrepintió
muchas veces de las intolerancias de su corazón. Tuvo facilidad para las
lenguas, aprendió español y leyó a Calderón, Cervantes y, sobre todo, a
Gracián, de quien tradujo algunos textos. Su pesimismo encontró, en su especial
lectura de los Upanishad, un diálogo con cierto Oriente. Fue un budista
intelectual, ya que nunca aplicó a su vida la duda sobre el yo.
Hay en su reflexión una presencia sutil de los Vedas, Platón y Kant.
Encontró la idea central de su filosofía muy pronto: «El mundo es mi representación
y el mundo es simple voluntad», pero hasta el final de su vida su filosofía no
tuvo ninguna repercusión. No sólo no tuvo lectores sino que los editores se
resistieron, en muchas ocasiones, a publicar sus obras. Sin embargo, no dudó
nunca de la importancia de su pensamiento. Hoy nadie lo duda tampoco.
13 dic. 2014 JUAN MALPARTIDA Cultural.
El Mundo
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