18/12/14

Schopenhauer



SCHOPENHAUER, EL GRAN PESIMISTA ALEMÁN
No sólo no tuvo lectores sino que los editores se resistieron a publicar sus obras
Hay filósofos que han escrito en una jerga realmente endiablada, a veces por dificultad de lo que buscaban, otras porque disfrutaban haciéndose los herméticos. Pedantería escolástica y profesoral que no ha cesado y que ha hecho un daño grande a la Universidad, y sobre todo, a los alumnos. Arthur Schopenhauer (1788-1860) estuvo del lado de los que sabían escribir bien, asistido por una gran voluntad de claridad. No sólo era un notable filósofo sino un buen escritor, y cualquier persona de mediana cultura puede leer con placer y entendimiento El mundo como voluntad y representación y, especialmente, Parerga y Paralipómena (título que expresa, quizás, el único enrevesamiento del autor…). (…)
Carácter colérico
No podríamos entender la vida de Schopenhauer sin su filosofía, sin sus polémicas con Hegel, sin sus deudas con Berkeley, Hume y, sobre todo, Kant. Sin duda, el propio filósofo habría preferido una biografía no anecdótica, sin análisis de su vida emocional. Pero lo mejor es serle infiel para servir mejor a su persona y a su personaje.
Schopenhauer, hijo de un rico comerciante de Dánzig, tuvo la suerte de poder consagrar toda su vida al estudio y la escritura, a excepción de algunos años en los que se empeñó, sin mucho éxito, en ser docente (era Hegel quien se llevaba todos los alumnos). Su madre, Johanna, fue una escritora de éxito, probablemente la primera mujer que se dedicó profesionalmente a este oficio, como nos indica Moreno Claros. Viuda tempranamente (su marido falleció en 1805), procuró hacer lo que más placer le daba y no toleró el carácter poco sociable, colérico y desafiante de su hijo. No ignoraba su inteligencia, pero prefería tenerlo lejos del hogar.
Schopenhauer trató, gracias a su madre, a Goethe, a quien admiró siempre; sin embargo, no llegaron a ser amigos. Los separaba lo que los podía unir: el orgullo de sus obras. Schopenhauer fue un gran viajero y recorrió toda Europa. Vivió en numerosas ciudades, enamorado de Italia y de Inglaterra, cuya lengua y cultura ponderaba (quiso traducir La crítica del la razón pura al inglés).
Idea central
Fue antinacionalista, desdeñoso de lo alemán, ateo y conservador. Misógino, buscaba no obstante la compañía femenina, y siendo ya anciano se arrepintió muchas veces de las intolerancias de su corazón. Tuvo facilidad para las lenguas, aprendió español y leyó a Calderón, Cervantes y, sobre todo, a Gracián, de quien tradujo algunos textos. Su pesimismo encontró, en su especial lectura de los Upanishad, un diálogo con cierto Oriente. Fue un budista intelectual, ya que nunca aplicó a su vida la duda sobre el yo.
Hay en su reflexión una presencia sutil de los Vedas, Platón y Kant. Encontró la idea central de su filosofía muy pronto: «El mundo es mi representación y el mundo es simple voluntad», pero hasta el final de su vida su filosofía no tuvo ninguna repercusión. No sólo no tuvo lectores sino que los editores se resistieron, en muchas ocasiones, a publicar sus obras. Sin embargo, no dudó nunca de la importancia de su pensamiento. Hoy nadie lo duda tampoco.
13 dic. 2014 JUAN MALPARTIDA  Cultural. El Mundo

No hay comentarios:

Publicar un comentario