4/12/14

Gabriele D’Annunzio, el hombre de las mil caras que revolucionó Europa



Gabriele D’Annunzio, el hombre de las mil caras que revolucionó Europa
Poeta, dramaturgo y novelista prolífico… Aviador, héroe de guerra... Gran plagiario y apasionado ideólogo artístico y literario, pero también político… Amante legendario… Gabriele D’Annunzio fue un personaje excesivo, a la vez histriónico y profundo, dulce, cruel y vanidoso, que quiso ser protagonista de la gran novela de una vida: la suya, en la que se proyecta como un superhombre nietzscheano a la manera operística de los italianos, quienes lo llamarán «el Vate». Es decir: «poeta profeta» (y lo fue en su tierra). A este personaje excepcional dedica la historiadora británica Lucy Hughes-Hallett esta espléndida biografía: «El gran depredador. Gabriele D’Annunzio, emblema de una época» (Ariel).

Simbolismo y esteticismo
Nació en Pescara el 12 de marzo de 1863 en el seno de una familia de hacendados. Muchacho precoz, publica su primer libro de poemas, «Primo vere (Primero verdadero)» a los dieciséis años; y su primera novela, «El placer», en 1889. Su obra recibe influencia de corrientes finiseculares como el simbolismo (Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, Paul Verlaine, Stephan Mallarmé) o el esteticismo (Walter Pater, William Morris, Oscar Wilde, Karel-J. Huysmans), muy en especial, cuando animan a hacer de la vida de cada cual una «obra de arte».
Escritor de éxito arrollador (las representaciones de sus dramas podían acabar en manifestaciones y los diarios publicaban en primera plana sus poemas más polémicos), de él James Joyce dirá que era «único, como Flaubert» y aún lo equipara con León Tolstoi y Rudyard Kipling. También lo celebraron autores tan disímiles como Marcel Proust o el novelista y psicólogo norteamericano William James. El escritor francés Romain Rolland brinda la metáfora que da título a este libro cuando lo compara con el lucio, ese tiburón de los ríos: «Un depredador que se mantiene agazapado esperando que surja alguna idea», aunque no siempre las ideas que manejaba fueran suyas (sin embargo, si las copiaba, él sabía regurgitarlas como novísimas).
Quizá no ha sobrevivido al tiempo como merezca, pero entre sus libros cabe citar novelas como «El inocente» (llevada al cine por Luchino Visconti), «El triunfo de la muerte» o «Las vírgenes de las rocas». Poemarios como «Canto nuevo», «Poema paradisiaco» o, entre otros, «Cantos del cielo, del mar, de la tierra y los héroes». Obras de teatro y ópera como «Sueño de una mañana de verano», «Sueño de un ocaso de otoño», «El martirio de San Sebastián» (libreto escrito para Claude Debussy durante su «exilio» parisino por deudas); «Francesca de Rímini», «La nave» o «Fedra». Y además, otros textos autobiográficos o políticos.
Amante legendario
Bajito, calvo, tuerto, cargado y estrecho de hombros, D’Annunzio fue un mujeriego insaciable y exhibicionista (gustaba de anotar con detalle sus prácticas sexuales) pese a haber contraído matrimonio con María Hardouin di Gallesse, con la que tuvo tres hijos. Matrimonio que duró poco (1891-1893). Pero su mayor historia de amor la vivirá con la gran actriz Eleanora Duse entre 1894 y 1910.
Héroe aviador, ideólogo político y estadista
D’Annunzio crece cuando acaba de cerrarse, allá por 1870, el largo proceso iniciado en los años veinte del siglo XIX y que conduce a la Reunificación de Italia con la caída de Roma, de donde proviene la fuerte impronta nacionalista de su ideario artístico y político. Será diputado. Y venera a Giusseppe Garibaldi, pues, si aquellos fundadores crearon Italia, ahora había que crear italianos: «La voz de mi raza habla por mi boca».
Gabriele D’Annunzio, sobre todo, fue un portentoso publicista de sí mismo, como así lo confiesa: «Sé cómo inspirar a mis acciones el poder duradero de un símbolo». Durante la Gran Guerra fue aviador y perdió un ojo, pero se le recuerda por haber bombardeado Viena con panfletos (y alguna bomba). Por todo ello, años más tarde el Rey Víctor Manuel II lo hará Príncipe de Montevenoso a instancias de Benito Mussolini. Sin embargo, por encima de su valentía, aún cabe recordar cómo fundó en 1919 el Estado Libre de Fiume (hoy Rijeka, Croacia). Marchó sobre la ciudad cuando su destino estaba siendo debatido en París al finalizar la contienda y el ejército enviado para impedirlo desertó. Allí quería crear un estado que fuera un modelo en lo político y deslumbrante en lo cultural: «Un faro que luce en medio de un océano de abyección». Allí concurrieron sindicalistas, anarquistas, nacionalistas de todo tipo, artistas, escritores, vividores, prostitutas, traficantes de cocaína y otras drogas… Dota al nuevo y efímero estado (el ejército italiano lo derribó en 1920) con una constitución innovadora que redacta junto con Alceste de Ambris.
Aunque el mismísimo Lenin le consideraba «el único revolucionario de Europa», allí se prefiguran aspectos fundamentales del fascismo (aunque él nunca lo fue, el fascismo sí fue d’annunziano). Entre ellos: el corporativismo (nueve corporaciones generales: empleados, obreros, campesinos, profesionales, etc., a las que sumó una décima de «humanos superiores», entre los que se contaban poetas, filósofos, artistas y otros superhombres). Se hizo llamar «Duce», puso de moda las camisas negras y el saludo romano, ensalzó como ideales la juventud o la virilidad y se deleitó con grandes ceremonias de masas cuasi litúrgicas.
Es verdad que se benefició de su influencia, pero nunca abrazó la ideología de Mussolini, quien lo consideraba su anunciador: el Bautista, aunque sí cabe achacarle que le facilitó el camino. En fin, D’Annunzio murió súbitamente el 1 de marzo de 1938 en Gardone Riviera.
2 dic. 2014 ABC  TULIO H. DEMICHELI

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