Gabriele
D’Annunzio, el hombre de las mil caras
que revolucionó Europa
Poeta,
dramaturgo y novelista prolífico… Aviador, héroe de guerra... Gran plagiario y
apasionado ideólogo artístico y literario, pero también político… Amante
legendario… Gabriele D’Annunzio fue un personaje excesivo, a la vez histriónico
y profundo, dulce, cruel y vanidoso, que quiso ser protagonista de la gran
novela de una vida: la suya, en la que se proyecta como un superhombre
nietzscheano a la manera operística de los italianos, quienes lo llamarán «el
Vate». Es decir: «poeta profeta» (y lo fue en su tierra). A este personaje
excepcional dedica la historiadora británica Lucy Hughes-Hallett esta espléndida
biografía: «El gran depredador. Gabriele D’Annunzio, emblema de una época»
(Ariel).
Simbolismo
y esteticismo
Nació
en Pescara el 12 de marzo de 1863 en el seno de una familia de hacendados.
Muchacho precoz, publica su primer libro de poemas, «Primo vere (Primero
verdadero)» a los dieciséis años; y su primera novela, «El placer», en 1889. Su
obra recibe influencia de corrientes finiseculares como el simbolismo (Charles
Baudelaire, Arthur Rimbaud, Paul Verlaine, Stephan Mallarmé) o el esteticismo
(Walter Pater, William Morris, Oscar Wilde, Karel-J. Huysmans), muy en
especial, cuando animan a hacer de la vida de cada cual una «obra de arte».
Escritor
de éxito arrollador (las representaciones de sus dramas podían acabar en
manifestaciones y los diarios publicaban en primera plana sus poemas más
polémicos), de él James Joyce dirá que era «único, como Flaubert» y aún lo
equipara con León Tolstoi y Rudyard Kipling. También lo celebraron autores tan
disímiles como Marcel Proust o el novelista y psicólogo norteamericano William
James. El escritor francés Romain Rolland brinda la metáfora que da título a
este libro cuando lo compara con el lucio, ese tiburón de los ríos: «Un
depredador que se mantiene agazapado esperando que surja alguna idea», aunque
no siempre las ideas que manejaba fueran suyas (sin embargo, si las copiaba, él
sabía regurgitarlas como novísimas).
Quizá
no ha sobrevivido al tiempo como merezca, pero entre sus libros cabe citar
novelas como «El inocente» (llevada al cine por Luchino Visconti), «El triunfo
de la muerte» o «Las vírgenes de las rocas». Poemarios como «Canto nuevo»,
«Poema paradisiaco» o, entre otros, «Cantos del cielo, del mar, de la tierra y
los héroes». Obras de teatro y ópera como «Sueño de una mañana de verano»,
«Sueño de un ocaso de otoño», «El martirio de San Sebastián» (libreto escrito
para Claude Debussy durante su «exilio» parisino por deudas); «Francesca de
Rímini», «La nave» o «Fedra». Y además, otros textos autobiográficos o
políticos.
Amante
legendario
Bajito,
calvo, tuerto, cargado y estrecho de hombros, D’Annunzio fue un mujeriego
insaciable y exhibicionista (gustaba de anotar con detalle sus prácticas
sexuales) pese a haber contraído matrimonio con María Hardouin di Gallesse, con
la que tuvo tres hijos. Matrimonio que duró poco (1891-1893). Pero su mayor
historia de amor la vivirá con la gran actriz Eleanora Duse entre 1894 y 1910.
Héroe
aviador, ideólogo político y estadista
D’Annunzio
crece cuando acaba de cerrarse, allá por 1870, el largo proceso iniciado en los
años veinte del siglo XIX y que conduce a la Reunificación de Italia con la
caída de Roma, de donde proviene la fuerte impronta nacionalista de su ideario
artístico y político. Será diputado. Y venera a Giusseppe Garibaldi, pues, si
aquellos fundadores crearon Italia, ahora había que crear italianos: «La voz de
mi raza habla por mi boca».
Gabriele
D’Annunzio, sobre todo, fue un portentoso publicista de sí mismo, como así lo
confiesa: «Sé cómo inspirar a mis acciones el poder duradero de un símbolo».
Durante la Gran Guerra fue aviador y perdió un ojo, pero se le recuerda por
haber bombardeado Viena con panfletos (y alguna bomba). Por todo ello, años más
tarde el Rey Víctor Manuel II lo hará Príncipe de Montevenoso a instancias de
Benito Mussolini. Sin embargo, por encima de su valentía, aún cabe recordar
cómo fundó en 1919 el Estado Libre de Fiume (hoy Rijeka, Croacia). Marchó sobre
la ciudad cuando su destino estaba siendo debatido en París al finalizar la
contienda y el ejército enviado para impedirlo desertó. Allí quería crear un
estado que fuera un modelo en lo político y deslumbrante en lo cultural: «Un
faro que luce en medio de un océano de abyección». Allí concurrieron
sindicalistas, anarquistas, nacionalistas de todo tipo, artistas, escritores,
vividores, prostitutas, traficantes de cocaína y otras drogas… Dota al nuevo y
efímero estado (el ejército italiano lo derribó en 1920) con una constitución
innovadora que redacta junto con Alceste de Ambris.
Aunque
el mismísimo Lenin le consideraba «el único revolucionario de Europa», allí se
prefiguran aspectos fundamentales del fascismo (aunque él nunca lo fue, el
fascismo sí fue d’annunziano). Entre ellos: el corporativismo (nueve
corporaciones generales: empleados, obreros, campesinos, profesionales, etc., a
las que sumó una décima de «humanos superiores», entre los que se contaban
poetas, filósofos, artistas y otros superhombres). Se hizo llamar «Duce», puso
de moda las camisas negras y el saludo romano, ensalzó como ideales la juventud
o la virilidad y se deleitó con grandes ceremonias de masas cuasi litúrgicas.
Es
verdad que se benefició de su influencia, pero nunca abrazó la ideología de
Mussolini, quien lo consideraba su anunciador: el Bautista, aunque sí cabe
achacarle que le facilitó el camino. En fin, D’Annunzio murió súbitamente el 1
de marzo de 1938 en Gardone Riviera.
2
dic. 2014 ABC TULIO H. DEMICHELI
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