Augusto, el revolucionario que cambió la historia de Roma
Adrian Goldsworthy recupera la figura
del emperador romano en una nueva biografía
El 15 de marzo del año 44 a. C., durante los idus de marzo, Julio César fue
asesinado, víctima de una conspiración. Apuñalado hasta la muerte en una
reunión del Senado, su cuerpo sin vida cayó junto a la estatua de Pompeyo. En
aquel momento, el joven Octavio, que tenía 18 años, descubrió que su tío abuelo
le había nombrado su heredero principal en su testamento. Era la primera señal
de que le esperaba un destino glorioso y él dio un paso al frente. En el año en
que se cumple el bimilenario de su muerte, el destino de Augusto (63 a. C.-14
d. C.) ha sido retratado con rigor por el historiador británico Adrian
Goldsworthy en una nueva biografía que estos días se publica en España.
Augusto fue el primer emperador romano
«Durante la República, los cargos públicos no podían heredarse y nadie
podía ser adoptado de forma póstuma, pero fue así como él decidió interpretar
su legado», explica Goldsworthy en una entrevista con ABC. Al principio, nadie
tomó en serio al joven revolucionario. Incluso Marco Antonio le despreció,
describiéndole como «un chico que se lo debe todo a un nombre». Pero el chico
creció, en ambición y astucia, hasta convertirse en un líder incuestionable.
Tras la batalla de Accio, ya no tuvo rivales y el 16 de enero del año 27 a. C.
se convirtió en el primer emperador romano, cargo que ostentaría durante 41
años. Su historia es «una historia de cambio: empieza siendo un joven
revolucionario y acaba siendo el padre de la patria». Pero ese cambio fue
pacífico, «casi aburrido», como aclara Goldsworthy. «Tanto los romanos como los
provinciales deseaban paz y estabilidad», y él se la dio, iniciando la era que
pasaría a ser conocida como Pax Augusta, en su honor. «Augusto no cogía
vacaciones. Se preocupaba porque el Estado funcionara. Mientras escribía el
libro, me sorprendió descubrir el tiempo que pasó fuera de Italia, más que
ningún otro emperador romano. Escuchaba a la gente, hacía que las cosas
funcionaran, que tuvieran sentido. Era un gobernante muy activo». Así le
describe el historiador y eso es lo que le distingue, precisamente, de los
gobernantes actuales. Y, pese a la paradoja, lo que confiere actualidad a su
figura. «Era un propagandista increíble, pero detrás había sustancia. Hoy, nos
hacen muchas promesas, pero pocas veces son verdad. Con Augusto había
resultados. Todo lo hacía pensando en el bien común. Nos muestra los niveles de
caos y violencia a los que la sociedad puede llegar a descender, pero también
cómo repararlos, cómo la sociedad puede recuperarse y construir un sistema
pacífico». Eso sí, dicha recuperación «puede implicar que la libertad política
desaparezca o mengüe, y quede reducida a un pequeño grupo de personas».
En definitiva, Augusto creó un sistema que cambió profundamente la
historia. «Cultural, política y legalmente, el ideal de Roma dio forma a la
identidad de Europa. Pocas personas han logrado influir tanto como él», remata
Goldsworthy.
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