En busca de una oportunidad.
Arriesgada emigración infantil hacia los EEUU desde los países del centro y sur
de América. Buscando la prosperidad y la libertad.
La terca
esperanza de la libertad
Muchas veces son los padres los
que los animan o conminan al largo viaje. Otras veces se escapan ellos solos,
algunos con seis y siete años, muchísimos con ocho, diez o doce, dispuestos a
jugarse la vida por un poco de esperanza. Con frecuencia no llegan a ninguna
parte. Aparecen sus cadáveres, abiertos por donde les han robado los órganos. O
desaparecen en una red de esclavos sexuales para ser obligados a convertirse en
protagonistas de las peores atrocidades y de inenarrables productos
pornográficos. Proceden de toda Centroamérica, de países pequeños encanallados
por la violencia, las armas, la miseria y las drogas o también del mismo
Mexico, ese gigante que tantos dramas comparte con sus liliputienses vecinos del
sur. Son decenas de miles de niños que huyen de sus países hacia el norte. Y
solo tienen un sueño que es pisar la tierra prometida que es yanqui. Hacen
larguísimos trayectos arracimados en techos de vagones de tren, escondidos
entre ruedas o mercancías de camiones, hacinados en furgonetas de traficantes.
Solo una parte llega a EEUU, pero son ya tantos que han desatado una crisis en
los estados norteamericanos fronterizos. Si en 2009 fueron capturados en torno
a los 20.000 centroamericanos llegados a territorio de EEUU, en este año se
prevé serán cerca de 80.000. Los que se identifican como mexicanos pueden ser
devueltos de inmediato a través de la frontera. Los demás han de ser acogidos y
quedan en un difícil limbo del que intentan sacarles organizaciones
humanitarias oficiales y privadas.
Nadie sabe a ciencia cierta
cuántos se quedan por el camino. Muertos o cautivos. Todos ellos saben que se
juegan la vida. Como lo saben sus padres. Todos saben a qué país quieren
llegar. A toda costa. Y a ningún otro. A los EEUU. Arriesgan todos sus jóvenes
vidas sin dudarlo por un intento dificilísimo de entrar en el país soñado. Es
el país de las oportunidades, el duro país de la competencia y el mérito, de
los ganadores y perdedores. Pero nadie quiere ir a otra parte. No hay niños que
aprovechen la cercanía de Mexico a Cuba para intentar llegar a esa isla donde,
según los comunistas de todo el mundo, tan bien se trata a los niños, tan buena
educación tienen, tan poca hambre pasan, según dicen. Lo cierto es que también
para estos niños está clara la elección. Su sueño no es entrar en los pioneros
de Raul Castro para malcomer dos veces al día. Quieren ir al país del riesgo
con poca red, pero siempre camino de la esperanza. Lo cierto es que los niños
centroamericanos quieren ir adonde también les gustaría estar a los niños
cubanos. Mientras en Europa la inmigración ya amenaza rasgar los tejidos de las
sociedades y la propia convivencia pacífica y se agudizan las tensiones
políticas, Estados Unidos sigue integrando, con polémicas políticas pero sin
traumas sociales, a millones de latinoamericanos llegados de forma ilegal en
los pasados años y décadas. Ahora además, a una oleada permanente de
venezolanos que huyen de la cubanización, miseria y sangrienta represión en su
patria, Y ahí están, además, estos niños solos, huérfanos voluntarios en la
práctica, que claman por una opción a quedarse. Que reclaman allí esa
posibilidad de hacer realidad la esperanza de una vida en libertad, en
seguridad y creciente prosperidad. Estos niños no piden derechos sino una
oportunidad. Para construir una ilusión con la vida que pusieron en juego en su
larguísimo y heroico viaje hacia la libertad.
Hermann Tertsch
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