UN
MUNDO FELIZ
EN un agosto lánguido y
feliz, con los cerebros en «modo avión», los artículos deberían divagar sobre
la fórmula secreta del calimocho, el costumbrismo playero, el pobre monstruo
del Lago Ness o un súper divorcio entretenido. Pero esta semana ha ocurrido
algo realmente importante. Ochenta y seis años después de la publicación de «Un
mundo feliz», la inquietante profecía de Aldous Huxley ha comenzado a hacerse
realidad. El hombre comienza a jugar a Dios, ha hollado una frontera a la que
jamás se pensó que podría llegar: manipular el mismísimo origen de la vida.
El muy inteligente
Huxley, un inglés hijo y nieto de grandes biólogos, escribió en 1931 su novela
futurista, ambientada en 2540. El mundo está controlado por una dictadura
benigna, en la que los embriones son modificados para ubicar a los seres
humanos en diversas castas, cada una con una función preconcebida. Esta semana
se ha conocido una proeza científica que en sí misma parece muy positiva: por
primera vez se ha logrado borrar en un embrión humano una enfermedad
hereditaria. La desgracia de una mala herencia genética y sus consecuentes
lastres podrán ser corregidos en un laboratorio. Tan excelente nueva tiene una
coda tremenda, que puede cambiar la faz de la humanidad. Del mismo modo, en
unos años –y no muchos– será posible editar bebés a la carta para crear seres
humanos más fuertes, más bellos y hasta más inteligentes que sus pares.
Arribaríamos así a un clasismo inédito y aterrador, donde una élite podría
costearse una progenie más perfecta que la de los incapaces de pagarse esas
técnicas. La misma brecha se abriría entre los humanos de países ricos y
pobres.
Estamos dando solo los
primeros pasos y los científicos implicados hacen firmes proclamas éticas de
qué no irán más allá, aseguran que se quedarán en la cura de enfermedades y no
se embarcarán en una carrera eugenésica. Pero la historia no invita a creerles:
todo lo que se puede hacer en un laboratorio al final siempre ha acabado haciéndose.
En paralelo está
avanzando a velocidad vertiginosa la robotización y el desarrollo de la
inteligencia artificial. El banco nipón Nomura y la Universidad de Oxford
calculan que en veinte años la mitad de los empleos japoneses los podrán
desempeñar máquinas. Los vehículos sin conductor son ya una realidad y
liquidarán los trabajos de camionero y taxista, cuando el volante es hoy el
primer empleo en 29 de los 58 estados de EE.UU. Elon Musk, el mago del coche
eléctrico, el genio de Tesla, teme a la inteligencia artificial: «Con la AI
estamos invocando al demonio. Puede ser más peligrosa que las armas nucleares».
Tal vez sea demasiado pesimista. Por ejemplo, todas las apocalípticas
advertencias maltusianas marraron: nunca hemos sido tantos y nunca ha habido
menos hambre. Pero el Mundo Feliz que viene obligará a volver a mirar a los
filósofos, porque aterrizaremos de bruces una vez más en una gran pregunta: ¿Es
posible establecer unos límites morales si se da a Dios por finiquitado?
Huelga decir que no
escucharán a un solo político español hablando de estos debates que cambiarán
la Tierra. Están muy ocupados con Franco y el pazo de Meirás.
5 ago. 2017 ABC VENTOSO