Rousseau, visto por Isaiah Berlin
Isaiah Berlin nació en Riga (Letonia) en 1909 y murió en Oxford el
5 de noviembre de 1997. Era el único hijo de un matrimonio judío. En 1915 la
familia se instaló en San Petersburgo, donde fue testigo de la
revolución de 1917. Según Michael Ignatieff, autor de la biografía de
Berlin titulada Mi vida, los padres de Isaiah en un principio se
sintieron contagiados por el entusiasmo revolucionario de febrero, pero cuando
el Gobierno cayó en manos del Sóviet de Petrogrado y la banda bolchevique se
hizo con el control de la calle no pudieron librarse de las visitas
intempestivas de la Cheka, policía secreta de Lenin, ni de los habituales
registros de domicilio.
En 1920 Mendel Berlin, padre de Isaiah, decidió sacar a su
familia de la Rusia comunista de Lenin y fijar su residencia en
Inglaterra. Años después, Mendel explicaría las razones que le llevaron a optar
por el exilio:
La sensación de estar encarcelado, sin contacto con el mundo
exterior, el estar continuamente espiado, las detenciones repentinas y el
sentimiento de impotencia total frente a los caprichos de cualquier vándalo
vestido de bolchevique.
Los Berlin llegaron a Londres en febrero de 1921. Isaiah era un niño de 12 años que apenas sabía inglés, sin
embargo, no tardaría en convertirse en uno de los alumnos más prometedores del
colegio St. Paul’s, una venerable institución cristiana que no excluía a los
judíos. En 1927 obtuvo una beca para cursar estudios clásicos en el Corpus
Christi College de Oxford, universidad de cuyo selecto grupo de profesores
formaría parte el resto de su vida.
Berlin, formado en tres grandes tradiciones, rusa, judía y
británica, y testigo de las corrientes filosóficas y políticas del siglo
XX, ha sido uno de los intelectuales de su tiempo –de nuestro tiempo– que más
ha profundizado en el tema de la libertad y el peligro que para ella entrañan
las promesas de los vendedores de falsas utopías que seducen a los pueblos con
la idea de un Nuevo Mundo Feliz.
Leer a Berlin, veinte años después de su muerte, cuando parece que
los principios sobre los que se construyeron nuestras democracias occidentales
se tambalean, puede proporcionarnos argumentos sólidos para defender
los valores liberales de nuestra civilización frente a quienes
pretenden desenterrar viejas ideologías liberticidas.
La traición de la libertad. Seis enemigos de la libertad humana es el título de un libro publicado en 2004, siete años
después de la muerte de su autor, que recoge seis conferencias que Isaiah
Berlin pronunció para la BBC en 1952. Aquellas conferencias tuvieron un gran
éxito, no solo por la curiosidad que despertaba su título, Los límites
de la libertad, sino por el tono persuasivo, claro y riguroso que utilizaba
Berlin.
Berlin planteó el asunto con una pregunta muy sencilla: ¿por
qué alguien debe obedecer a alguien? Y para responder de forma
fácilmente comprensible se sirvió de seis pensadores que vivieron más o menos
en la misma época y que elaboraron teorías acerca de la libertad y sus límites
que, según Berlin, encerraban trampas destructivas para la propia libertad.
Los seis personajes elegidos por Berlin fueron Helvétius
(1715-1771), Rousseau (1712-1778), Fichte (1762-1814), Hegel (1770-1831), Saint
Simon (1760-1825) y De Maistre (1753-1821).
Educadores y pedagogos de todo el mundo, unos bienintencionados y
otros no tanto, han sido seducidos, y lo siguen siendo, por el canto a la
educación en libertad que aparenta ser el 'Emilio'.
Si se considera la libertad como "el derecho a forjar
libremente la propia vida como se quiera" sin otra barrera que "la
necesidad de proteger a otros hombres respecto a los mismos derechos, o bien de
proteger la seguridad común de todos ellos", estos seis pensadores, decía
Berlin, "fueron hostiles a la libertad, sus doctrinas fueron una
contradicción directa de ella, y su influencia sobre la humanidad no sólo en el
siglo XIX sino particularmente en el XX fue poderosa en esta dirección
antilibertaria".
Rousseau es el personaje que más ha influido en la educación en el siglo XX y en lo que llevamos del XXI. Educadores y
pedagogos de todo el mundo, unos bienintencionados y otros no tanto, han sido
seducidos, y lo siguen siendo, por el canto a la educación en libertad que
aparenta ser el Emilio. De ahí que merezca especial interés conocer
las razones que llevaron a Isaiah Berlin a considerar al filósofo ginebrino
"uno de los más siniestros y más formidables enemigos de la libertad en
toda la historia del pensamiento moderno".
Los pensadores del siglo XVIII que se preocuparon por la libertad
dieron muchas vueltas al problema que planteaban sus límites. Casi todos ellos
llegaron a la conclusión de que era necesario una especie de contrato o
acuerdo social que permitiera conciliar el deseo de libertad del
hombre con la necesidad de una autoridad que controle el cumplimiento de
ciertas reglas de convivencia.
Hobbes (1588-1679), que creía
que los hombres eran más malos que buenos, había optado en el siglo anterior
por la existencia de una fuerte autoridad y la limitación de la libertad
individual. Mientas que Locke (1632-1704), que creía que los
hombres eran más buenos que malos, concedió mayor espacio a la libertad y abogó
por una autoridad menos coercitiva.
Según Berlin, la originalidad de Rousseau consiste en dar un
enfoque nuevo al problema. Y para ello utilizará las mismas palabras que sus
antecesores, libertad, naturaleza, contrato,
pero estableciendo un nuevo concepto de ellas.
Libertad y autoridad
Para Rousseau, la libertad es un valor absoluto, una especie de
concepto religioso que está en la propia esencia del hombre. Pues si el hombre
no fuera libre, si no pudiera elegir entre diferentes alternativas, no tendría
responsabilidad moral sobre sus actos. Cuando el hombre está obligado por otra
persona, o por las circunstancias, a hacer las cosas, deja de actuar por sí
mismo y deja de ser una persona. Por tanto, el hombre, para seguir siendo
hombre, ni puede ni debe ceder un ápice de su libertad. De ahí que el filósofo
ginebrino haya pasado por ser un adalid de la libertad.
Por otra parte, Rousseau admite que al vivir en sociedad
son necesarias las reglas. Y para hacer compatibles la libertad con la
obediencia a unas reglas sin las que la libertad quede dañada ofrece una
solución totalmente novedosa.
Para Rousseau, la Naturaleza tiene un carácter casi sagrado. Todo lo que de ella emana es necesariamente bueno. Se trataría
entonces de conseguir que esas reglas no fueran percibidas como una imposición
sino como obra de la propia Naturaleza.
La solución que ofrece Rousseau parece fácil. La propia Naturaleza
habría dotado al hombre de una voz interior que le dicta las reglas que son
justas y buenas para la convivencia. Esa voz interior habla directamente al corazón
y a la razón del hombre haciendo que este las ame y las comprenda. Así es como
el hombre, guiado por su naturaleza bondadosa, se inclinará siempre a favorecer
el bien común.
La bondad natural del hombre
Para Rousseau, el hombre, en estado natural, es bondadoso,
libre y feliz. Por tanto, cuanto más cerca permanezca de su estado natural,
más feliz, bondadoso y libre será.
Según Berlin, a partir de esa idea y sin poder evitar el rencor
que sentía hacia los Ilustrados, Rousseau describe al hombre bueno como aquel
que posee una sabiduría instintiva, muy diferente de la corrompida
sofisticación de las ciudades:
A veces Rousseau habla del salvaje como si fuera feliz, inocente y
bueno; en otras palabras, como si fuera simple y bárbaro.
La "voluntad general"
El concepto más genuino de Rousseau, el de la voluntad
general, aparece por primera vez en su ensayo El contrato social,
publicado en 1762 (es significativo que ese mismo año se publicara también su
obra pedagógica Emilio).
La voluntad general no es para Rousseau la suma
de voluntades individuales. Se trata de un concepto nuevo, con cierto carácter
místico, que representa la voluntad única de toda la comunidad.
La voluntad general exige, dice Rousseau, "la rendición de
cada individuo con todos sus derechos a toda la comunidad". Si nos
rendimos, ninguna institución, ningún tirano estará coartando nuestra libertad,
pues el Estado es cada uno de nosotros, que juntos, unidos,
buscamos el bien común.
La voluntad general exige, dice Rousseau, 'la rendición de cada
individuo con todos sus derechos a toda la comunidad'. Si nos rendimos, ninguna
institución, ningún tirano estará coartando nuestra libertad.
De esta forma Rousseau pasa de la noción de grupo de individuos
que se relacionan libre y voluntariamente buscando cada uno su propio bien a la
noción de sumisión a algo que está por encima del individuo: la comunidad, el
Estado.
Como dijo Berlin, es evidente que la célebre fórmula de Rousseau
de que cada individuo, al entregarse a todos, no se entrega a nadie,
por muy evocadora que sea, es hoy tan oscura y misteriosa como lo
fue siempre.
Rousseau, enemigo de la libertad
Como la Naturaleza es armoniosa, las reglas que son justas para un
hombre bueno y racional lo serán también para todos los hombres buenos y
racionales. En el caso de que existan hombres que busquen fines
irreconciliables será porque estos hombres estén corrompidos, porque no sean
racionales, porque hayan traicionado su propia naturaleza.
Dado que el hombre es bueno, si desea el mal será porque no sabe
lo que le conviene, así que es lícito que yo le diga lo que es mejor
para él, lo que es justo y bueno. Así, el día que descubra su verdadero yo,
que es natural y por tanto bondadoso, entenderá mi actitud y me estará
agradecido.
"No hay dictador en Occidente", escribe Berlin,
"que en los años posteriores a Rousseau no se valiera de esta monstruosa
paradoja para justificar su conducta. Los jacobinos, Robespierre, Hitler,
Mussolini y los comunistas: todos ellos emplean este mismo método de argumento,
de decir que los hombres no saben lo que en realidad desean; y, por tanto, al
desearlo por estos, al desearlo en nombre de ellos, estamos dándoles lo que en
algún sentido oculto, sin saberlo, ellos mismos desean".
Rousseau, con su paradoja, convirtió la libertad en una
especie de esclavitud. El individuo entrega su libertad política y su
propia conciencia a esa autoridad que reconoce como suprema y que sabe
realmente lo que es bueno para él. Esa autoridad puede estar representada por
un dictador, por el Estado, por la comunidad o por la asamblea.
Isaiah Berlin terminaba su conferencia con estas palabras
claramente condenatorias:
Rousseau, quien afirma haber sido el más apasionado y ardiente
adorador de la libertad humana, que trató de suprimir los grilletes, los frenos
de la educación, del refinamiento, de la cultura, de la convención, de la
ciencia, del arte, de cualquier cosa, porque todas estas cosas, de alguna
manera, violaban su libertad natural como hombre… Rousseau, pese a todo esto,
fue uno de los más siniestros y más formidables enemigos de la libertad en toda
la historia del pensamiento moderno.
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