Colón y la revolución científica
El autor subraya que cuando nos
preguntemos por las aportaciones de España a la historia de la ciencia no
debemos considerar que han sido modestas; haríamos mejor estimándolas en su
grandísimo valor
Nos
lamentamos a veces de que las contribuciones que ha realizado España a la
historia de la ciencia y de la tecnología son demasiado modestas. Si nos preguntamos
por grandes científicos o tecnólogos españoles, pocos son los nombres que nos
vienen a la cabeza más allá de nuestros ilustres Ramón y Cajal y Torres
Quevedo. Acudiendo a tiempos más pretéritos hay varios científicos que
sobresalen en la Ilustración y, aún más en el pasado, en la España musulmana;
pero son pocos de estos los conocidos popularmente. Justamente en la España del
Islam es muy de destacar la importantísima labor muchas veces anónima
desarrollada por los sabios musulmanes que trabajaron intensamente entre
los siglos VIII y XIV conservando la ciencia griega y desarrollándola hacia
nuevas dimensiones. Mientras el resto de Europa permanecía sumido en su época
más oscura, gran parte de esta labor científica se realizó en España.
La
monumental Sintaxis que Ptolomeo escribió en el s. II, al igual que
muchos otros textos científicos griegos, ya estaba traducida al árabe a
principios del s. IX y, de hecho, aún hoy se conoce esta obra por el título que
recibió en árabe, Almagesto, título que podríamos traducir como La
[obra] mayor. En el modelo de Ptolomeo, el Sol, la Luna y los planetas
giraban en torno a la Tierra. Pero un simple movimiento en órbitas circulares
no podía explicar el movimiento aparente de los planetas, por lo que Ptolomeo
introdujo los epiciclos, ecuantes y otros artificios matemáticos para poder
explicarlos. Los astrónomos musulmanes respetaron el sistema ptolemaico en
términos generales, pero según pasó el tiempo y se produjeron tablas
astronómicas cada vez más precisas -en particular las que elaboraron en Toledo
el gran astrónomo Azarquiel y el Rey Sabio- surgieron críticas hacia los
artificios geométricos ideados por Ptolomeo. El físico Alhazén escribió en El
Cairo unas Dudas sobre Ptolomeo; y Averroes, en Al Andalus, fue más allá
en sus críticas a Ptolomeo llegando a afirmar que algunos de los modelos del
Almagesto resultaban "contrarios a la naturaleza".
Las
obras griegas traducidas al árabe y las originales de los sabios árabes fueron
a continuación traducidas al latín o al castellano en los monasterios
medievales, muchos de ellos en España, y la labor de los monjes copistas
contribuyó de forma decisiva a la difusión de todos estos textos. De esta
manera, el Occidente latino pudo recibir en el Renacimiento el legado griego
ampliado y mejorado tras pasar por el fino tamiz islámico. Es muy verosímil
pensar que Copérnico, trabajando en Polonia y en Italia, fuera inspirado por
algunos de estos textos que circulaban por Europa, incluidas las precisas
tablas astronómicas elaboradas en Toledo que exigían un modelo geométrico
diferente al ptolemaico.
Pero
hubo otro hecho histórico con España como protagonista que, a juicio del
historiador de la ciencia Owen Gingerich, entre otros, pudo tener una
influencia decisiva en Copérnico: los viajes de Colón que condujeron al
Encuentro entre los dos mundos. Debido a una desafortunada biografía, en
gran parte fabulada, que escribió Washington Irving, se propagó la idea de que,
con su viaje, Cristóbal Colón pretendía demostrar a los Reyes Católicos la
redondez de la Tierra. Pero que la Tierra era esférica es algo que se conocía
desde la Antigüedad. Cuando Colón se dirigió a Isabel y Fernando en Salamanca,
su objetivo no era convencerles de que la Tierra era redonda, sino de la
viabilidad del viaje hacia Catay navegando en dirección oeste. El Almirante era
un hombre moderno que conocía los textos científicos de su época y los cita en
sus Diarios, pero en su estimación de la distancia a las Indias cometió
dos errores. Por un lado, al estimar el tamaño de la Tierra utilizó textos
árabes que habían reelaborado las medidas realizadas por Eratóstenes en el s.
III a. C., pero confundió las millas árabes con las romanas, lo que le llevó a
creer que el perímetro de la Tierra en el ecuador era de 30.044 kilómetros,
esto es, un 25% menos que el tamaño real. Por otra parte, Colón exageró la
distancia de Europa a China por el este hasta más de 20.000 kilómetros, por lo
que subestimó consecuentemente la distancia por el oeste. Fruto de los dos
errores, la distancia estimada por Colón desde Canarias hasta Catay, por la
ruta occidental, fue de menos de 5.000 kilómetros, lo que confería el principal
argumento de viabilidad a su proyecto de alcanzar las Indias por el oeste.
El
Almirante no era un experto orientándose en el
mar con las estrellas: se despistaba con las constelaciones australes y llegó a
confundir la estrella beta Cefei con la Polar, pero conocía bien las Efemérides
de Regiomontano, lo que le permitió predecir el famoso eclipse lunar del 29
de febrero de 1504 que utilizó para impresionar a los jamaicanos. La
observación de este eclipse y la de otro que había presenciado desde La
Española el 15 de septiembre de 1494 sirvieron de base al navegante para
estimar -aunque con un error considerable- cuán lejos se había desplazado hacia
el oeste, utilizando un método propuesto por Hiparco de Nicea junto al Calendarium
de Regiomontano.
Cuando
Colón emprendió su primer viaje en Palos de la Frontera, Copérnico tenía 19
años de edad y se encontraba estudiando en la Universidad de Cracovia. El genio
polaco realizó varios viajes por el torbellino del Renacimiento italiano entre
1496 y 1523, instalándose a continuación definitivamente en Polonia.
Simultáneamente, la imprenta con tipos móviles, ideada por Gutenberg hacia
1440, iba posibilitando la producción acelerada de libros, pues con la nueva
técnica era posible hacer varios ejemplares de un libro en menos de la mitad
del tiempo que empleaba el mejor copista en producir una única copia. Así, la
información comenzó a difundirse muy rápidamente por Europa, lo que sin
duda contribuyó a que a las manos de Copérnico pudiesen llegar, no sólo los
textos críticos con el Almagesto y las tablas astronómicas árabes que hemos
mencionado antes, sino también los relatos procedentes de España sobre los
viajes Colón.
Las
ideas geográficas en tiempos de Colón también estaban dominadas por las
clásicas de Ptolomeo y, muy concretamente, por su obra Geografía, que
sirvió de base para la elaboración de unos atlas espectaculares publicados en
los años 1480-1490. Al hacerse evidente que Colón no había llegado a Catay,
sino que se encontraba en un nuevo continente, estas ideas geográficas
-vigentes desde el s. II- se desmoronaron y el mapamundi clásico quedó
completamente obsoleto. Hubo que elaborar nuevos mapas y aquí tanto Colón como
los navegantes que le siguieron jugaron un papel fundamental. El cántabro Juan
de la Cosa, quien participó en el primer viaje de Colón, pasó a la historia por
haber dibujado el mapa más antiguo en el que aparece en continente americano, y
España realizó en las décadas sucesivas una contribución científica esencial
a la cartografía del planeta.
Las
críticas de las ideas científicas clásicas, dirigidas muy especialmente hacia
el Almagesto y la Geografía de Ptolomeo, fueron un caldo
de cultivo propicio sobre el que Copérnico pudo elaborar su innovadora teoría
heliocéntrica. Su libro titulado De revolutionibus orbium coelestium
no fue publicado hasta 1543, cuando el clérigo polaco, ya septuagenario, lo
recibió en sus manos el 24 de mayo, exactamente en el día de su muerte. Se
trataba de un libro que habría de convulsionar la ciencia universal hasta
acuñar con su título el propio término de «revolución». Desde entonces todos
los cambios radicales se denominan revoluciones y la propia revolución
copernicana pasó a considerarse el prototipo de cualquier gran conmoción, por
eso a veces nos referimos a «un giro copernicano».
Además
de la obra de Ptolomeo, las ideas de Copérnico se llevaron por delante la Física
de Aristóteles, aún vigente en aquel entonces, pues ésta sostenía que la Tierra
no podía girar sobre sí misma ya que, en ese caso, aves y nubes debían quedar
rezagadas tras el giro. En términos más generales, podemos afirmar que De
revolutionibus preparó el camino a Galileo y a Kepler, y a hombros de
todos estos llegó Newton redondeando la nueva ciencia física que sería refinada
por Einstein ya en el s. XX.
La
labor realizada por los sabios musulmanes y los monjes en España, junto con los
viajes de Colón, fueron elementos clave que pusieron de manifiesto las
deficiencias de la ciencia clásica, precipitando la revolución copernicana y
logrando posicionar la Tierra en el cosmos. Cuando nos preguntemos por las
aportaciones de España a la historia de la ciencia no debemos pues considerar
que han sido modestas, creo que haríamos mejor estimándolas en su grandísimo
valor. No creo que haya nada innato en nuestro país que nos impida participar
en la mayor aventura de la Humanidad, el desarrollo científico; esta
participación debería ser hoy una de nuestras primeras prioridades.
Rafael
Bachiller, astrónomo, director del Observatorio Astronómico Nacional (IGN) y
miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.
11/10/2016
http://www.elmundo.es/opinion/2016/10/11/57fbc89846163fba4a8b460f.html
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