Adictos a mentir
Un grupo de
científicos de Reino Unido ha conseguido la primera evidencia empírica de cómo
algunas personas comienzan a contar mentirijillas y el cerebro termina por
anular el sentimiento de culpa
Uno
de los efectos secundarios más conocidos de las adicciones es la tolerancia. Un
adicto al alcohol necesita dosis cada vez mayores de bebida para sentir los
mismos efectos. Igualmente ocurre con las drogas, los ansiolíticos, los
medicamentos para dormir...
Ahora,
un estudio publicado en la revista «Nature Neuroscience» demuestra que puede
ocurrir algo parecido con las mentiras. Cuando decimos una pequeña mentira sin
importancia, el cerebro humano se de-sensibiliza y puede conducirnos con más
facilidad a una espiral de mentiras cada vez mayores. Puede que ése sea uno de
los mecanismos neuronales que está detrás de la traición, la infidelidad o el
engaño a gran escala.
Sea
como fuere, el trabajo, desarrollado por un grupo de investigadores del
University College de Londres (UCL), supone la primera evidencia empírica de
que la mentira genera tolerancia.
La
investigación consistió en el escaneo del cerebro de 80 voluntarios mientras
participaban en una serie de tareas en las que se les pedía que mintieran para
obtener un beneficio a cambio.
Los
participantes tenían que adivinar el número de monedas que había dentro de una
jarra opaca y mandar a otro individuo su apuesta por medio de una aplicación de
ordenador. En una primera prueba se les dijo a los voluntarios que cuanto más
se aproximaran al número real de monedas, más beneficio obtendrían ellos y sus
compañeros de juego. En otros escenarios la participación era excluyente,
acertar suponía ganarlo todo a expensas del contrario. En uno de los casos, el
juego consistía en que si la estimación de una persona superaba el número real
de monedas, esa persona ganaba el juego a expensas de su contrario. Cuanto
mayor era el sobrecálculo, más beneficio se obtenía.
De
ese modo, los participantes empezaron a exagerar sus estimaciones, con el fin
de ganar. Es decir, aunque internamente pensaban que en la jarra había un
número determinado de monedas, ellos introducían en la apuesta un número aún
mayor: mentían.
Cada
vez que se producía una de estas mentiras el cerebro de los participantes
registraba un aumento de la activación de las neuronas propias de la amígdala,
la parte del cerebro relacionada con las conductas emocionales. «Cuando
mentimos para lograr un beneficio personal, nuestra amígdala genera
sentimientos negativos que limita hasta qué punto estamos dispuestos a mentir»,
explica Tali Sharot, del departamento de Psicología Experimental de UCL. A
medida que las exageraciones aumentaban, sin embargo, la actividad neuronal iba
disminuyendo. De alguna manera, el cerebro terminaba acostumbrándose a la
excitación de la mentira (probablemente va perdiendo sensibilidad hacia el mal
que produce mentir), es lo que los expertos han denominado adentrarse en una
«pendiente resbaladiza». «Cuanto más decae, más grandes se hacen las mentiras»,
añade la investigadora.
Los
autores del trabajo creen que nuestra mente está preparada para responder
emocionalmente ante las acciones deshonestas. Pero esa respuesta termina
diluyéndose con el exceso de uso. «Es probable que la abrupta respuesta del
cerebro a los repetidos actos de deshonestidad refleje una reducción de la
respuesta emocional a estos actos», aporta Neil Garrett, otro de los autores de
la investigación.
El
estudio científico confirma algunas otras investigaciones que han situado en la
amígdala el manejo de las emociones relacionadas con nuestra aversión a lo que
consideramos dañino o inmoral. De hecho, aunque esta investigación solo ha
estudiado los efectos de la mentira, los autores creen que podría aplicarse el
mismo patrón de tolerancia en otros actos deshonestos como el robo o la
corrupción. Incluso la repetición reiterada de actos violentos podría generar
desensibilización en la amígdala del individuo violento. Así, este
dese-quilibrio también podría estar relacionado con las personas que asumen
riesgos.
Jorge
Alcalde
25
de octubre de 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario