MEMORIA DE
OTROS REFUGIADOS
Ahora que los refugiados sirios han salido del país, camino de la Europa
rica, Hungría rinde un homenaje tardío al diplomático español cuya valentía e
ingenio salvó millares de vidas húngaras en los últimos meses de 1944, cuando
la sombra del Holocausto se abatió sobre esa tierra con un saldo aterrador de
víctimas inocentes. Olvidado en gran medida por los gobiernos a los que sirvió,
ninguneado por la ciudad escenario de su hazaña, que ha dedicado calles y
bustos a otros «justos entre las naciones», silenciando durante décadas la
heroica labor llevada a cabo por nuestro compatriota, Ángel Sanz Briz descansa
en paz tras haber honrado su profesión elevándola muy por encima de lo que el
deber imponía. Su memoria, por el contrario, se ganó la inmortalidad en esos
días. A partir de mañana, y gracias a los esfuerzos del embajador José Ángel
López Jorrin, un monolito de piedra blanca y una avenida que lleva su nombre
recordarán a los viandantes que en el otoño más sangriento de Budapest un
hombre digno, movido por sólidos principios, tuvo el coraje de utilizar los
privilegios inherentes a su estatus para rescatar de una muerte segura a más de
cinco mil judíos, jugándose la carrera y también la integridad física. Una
actuación merecedora de más reconocimiento que el recibido por su protagonista
en vida, así en Hungría como en su propia casa. Claro que España es tan pródiga
en conductas heroicas como ingrata a la hora de premiarlas. De ahí que este
monolito venga a reparar una gran injusticia.
Sanz Briz, persona de probada integridad y diplomático vocacional, nunca
esperó recompensa alguna por su gesta. Lo atestigua alguna carta suya. Su
conducta no estuvo guiada por intereses personales y mucho menos por la
política de Estado franquista, aunque el Ministerio de Asuntos Exteriores de la
época le permitiera emitir libremente pasaportes, visados y cartas de
protección que superaban con creces el cupo correspondiente a los ciudadanos de
origen sefardí con derecho a solicitar tal documentación, que ascendía a un
total de 48. Dicho de otro modo: ese diplomático ejemplar actuó movido
únicamente por su conciencia y a iniciativa propia, corriendo un riesgo
innegable que no se tradujo en represalias, empero, porque la España de Franco
nunca se alineó con el nazismo en su fanatismo antisemita. Antes al contrario,
aprovechó su condición de país neutral para auxiliar a un gran número de
perseguidos durante la guerra. Lo cual conviene recordar de cuando en cuando,
en aras de la verdad histórica.
En la Budapest de noviembre y diciembre del 44, donde la vida de un judío
valía menos que la bala empleada en asesinarlo, los únicos salvoconductos
respetados el cien por cien de las veces por los nazis, fuesen alemanes o
húngaros, eran los que llevaban el sello de la Embajada española. Ni los
suecos, ni los suizos ni los de la nunciatura. Los españoles. Esto era así en
parte porque resultaban más difíciles de falsificar, y en parte, la del león,
porque Ángel Sanz Briz se había ganado en los meses precedentes la simpatía de
las autoridades locales, y con ella su favor, con un gesto probablemente
inspirado por las mismas convicciones que puso en práctica después ayudando a
tantos judíos. Esto es, donar una generosa cantidad de dinero al Ayuntamiento
para el alojamiento y alimentación de los refugiados húngaros que huían de los
soviéticos buscando asilo en la capital. Y es que algunas recompensas son más
tangibles que otras.
La memoria de Sanz Briz, simbolizada en un monolito y una avenida,
dignifica a la Diplomacia y a España. Más vale tarde que nunca.
15 oct. 2015 ABC ISABEL SAN SEBASTIÁN
Recomendable la película El ángel de Budapest https://www.youtube.com/watch?v=AzubysQ8Dq4
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