Cuando Pinocho no sea un muñeco
La más
reciente obra de Neill Blomkamp, director de «Distrito 9» y «Elysium», habla de
un futuro no muy lejano en el cual la ciudad de Johannesburgo, corrompida por
el crimen, se convierte en la primera ciudad del mundo en crear una fuerza
policial de robots. La medida parece ser efectiva inicialmente, pero algo
sucede que lo cambia todo: un grupo de jóvenes «actualizan» uno de esos robots,
que estaba destinado al desguace, y éste se convierte en el primer androide
consciente de sí mismo. Su nombre es Chappie y es la inteligencia artificial
llevada al extremo más posible y temible: un robot capaz de aprender por sí
mismo y que supera en inteligencia a cualquier cerebro humano. La pregunta
clave es: ¿cuán cerca estamos de construir un Chappie?
Lo primero,
y más fácil, es el hardware, es decir, el cuerpo. Boston Dynamics (compañía
propiedad de Google y responsable del desarrollo de Cheetah, el robot más veloz
del mundo) han creado también a PETMAN, un robot antropomórfico que camina por
sí mismo y hasta transpira (fue diseñado para testar la exposición a sustancias
químicas). También tenemos a ASIMO, el robot de Honda que jugó al fútbol con
Obama. Es cierto que aún queda por avanzar en autonomía y movimientos, pero
para Wolfgang Fink, experto en Inteligencia Artificial (IA) de la Universidad
de Arizona, «ya estamos muy cerca de eso. Se trata únicamente de ingeniería».
Por lo
tanto, el problema real es el software, crear un cerebro artificial
inteligente. Ese es el verdadero desafío. Los expertos están afrontando este
problema desde dos perspectivas diferentes. Por un lado intentan crear un
ciborg desde cero mientras que otros buscan desarrollar un programa capaz de
aprender por sí mismo y dejarlo que el tiempo y la experiencia hagan el
trabajo. Esto último ya existe, se trata de redes neuronales artificiales,
sistemas que imitan el comportamiento del cerebro humano. El propio Fink
explica desde el Instituto Tecnológico de California, donde también trabaja,
que «a estos sistemas, cuando los exponemos a información, pueden aprender
reglas y hasta comportamiento. Pueden aprender a jugar a vi- deojuegos, por
ejemplo. Los dos enfoques básicos tratan, en términos sencillos de ver qué es
más rentable, si poner el pastel en el horno o darle los ingredientes al horno
y que él solito los mezcle».
Ramón López
de Mántaras, director del Instituto de Investigación en Inteligencia
Artificial, señala que «los software actuales son muy complicados: son capaces
de tomar decisiones en base a los datos que reciben y también, por ejemplo,
buscar curas para enfermedades o anticipar epidemias».
En lo que todos
los expertos coinciden es que hay tres niveles diferentes de inteligencia
robótica. El primero de ellos, en el que nos encontramos en la actualidad, son
los robots controlados por humanos. La verdadera capacidad de tomar decisiones
es algo que nos corresponde a nosotros.
En una
segunda instancia llega lo que se busca realmente por medio de la inteligencia
artificial. Un robot capaz de analizar diferentes situaciones que han ingresado
en su cerebro y reaccionar a ellas. Esto es lo que hace Chappie. Y esto nos
llevará directamente a la tercera etapa, en la cual el robot podrá aprender de
las situaciones y será completamente autónomo en sus decisiones. Pero lo más
importante es que se dará cuenta de que piensa, será consciente. En ese
momento, los humanos perderemos todo control sobre esta «nueva forma de vida».
Para Fink, «una vez se alcance este nivel, el robot deja de parecerse a un
humano en todo lo que fue programado para hacer. Es muy estimulante, pero
también da miedo. Pero esto sucederá. es algo inevitable».
El dilema de
crear una inteligencia que no podamos controlar y dejemos libre es algo que
atemoriza a muchos grandes nombres. El cofundador de PayPal, de Space X y
director de Tesla Motors, Elon Musk, ha convocado a expertos en robótica y
donará 10 millones de dólares para prevenir que este escenario se convierta en
una realidad. De acuerdo con Musk, «la Inteligencia Artificial es más peligrosa
que la energía nuclear. Intentando crear un robot consciente estamos conjurando
al demonio».
Y no es el
único. Otra voz que se ha alzado para alertarnos del peligro es la del creador
de Microsoft, Bill Gates. Según sus propias palabras, «estoy en un lugar
(Silicon valley) en el que la mayoría de las personas están muy preocupadas
acerca de si debemos crear una superinteligencia. Y no entendemos que haya
gente que no se preocupe por ello». También el reconocido físico Stephen
Hawkings se ha manifestado de un modo, si cabe, aún más directo: «El desarrollo
de una inteligencia artificial completa podría convertirse en el final de la
raza humana».
Ante este
escenario, quizás sea bueno también poner en la balanza una de las primeras
escenas de la película de Blomkamp. Cuando a Chappie le colocan su «nuevo
cerebro», abre los ojos asustado, no comprende qué es lo que sucede. Y se
asombra. Al contrario de otros robots similares –como Terminator, el insaciable
ente de «Trascendence» o Ultrón, el enemigo de la próxima película de «Los
vengadores», inicialmente construido para salvar la humanidad de la guerra–, Chappie,
es casi tierno y está más cerca del protagonista de «Big Hero» en su capacidad
de provocar y experimentar emociones.
No hay duda
de que la tecnología tiene que avanzar. Y que no sabemos qué nos espera.
Algunas veces conseguiremos energía nuclear, otras veces armas nucleares.
Esperemos que, en inteligencia artificial, cosas como las primeras sean
frecuentes y que las últimas sean precisamente eso, las últimas.
10 de marzo
de 2015 Juan Scaliter
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