CAJAL, CIENCIA, CIVILIDAD Y PATRIOTISMO
«Espero
y deseo que la figura y el mensaje de Santiago Ramón y Cajal reverdezcan de
nuevo para que su legado de ciencia, civilidad y patriotismo siga estimulando,
para nuestro bien, el pensar y el quehacer de los españoles»
LAS naciones construyen su armazón y su textura utilizando muchos
ingredientes. La proyección intelectual y sentimental que, en el caso de
España, ejercen determinadas figuras de nuestro ayer, como, por ejemplo,
Jovellanos, Unamuno o Cajal, constituye, sin duda, uno de ellos. La
conmemoración de cualquier aniversario relacionado con este tipo de figuras es
siempre, por tanto, como una nueva primavera: la ocasión oportuna para que sus
vidas e ideas reverdezcan y den de nuevo fruto.
Al cumplirse el 17 de octubre de este año el octogésimo aniversario de la
muerte de Cajal, tres son, a mi juicio, los frutos que rebrotan al evocar su
figura: la obra científica que realizó, las virtudes cívicas que practicó y el
sincero patriotismo que sintió.
La aportación de Santiago Ramón y Cajal al conocimiento del sistema
nervioso sigue siendo, en nuestros días, la más importante contribución
española a la ciencia universal. De ello da cuenta no solo el número de
citaciones de Cajal, superior a la de los autores clásicos y los premios Nobel
de su época, sino la inclusión de su figura en el Olimpo de los grandes
científicos que han abierto puertas para entender el mundo. En este sentido,
creo que junto a los «Principia» de Newton o «El origen de las especies» de Darwin,
podemos situar sin problema la «Textura del sistema nervioso del hombre y los
vertebrados», la obra cumbre de Cajal. Si el primero abrió la puerta a la
comprensión física y matemática del universo y el segundo hizo lo propio con la
evolución biológica, el libro de Cajal fue el que abrió la puerta al
conocimiento del sistema nervioso y a todo lo que ello implica. Un libro que
junto con la Celestina y el Quijote constituye una de las más altas cumbres de
la cultura española de todos los tiempos. La obra de Cajal debe ser, por tanto,
para cualquier español de nuestros días, referencia y ejemplo de la ciencia que
se ha hecho en España y, en consecuencia, un motivo de autoestima histórica y
social.
Para los hombres y mujeres de nuestro tiempo Cajal significa también
civilidad, virtudes cívicas, ejercidas al más alto nivel. Existe en Cajal, en
efecto, lo que él llama la religión del trabajo, de un trabajo serio y riguroso
al que sirve con una voluntad insobornable. A ello une Cajal la ejemplaridad
social, una ejemplaridad que se manifiesta en la necesidad de aprovechar al
máximo los recursos cuando estos son públicos y proceden de los contribuyentes.
No es ocioso nunca repetir sus palabras a este respecto: «Columbro al través de
cada moneda recibida la faz curtida y sudorosa del campesino que sufraga
nuestros lujos académicos y científicos». Para un español de hoy conocer esta
importante dimensión cajaliana, en el contexto de mentira y corrupción que
lamentablemente nos rodea, es ver a la España que queremos y soñamos y a la que
tenemos derecho a aspirar.
La figura de Cajal significa también, en nuestros días, un modo de sentir y
de vivir el patriotismo. Se trata de un patriotismo de ideal cívico, de un
sentimiento virtuoso y moral que tiene por objeto dar a la vida civil de España
sentido y destino. Un patriotismo que nos dice que, con trabajo serio y
voluntad, los españoles sí podemos y debemos aspirar a las metas más excelsas.
Marañón ha afirmado que la Patria no son los hombres que la pueblan ni los
vanos afanes de cada día, sino la unión de pasado y futuro que se realiza en
cada ser humano concreto, la tradición y la esperanza que se funde en la breve
inquietud de nuestra existencia mortal. Creo que Cajal es una de esas figuras
que con su permanente invitación al patriotismo y con el ejemplo de su práctica
laboriosa nos ayudan a unir, en la charnela de nuestro vivir diario, lo mejor
de nuestra tradición y lo mejor de nuestra esperanza. En tiempos de egoísmos
excluyentes, en tiempos de deslealtades colectivas, Cajal significa hoy un
proyecto de patria valiosa, de una España que merece la pena construir entre
todos cada día, desde la obra seria y bien hecha, desde la civilidad más
rigurosa, desde el amor y la solidaridad con quienes nos antecedieron en
nuestra historia milenaria, con quienes compartimos la hora presente y con
quienes finalmente habrán de sucedernos en la hora futura.
Antonio Buero Vallejo, cuatro años después de la muerte de Cajal, en plena
Guerra Civil, escribió un artículo en el que afirmaba que el viejo histólogo
español debería pervivir en el alma de las futuras generaciones. Al conmemorar
el octogésimo aniversario de su muerte, espero y deseo que su figura y su
mensaje reverdezcan de nuevo para que su legado de ciencia, civilidad y
patriotismo siga estimulando, para nuestro bien, el pensar y el quehacer de los
españoles.
18 oct. 2014 ABC Antonio Campos académico de la real
academia nacional de medicina
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