Jorge
Alcalde, periodista científico, director de la revista Quo, publica artículos de divulgación científica. El siguiente es un
excelente artículo que nos sirve para reflexionar sobre aspectos importantes en
la Filosofía –Ética, actitudes psicológicas ante el saber como los prejuicios…-
y en la Historia de la Ciencia (Darwin, teoría de la evolución …)
¡Cerdos!
Un milímetro por encima del mono, cuando no un
centímetro por debajo del cerdo. En ese triste peldaño colocaba don Pío
Baroja al ser humano, dentro de una escala evolutiva que poco
tiene que ver, eso sí, con los conocimientos científicos que hoy atesoramos.
Viene a cuento la cita tras ver cómo el de la vista baja, o sea el
cerdo, marrano, puerco, guarro, lechón, gorrino, chon..., ha saltado a la
portada de la revista Nature, una de las más prestigiosas de la prensa
mundial. Claro que ahí lo ha hecho bajo el nombre mucho más digno de Sus
scrofa (el calificativo taxonómico de su especie).
Resulta que un equipo de varias decenas de científicos de todo el mundo ha
colaborado para secuenciar el genoma completo de este animal. Y al
hacerlo ha podido identificar los 21.000 genes que componen su
patrimonio biológico exclusivo. Con ello se confirma lo que por otra parte era
obvio: que nos
parecemos mucho a ellos. En concreto, existen similitudes genéticas con el
humano en más del 84 por 100 del ADN porcino.
Eso no debería
preocuparnos demasiado. De hecho, nos parecemos genéticamente a otras muchas
especies, desde el bonobo a las vacas, pasando por algunos gusanos, los perros,
las levaduras y el arroz.
A estas alturas, nadie debería escandalizarse al constatar que todas las especies
que habitamos el universo mundo procedemos de un bicho primigenio único y,
por lo tanto, estamos compuestos de la misma materia molecular. Más curioso es
observar cómo la potente maquinaria científica de la biología moderna no hace otra cosa
que reafirmar a la vieja sabiduría precientífica. Durante la Edad Media,
los prejuicios religiosos limitaron sobremanera (aunque no eliminaron del todo)
la práctica de la disección de cadáveres humanos para estudiar anatomía. En
algunas escuelas, como la de Salerno, aún se utilizaban restos de hombres y
mujeres para practicar medicina, pero en la mayor parte de Europa hubo que
acudir a otros cuerpos. Y en la mayoría de los casos se optó por el cerdo. Para
Galeno era el animal cuyos órganos más se parecían a los del hombre;
siguiendo su estela, otros grandes anatomistas compusieron anatomías completas
del puerco para estudiar los males del edificio humano. ¿Cómo se titula una de
las cumbres primigenias de la anatomía medieval? Han acertado: Anatomia
porci.
De manera que los galenos de hoy en día, pertrechados de potentes
ordenadores capaces de procesar millones de datos al segundo y de laboratorios
donde producen reacciones en cadena de la proteasa, han vuelto la mirada
sobre las tripas de la que fuera la estrella de la medicina original. Y en ellas
han descubierto el fino trabajo que 5 millones de años de evolución han obrado
sobre el marrano. Saben, ahora, que buena parte de sus 21.000 genes se han
especializado en mejorar el olfato. Al parecer, la habilidad de los cerdos para
detectar olores muy sutiles supera con creces a la de los perros y los ratones.
De ahí su inveterada pericia desenterrando trufas en el bosque.
Quizá tal especialización haya supuesto una merma en sus habilidades
degustadoras. No se puede tener de todo, amigo cochino. Así que su gran
olfato va acompañado de un torpe gusto. Apenas es capaz de reconocer los
sabores amargos y, como la experiencia demuestra, no le hace ascos a nada...
absolutamente a nada.
Lo más
importante, sin embargo, de estas investigaciones (aparte de los beneficios que pueda
traer a la industria porcina el mejor conocimiento de su materia prima) es el hallazgo de
que ciertas mutaciones genéticas encontradas en el gocho pueden ser
similares a otras que, en los seres humanos, están implicadas en males como el alzhéimer,
la diabetes, el párkinson y la dislexia. Es decir,
que abrir ahora las tripas genéticas del animalito podría servirnos para
conocer mejor cómo se producen estos males humanos y, quién sabe, para curarlos
en el futuro.
No me digan que no es para cogerle cariño. Quizás no tanto como para dejar
de comer chorizo, pero sí para reconocer que esta bella bestia de andar
lustroso es el mejor amigo del hombre. Del cerdo, hasta los andares... y ahora,
también, las bases moleculares.
Jorge
Alcalde, Libertad Digital 16.11.12
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