Justos entre las Naciones, los que combatieron al mal
El Holocausto ha tenido un gran peso en la cultura popular. En cine, tuvimos La Lista de Schindler, a la que siguieron La Vida es Bella o El Pianista. En el cómic, Maus de Art Spiegelman tiene su hueco entre los imprescindibles en las listas que se publican año tras año. En literatura, el Diario de Anna Frank es el libro más leído de la historia después de la Biblia, y la trilogía de Primo Levi o los testimonios de Paul Celan o Viktor Frankl son también partes inherentes de la cultura occidental. No es para menos, la tragedia del Holocausto, y su análisis desde todas las disciplinas sociales y científicas, ha formado el sustrato de las sociedades libres. Desde la creación de leyes hasta las inquietudes personales que devienen en creaciones artísticas, el miedo a caer de nuevo en las tinieblas del Holocausto es una constante.
Uno de los temas recurrentes en las obras sobre el Holocausto son aquellas
personas que, desinteresadamente y poniendo en riesgo su vida y su situación,
ayudaron a judíos y demás colectivos condenados por el nazismo a escapar del
exterminio- los denominados por el Museo del Holocausto de Jerusalén "Justos
entre las Naciones".
La mencionada Lista de Schindler es el ejemplo paradigmático; en España, nuestro
Schindler fue el diplomático Ángel Sanz Briz. Con retraso y modesto reclamo,
la gesta del diplomático español devino en el telefilme El Ángel de Budapest
y anteriormente en libros como Un español frente al Holocausto de Diego
Carcedo -replicado en cierta manera por Arcadi Espada en En nombre de Franco
sin poner en cuestión el mérito de Sanz Briz.
En tal sentido, a finales de este mes se estrena el biopic de Chiune Sugihara, un diplomático japonés
que salvó a 6.000 judíos del exterminio utilizando un método parecido al de
Ángel Sanz Briz y otros diplomáticos europeos: extendiendo visados. El director
de la película, Celline Gluck, ha dicho sobre Sugihara:
"Los héroes nacen cuando la gente común responde a circunstancias extraordinarias
[...] [Sugihara] no hizo alarde de su heroísmo. Hizo lo que pensaba que era
correcto, y como resultado de ello, miles de vidas fueron salvadas […] Eso es
lo que le hizo un héroe".
En la mayoría de los testimonios o crónicas sobre estas personas que hoy
consideramos héroes del pasado siglo, se repite una tendencia, señalada por
Gluck, que nos encoge el corazón.
Irena Sendler la enfermera polaca que salvó a más
de 2.500 niños judíos se mostró sincera ante su legado: "...Yo
no hice nada especial, sólo hice lo que debía, nada más…". Sanz Briz
le confesó a su hijo que "lo que tuve el privilegio de hacer en
Budapest es lo más importante que he hecho en mi vida". Giorgio
Perlasca, italiano que sustituyó a Sanz Briz en su labor salvando a los judíos
húngaros de las chimeneas de Auschwitz,
confesó: "No podía soportar ver a la gente marcada como
animales. . . No podía soportar ver a los niños asesinados. Hice lo que tenía
que hacer." Aristides de Sousa Mendes, el cónsul portugués que desde
su posición en Burdeos extendió más de 30.000 visados y que
posteriormente fue defenestrado por ello, le dijo a su abogado: "No
podría haber actuado de otra manera, y por lo tanto acepto todo lo que me ha
sucedido con amor".
Ante la advertencia de Per Anger, el embajador sueco en Hungría en aquellos
ominosos años, de que los Flechas Gamadas -nazis húngaros- andaban
especialmente tras él, Raoul Wallenberg, el diplomático sueco que salvó a más
de 6.000 judíos húngaros del exterminio y desapareció en circunstancias aún
bajo debate, respondió:
"No tengo otra opción. He aceptado esta tarea y nunca podría regresar
a Estocolmo sin el conocimiento de que he hecho todo lo humanamente posible
para salvar la mayor cantidad de judíos."
El Holocausto es un crimen único y sin precedentes en la historia de los
hombres no sólo por sus formas, sino también por su fondo: una concepción del
mundo que exigía el exterminio masivo e industrial de los que eran diferentes
para la consecución de un orden humano puro. No obstante, el Holocausto es
también la historia de todos aquellos que, sin importar las circunstancias ni
pensar en las consecuencias, se entregaron en cuerpo y alma a salvar vidas
inocentes; de todos aquellos que se enfrentaron a un régimen que tenía como
agenda política la fumigación de grupos humanos enteros por su origen o
condición. De todos aquellos que, en suma, combatieron al mal porque
consideraban que, como humanos, era lo correcto. Y es que al mal se le combate
de muchas maneras, una de ellas, demostrando que no todos pueden sucumbir ante
él tan fácilmente.
Después del Holocausto, las generaciones venideras tenemos una serie de
deberes imposibles de esquivar. El recuerdo, la lucha contra la intolerancia,
la infinita vigía, y también reivindicar como ejemplo a todos los que no
miraron a otro lado ante el sufrimiento de sus semejantes.
Estos días de recuerdo internacional del Holocausto nos toca pues recordar
a los que decidieron arriesgar su vida para ayudar a todos aquellos condenados
a ser eliminados por ser diferentes y no pidieron nada a cambio, la mayoría de
ellos, desconocidos al gran público -el Museo del Holocausto de Jerusalén,
cuenta en su registro de "Justos entre las Naciones"
con 25,271 personas de 49 países distintos.
Hoy, como humanos, miramos atrás con orgullo a Schlinder, Sanz Briz,
Sugihara, Wallenberg, Sendler, Sousa Mendes y a tantos otros justos que permanecen
en el anonimato.
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