Hombres y máquinas
No soy un lector habitual de ciencia ficción, pero me gustan mucho los
libros del escritor polaco Stanislaw Lem, especialmente Solaris, novela
sobre la que Andrei Tarkovski hizo una magistral película que he visto diez
veces.
Solaris es la historia de
un astronauta que viaja a una estación espacial soviética que orbita sobre un
misterioso planeta que tiene la virtualidad de hacer realidad los sueños. Allí
el recién llegado se encuentra con la esposa que se ha suicidado hace varios
años. No es un fantasma sino una mujer a la que puede tocar y amar.
Digamos que Lem describe Solaris como un planeta inteligente que interactúa
con los seres humanos. Su superficie cambiante sintoniza con los estados de
ánimo de los habitantes de la estación espacial, que prefieren morir antes que
volver a la Tierra.
La ficción de Lem plantea muchos interrogantes filosóficos y el primero de
ellos es si hay formas de inteligencia superiores a las del hombre en un
universo que no podemos conocer por sus inmensas dimensiones.
Solaris es un planeta pensante en el que el pasado y el futuro conviven
alternativamente, dando saltos hacia atrás y hacia delante. Lo que no existe es
el presente.
He recordado esta gran novela de Lem al leer que un grupo de científicos de
EEUU ha logrado que los ordenadores aprendan a escribir caracteres
personalizados como los del ser humano. En el futuro, los sistemas informáticos
podrán pensar y desarrollar pautas de conducta propia como el HAL en Odisea
espacial 2001, la película de Kubrick, que se rebela contra la tripulación
que le va a desconectar.
Avanzando un poco más, el cine nos ofrece otra visión del futuro en Blade
Runner, donde una nueva generación de robots, fabricados con materiales
orgánicos, es una réplica exacta de los humanos, pero con mucho mayor vigor
físico y capacidad mental. Para evitar que destruyan el orden establecido, los
Nexus están dotados de un temporizador en el que está programado su final.
Todo ello nos lleva a plantearnos la hipótesis de que es posible que, tal
vez dentro de más de 1.000 años, existan robots pensantes a los que se encomendarán
muchas de las tareas que asumimos hoy las personas. Incluso el trabajo de
elaborar y analizar la información.
No me parece imposible una futura era en la que este planeta albergue dos
razas de origen humano: la de los seres biológicos vivos y mortales y la de los
ordenadores inteligentes con capacidad para experimentar sentimientos y
emociones. ¿Cuál será la diferencia intelectual entre ambas?
Algunos escritores de ciencia ficción han llegado a imaginar una guerra
entre hombres y máquinas, pero me parece más probable un escenario de
colaboración, un mundo donde esos seres artificiales tendrían los mismos
derechos y deberes que los humanos.
Esa reflexión me conduce al inicio de esta columna: si es posible la
existencia de una inteligencia cósmica, producto de las leyes de la física, con
una suprema comprensión de todo lo que ocurre. Algo así como la Razón que toma
conciencia de sí misma, en términos de Hegel.
Las personas con creencias religiosas llamarían Dios a tal poder. Pero no
quiero dar ese paso y lo que me pregunto es si el devenir del Universo podría
crear esa inteligencia superior de forma puramente evolutiva, ese Solaris capaz
de materializar los pensamientos. Lo único que lamento es que la vida sea
demasiado corta para conocer la respuesta a este gran enigma.
PEDRO G. CUARTANGO El Mundo 12/12/2015
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