1/2/13

Occidente y Oriente. Predominio de Occidente



Guy Sorman defiende que el siglo XXI no será de dominio asiático sino occidental. Es decir, defiende lo contrario de lo que todos oímos y leemos a todas horas.

Lo importante es el argumento principal para defender esa opinión: la razón del predominio económico y cultural de occidente está en dos condiciones de la convivencia en los países occidentales: el Estado de Derecho y la paz (no lo dice el artículo pero todos sabemos que China sigue siendo una dictadura y –esto sí lo dice el artículo- hay una elevada probabilidad de conflicto bélico en Asia).

Es el principal argumento pero no el único que utiliza. Otros se refieren aspectos de competitividad, a costes salariales, a innovaciones tecnológicas, etc. 


La recuperación de Occidente

La ventaja relativa de la producción en masa en países lejanos disminuye cada día que pasa, y los chinos y los indios no se percatan de ello

Si nos centramos demasiado en las estadísticas económicas a corto plazo, corremos el riesgo de pasar por alto las tendencias a largo plazo de nuestras sociedades y los cambios radicales del mundo. Si escuchamos a los analistas de la actualidad cotidiana y a los vendedores de profecías baratas, nos aseguran que Occidente está en crisis y que el siglo pertenecerá a Asia. Aquí plantearé lo contrario, no por espíritu de contradicción, sino porque me parece que el futuro de los países se asienta sobre unas bases más duraderas que la marcha de la Bolsa, el tipo del Líbor, e incluso la tasa de crecimiento anual. ¿Qué es lo esencial a la larga? El Estado de derecho y la paz, que son el resultado de siglos de cultura y de experiencia.

Fijémonos en Asia: en este mismo momento, el riesgo de que estalle una guerra entre China, Japón, las dos Coreas, Taiwan y Vietnam es real. La guerra no es segura, pero parece posible en una civilización en la que negociar no es una tradición, y en la que es conveniente, ante todo, no perder el prestigio; semejante situación no va a atraer a los inversores a largo plazo. El Estado de derecho en Asia ya no progresa; la corrupción en China, y también en India, amilana el espíritu emprendedor de los empresarios nacionales y todavía más el de los internacionales. En cuanto a los salarios chinos que han contribuido a desindustrializar Occidente, aumentan con rapidez y se vuelven menos atractivos; el peso relativo del salario en los productos acabados determina cada vez menos la localización de una industria.

Por el contrario, los países occidentales se recuperan; la paz es sólida en ellos, la justicia es relativamente equitativa, los contratos se cumplen y la corrupción no es desconocida pero es mínima. Resulta también que, simultáneamente, las innovaciones técnicas recientes propician la recuperación de Occidente. La explotación del gas de esquisto y la perforaciónhorizontal de las reservas de petróleo, por ejemplo, restablecen paulatinamente la independencia energética de Occidente, y en Estados Unidos, en Canadá y en Europa hacen que bajen los precios de coste.

La robotización de la producción industrial, e incluso de algunos servicios, y los rápidos adelantos de la reproducción en tres dimensiones, reducen la parte salarial en los precios de coste de modo que las deslocalizaciones ya no suponen una ventaja decisiva en el coste. Aun a riesgo de aventurarme, preveo que esta reproducción en 3D podrá aplicarse a todos los objetos, desde el más común al más sofisticado: ya existen reproducciones en tres dimensiones, en estado de prototipo, capaces de construir un automóvil o un edificio.

Es evidente que la época de la innovación técnica y científica no ha terminado, y sabemos que, a la larga, solo la innovación y el aumento de la productividad que genera conducen a un crecimiento superior al incremento de la población: más variedad, más ingresos y más tiempo libre. Que yo sepa, esas innovaciones se producen en los países occidentales, mientras que en Asia, por el momento, se limitan a mejorar lo ya existente, no a sustituirlo. Por todas estas razones, imagino una relocalización y una reindustrialización en Occidente; la ventaja relativa de la producción en masa en países lejanos disminuye cada día, y los chinos y los indios no se percatan de ello.

En lo que respecta a la localización, también influyen las exigencias de calidad y de rapidez de los consumidores. A ello se le suman las expectativas de los investigadores en tecnología industrial que comprueban que se innova más rápido cuando se controlan todas las etapas de la producción en vez de mantenerse alejados de ellas. Evidentemente, esta recuperación de Occidente puede verse truncada por unas políticas económicas torpes, que desanimen a los innovadores y a los empresarios: la fiscalidad excesiva, las trabas burocráticas insoportables, las normas ideológicas contrarias al progreso (como la negativa francesa a explotar el gas de esquisto) y unas especulaciones suicidas como las que casi destruyeron el sistema financiero y bancario mundial.

Pero, en resumidas cuentas, la confianza debería volver a Occidente porque las tendencias de peso que hemos enumerado más arriba, lo que llamamos la historia larga, acabarán por imponerse a los caprichos políticos, a las ideologías de circunstancias y al catastrofismo. Apostemos, sin excesivo riesgo de equivocarnos, a que el Estado de derecho y la paz serán la norma en Occidente; los países emergentes, lo lamentamos, todavía están muy lejos de ello.

ABC Empresa  27.1.13  Guy Sorman   
 

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